domingo, 26 de julio de 2020

Mi salvadora: Irène Némirovsky

Leer a Némirovsky siempre me trasmite paz. Me resulta elegante, serena y sin dobleces. No importa que nos hable de momentos duros y difíciles, de sentimientos convulsos, confusos o atormentados; aún así, ella es capaz de ser amable con el lector. Por eso, ella es de los pocos autores a los que les dejo que me hablen de guerra.
 

 Después de meses de buscar una lectura que me devolviera un pellizco de mi normalidad, después de muchos intentos por hablar sobre lo que leía, de intentar, sin éxito, analizar mis lecturas, llegó a mis ojos Irène Némirovsky en forma de recomendación bloguera, y fue el empujón que necesitaba para salir de la "cueva" y lanzarme a la aventura de las librerías. Y así se convirtió en el primer libro comprado físicamente en los últimos meses, sin "onlines" que valgan.
   
Los fuegos de otoño me llevaba de nuevo a París, un París que pasa de la Gran Guerra a los locos años veinte y de nuevo al horror de otra nueva guerra. En este período, la autora retrata una sociedad burguesa que se creía segura, de valores firmes y costumbres arraigadas, que ve como todo se viene abajo y cambia de una forma radical, dejando al descubierto las lagunas de esa firmeza y las carencias de dicha sociedad, junto a las distintas reacciones de incredulidad, exaltación patriótica, temor o incertidumbre que sienten los personajes de esta historia ante todo lo que viven.
   Y aquí es donde aparece, una vez más, mi admiración por Némirovsky, porque es capaz de describir todos esos acontecimientos tan convulsos sin estridencias ni golpes de efecto, sino de una forma serena y directa. Porque ella no necesita envolver los momentos duros y crueles con imágenes impactantes, ni tampoco sacudirnos utilizando un vocabulario brutal. Por el contrario, con una sencillez mucho más eficaz, que puede ser igualmente fría y dura, narra los acontecimientos sin rodeos, recurre a los adjetivos precisos para trasmitirnos sensaciones desgarradoras y describirnos los ambientes y las situaciones extremas en las que se mueven los protagonistas, hace que los personajes se confiesen directamente con nosotros y sean ellos mismos quienes nos cuenten lo que sienten, lo confusos que están, los miedos que les invaden.
 
Foto tomada de Internet


 Los encargados de contarnos lo que pasa durante esos años en París son los Brun, los Jacquelain y las Humbert, cuyas vidas se van entremezclando y protagonizando la vida en las trincheras, los negocios turbios, las grandes fiestas o los campos de prisioneros. Como me ocurre siempre con esta escritora, no deja de emocionarme la entereza con la que narra los hechos y la comprensión que desprende con algunos comportamientos sabiendo cómo fue su vida y cómo terminó. En mi caso, aumenta mi admiración por ella. 
   Esta novela la escribió en la primavera de 1942, parece ser que al mismo tiempo que Suite francesa, aunque se descubrió y publicó después de su muerte, en 1957. La edición que yo he leído, además, corresponde a un segundo texto revisado por la autora que contenía correcciones y modificaciones de su puño y letra.
   Y así es como Irène Némirovsky me salva de volver a la cueva y me ayuda a dar los primeros pasos para recuperar un poco de mi normalidad.
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