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domingo, 11 de septiembre de 2016

Comprar al peso

Después de tantos años de bregar por estos mundos de los libros, ya debería saber que comprar literatura al peso no ofrece demasiadas garantías; ninguna, diría yo. Pero yo soy débil, muy débil, cuando veo estanterías llenas de libros en oferta, bien encuadernados, medianamente bien editados y..., el cebo más eficaz de todos, de novela histórica. En ese instante, las chiribitas de mis ojos se convierten en faros que llegan a todos y cada uno de los rincones de esas estanterías, puestas frente a mí para que pique. ¡Y vaya si piqué! Así fue como cayeron en mis manos dos de las tres novelas que no hace mucho leí o "sufrí", podéis elegir lo que más os plazca.
   
   De la primera de ellas ya os hablé en un popurrí que hice hace un par de entradas. El hombre de la plata, de León Arsenal, hizo que me las prometiera muy felices, frotándome las manos ante una novela sobre el reino de Tartessos, esa cultura del sur de la península envuelta en el misterio, que tuvo que verse las caras con griegos y fenicios y supo estar a su altura. Pues bien, menos mal que fue en plena canícula veraniega, porque me dejó más bien fría. No puedo decir que la historia no tuviera buenos materiales: aventura, misterio, datos históricos y otras lindezas, pero cuando no sofríes bien los ingredientes, y no aderezas como Dios manda el guiso, ya puede ser maná del cielo que aquello sabe a experimento de principiante.
   El rey Argantonio, más viejo que Matusalén según la leyenda y excéntrico un rato largo, envía un grupo de hombres expertos a recuperar el tesoro de una tumba expoliada. En el camino de esos hombres se mezclan otros muchos personajes que tratan de contarnos las costumbres y forma de vida de las colonias de la península, los ritos y creencias, las otras tribus que pululaban por allí, etc. Otra cosa es que lo consigan.
   Siento ser tan dura, porque el autor parece honesto en su prólogo, y con muy buenas intenciones a la hora de desarrollar una historia creíble y bien documentada, pero no lo consigue, porque el argumento está cogido por los pelos y la información sobre Tartessos es muy escasa y con bastantes hipótesis en su origen. Sin embargo, es cierto que una novela debe dar rienda suelta a la imaginación, a la probabilidades, pero tienen que ser verosímiles.
   Algo descorazonada con mi primera adquisición, me lancé en brazos de Kate para pasar con ella noviembre, como bien sabéis por mi entrada anterior. Volví a recuperar el sentido del gusto y me vine arriba. Así que fui derechita a por el segundo libro al peso, y nunca mejor dicho.

   Rex. La fundación de Roma, de Dafne Amati, contaba nada menos que con 457 páginas; sí, vale, de letra "gorda" y con un generoso interlineado, pero el peso era el peso. En el tren, en el metro, por la calle, se hacía sentir la vida de Rómulo y Remo. Una leyenda, más que una historia novelada, mitos y realidades entremezclados que me prometían trayectos muy entretenidos. 
   ¡Qué poco dura la alegría en la casa del pobre!.- decía mi abuela. No había llegado ni a la mitad del libro y las pinceladas de mitología, fantasía y leyenda se habían convertido en brochazos gruesos para conseguir un "voy a avanzar como sea", o un "a ver si con esto justifico lo que sigue". En fin, otra decepción. Pero yo seguía avanzando no sé muy bien por qué, ya que, a veces, cuando me pongo cabezona con algo, llego hasta el final, aunque no merezca la pena; una manera inútil de desaprovechar otras lecturas, pero así es el ser humano, o al menos, esta ser humana, impredecible.
   Como estarían mis neuronas lectoras, que necesité desintoxicarme con una historia fantástica de verdad, con brujas, sanadoras, guerreros y magia. Una historia sencilla pero honesta, sin pretensiones de ser El señor de los anillos, pero con calidad suficiente para hacerme pasar un buen rato, despertando el lado infantil que, de vez en cuando, me gusta sacar. Y con Leyendas de la Tierra Límite. Las Tierras blancas, de Ana González Duque, me lamí las heridas y pasé momentos entretenidos.
   Como de todo se aprende, espero que estas dos experiencias de "libros al peso" me sirvan para ser más exquisita la próxima vez, o más cauta, o más sensata o más paciente para ojear y hojear mejor los libros que se me presentan. También me ha servido para elegir una nueva lectura, siguiendo las recomendaciones de dos blogueras a las que admiro, y para mirar de reojillo el tercer libro al peso de aquella compra "inolvidable", cada vez que paso por delante de la estantería del salón. 
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