domingo, 29 de enero de 2017

Simplemente magia

Es evidente que no voy a descubrir ahora las virtudes de Irène Nèmirovsky como escritora. Tampoco, una de sus novelas más conocidas, Sutie Francesa. Pero lo que sí voy a hacer es dar rienda suelta a la admiración que tengo por esta mujer, por su elegancia a la hora de relatar, por la sencillez tan poética en su manera de contar las historias y por su facilidad y comprensión para ponerse en el lugar del otro.
   Después de saber cómo terminó su vida, en un campo de concentración nazi, después de haber vivido en la sombra, sin poder publicar y llevando la estrella amarilla por ser judía, es impactante (y emotiva) la elegancia que demuestra al hablar de la ocupación alemana en Francia, su compresión tanto del invadido como del invasor, la cruda descripción de la huida de París, del "éxodo" como ella lo llama, y de los diferentes comportamientos de los personajes en su lucha por sobrevivir.
   Leer a Nèmirovsky resulta tan fácil, sin gramáticas rebuscadas ni vocabulario complicado, que todo fluye sin esfuerzo. Su lenguaje preciso, rico y cercano consigue crear como nadie el ambiente en el que se mueven los protagonistas: el miedo, la angustia, la incertidumbre, la esperanza, y hace que les conozcamos a través de pequeños detalles, con sutiliza, sin explicarnos nada, sino permitiendo que lo deduzcamos nosotros solos.
   La primera parte de la novela, en la que se describe la larga marcha de los refugiados, es tan actual, que casi da miedo. El silencio, a pesar de la multitud, las pertenencias acarreadas de cualquier manera, las largas filas de coches... transmiten la tensión, el miedo; el rechazo en los lugares por donde pasan, la escasez de casi todo, la masa sin rostro que provoca una mezcla de miedo e incertidumbre entre los propios franceses. Con una sencillez que asombra, va retratando a los personajes, a quienes las situaciones extremas les hacen reaccionar según sus sentimientos más escondidos: con egoísmo o con generosidad, con cobardía o con arrojo, con piedad o con rabia, y hacen que nos preguntemos qué haríamos nosotros. 
   
Escena de la película
Al mismo tiempo, crea un relato dinámico gracias a la variedad de personajes, cada uno con su propio pasado y con su propia carga, y a los distintos lugares y situaciones que van apareciendo. Y el dolor y el miedo se mezclan con la belleza y la paz, como dándonos a todos un respiro. 
   Después, cuando se centra en la relación de Lucile y el general alemán, consigue plasmar los distintos puntos de vista, las diferentes reacciones de los personajes ante la ocupación, sin juzgar, simplemente mostrando las razones de cada uno para actuar como lo hace, sin adoctrinar al lector ni llevarlo a su terreno, sino dándole libertad para que él elija, algo que deberían aprender algunos escritores actuales.
   Siempre que cierro un libro de esta escritora tengo la sensación de acercarme más a ella, como si hubiera utilizado su novela para hacerme confidencias, para ser su amiga. Sin alharacas ni aspavientos, tranquilamente y con enorme elegancia, Irène Nèmirovsky hace magia.

domingo, 15 de enero de 2017

El regreso

Hace frío fuera del blog. Ya os lo digo. El tiempo pasa de prisa, la rutina vence casi siempre, las obligaciones son unas tiranas y, cuando quise darme cuenta, hacía tanto tiempo que no volvía a mi refugio personal, a mi rincón, que empecé a sentirme extraña en mi propio "espacio".
   Pero ¡Qué fácil es volver! Por suerte, los dedos recuerdan perfectamente dónde están las teclas y cuál es el recorrido necesario para llenar la hoja en blanco. Y para sentirme en casa de nuevo, nada mejor que hablaros de mis últimas lecturas.
   Empezaré con El nombre propio de la felicidad, de María Jeunet, un libro que cogí con ganas, que tenía toques de humor, buenos trucos para engancharte y un argumento entretenido. Pero según avanzaba el libro, la historia de Nico se me hacía más forzada, menos real. Si hubiera sido una película del tipo Descalzos por el parque, no tendría objeciones, pero en un libro, necesito que la historia me resulte posible, o si no, que me la presenten de antemano como una fábula.
   Nuestro protagonista es un joven atractivo que vive en una buhardilla en París y que, aunque trabaja vigilando las cámaras del metro, en realidad es escritor de cuentos infantiles, concretamente, de uno tan tan famoso que no hay niño que no lo conozca y lo adore. Además es bueno hasta decir basta, encantador, pendiente de hacer felices a quienes le rodean, amigo de sus amigos, en fin, un "premio de la lotería". Se enamora de una chica que ve en uno de los andenes, la busca sin descanso, se devana los sesos para poder encontrarla, la encuentra, se conocen, se enamora, y todo esto, mientras visita a su madre sin falta todos los fines de semana, le busca novio a su jefe, ayuda a su amigo a reconciliarse con su exmujer, a su amiga de la infancia a tener su propio café, a su amiga enferma a sobrellevar el tratamiento y, además, hace frente a su editor, que le presiona día y noche para que escriba otro maravilloso cuento que le permita quedarse en esa editorial. 
   
  Llegó un momento que me quedé sin aliento de tantos malavares, y eso que todo está bastante bien hilvanado, los personajes caen bien y las historias de cada uno se van intercalando en su justa medida, para no cansar y para ayudar a Nico, nuestro protagonista, a lucir cualidades. Hay buen rollo, buena gente y buenos sentimientos, quizás demasiados para mí en ese momento. Ni siquiera el revés que sufre nuestro amigo rompe ese ritmo. El problema para mí era que no me lo creía. Y cuando eso pasa, todo lo demás se vuelve menos importante.
Sin embargo, y a pesar de todo, llegué hasta el final, me alegré de los éxitos de  los personajes, se me escapó algún que otro puchero allí donde había que hacerlos y lo cerré satisfecha de una lectura que me había acompañado un tiempecito y que me había entretenido.
El siguiente libro fue... Bueno, eso mejor lo dejo para una próxima entrada que me anime a volver prontito por aquí. Nos leemos.
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