Ayer por la tarde me las prometía yo muy felices: una buena ducha para refrescarme, el autobús hasta el puerto y una tarde de compras en el mercadillo. Nada más lejos de la realidad. Cuando asomé mis naricillas por el susodicho, había allí toda una marabunta de gente dispuesta a conseguir las mejores gangas veraniegas a los excelentes precios de 1€, 2€, 5€, etc. Lo que no llegué a averiguar era si la calidad de la mercancía era como el precio. En fin, que cuando intenté acercarme a un puesto de "cachiperres" (en honor de mi amiga Azucena), un codo justiciero metido hasta el fondo en mi costado derecho me hizo saber que ese hueco, que yo había visto al llegar, tenía dueña. Casi sin aliento, decidí largarme a otro sitio en donde pudiera respirar. Al no conseguir este aspecto tan importante para el ser humano, me largué. Ya no aguantaba más.
Con un cabreo de narices, me fui hacia el paseo marítimo para tranquilizarme y respirar un poco de aire fresco. Cuando llegaba casi a la mitad, oí de pronto tambores, clarinetes, trombones. Vi banderas ondeando al aire, trajes de otras épocas y una multitud agolpada al borde del paseo. Era un desfile de moros y cristianos al completo, con camellos, caballos, águilas imperiales, dragones, bandas de música, yelmos brillantes, turbantes de finas sedas. Todo lo que un desfile que se precie debía tener. Aquella tarde "maldita" que había empezado quitándome el aliento, me compensó completamente con toda una muestra de color, brillo, baile y música. Al final, la tarde del domingo se marchó con un buen broche.
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