lunes, 30 de junio de 2014

Capítulo XXV: Y nuestro hidalgo hizo penitencia

Hay capítulos en los que nuestros amigos se enfrentan a grandes aventuras; hay otros en los que les cuentan historias estupendas e interesantes; y hay otros en los que se pasan el tiempo de charleta y en donde los diálogos de los dos son tan geniales que no echas de menos ni las aventuras ni las historias. Este capítulo es uno de ellos.
   Sancho está que trina con su señor por haber interrumpido al loco de Cardenio con la historia de la reina esa:
"(...) ¿que qué le iba a vuestra merced en volver tanto por aquella reina Magimasa, o cómo se llame? ¿O qué hacia al caso que aquel abad fuese su amigo, o no? Que si vuestra merced pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del guijarro y las coces, y aun más de seis torniscones".
   Pero es que don Quijote no puede consentir que se hable mal de ninguna dama, ¡solo faltaba!
"-- Contra cuerdos y contra locos está obligado cualquier caballero andante volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto más por las reinas de tan alta guisa y pro como fue la reina Madasima".
   Y en estas, que nuestro caballero decide dedicar unos diítas a hacer locuras y sacrificios en honor a su señora Dulcinea, para forjar, de una vez por todas, esa gran fama:
"(...) que he de echar con ella el sello a todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero".
   ¿Cómo?: "(...) haciendo aquí del desesperado, del sandio y del furioso, (...)". Y no lo digo yo, lo dice nuestro hidalgo.
   Así que manda a Sancho de vuelta al Toboso, con una carta, la mar de sentida, dirigida a su señora Dulcinea, hija de Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales. Y aquí es cuando a Sancho se le caen los palos del sombrajo al enterarse de quien es "la sin par":
 "-- Qué ¿la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo? (...) Bien la conozco-- dijo Sancho --, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. Vive el dador, que es moza de chapa, hecha y derecha, y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o andar, que la tuviere por señora".  

   ¿Se enfada don Quijote con estas "virtudes"? Al contrario, aprovecha y le cuenta la explicación que una gran dama dio sobre sus amores con un pobre mozo:
"vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo, si piensa que yo he escogido mal en Fulano por idiota que le parece, pues para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe y más que Aristóteles".
   
   Y a buen entendedor...
   Y entre cartas de amor a Dulcinea y otras pidiendo pollinos para el buen Sancho se acaba este capítulo: el escudero preparando su partida y temeroso de no saber encontrar el sitio donde le espera su amo, y el caballero aconsejándole, poco menos, que deje un rastro de ramitas, al tiempo que amenaza con empezar sus "locuras" en cueros vivos. Comprenderéis que esté deseando empezar con el siguiente capítulo.

domingo, 29 de junio de 2014

Un gran reto

Tengo que confesar que me asusté un poco cuando tuve este libro entre las manos: era grande, pesaba bastante y tenía 657 páginas, nada menos. Como parte del reto del mes de novela histórica propuesto por Laky en Libros que hay que leer, me había comprometido a leerlo y reseñarlo dentro de este mes y tuve la fuerte sensación de que no sería un libro ligero que podría "ventilar" en un par de sentadas. Y no me equivoqué.
   La historia es una historia de intrigas, traiciones, alguna que otra historia de amor y la lucha por un territorio. El reino cristiano de Asturias tiene que hacer frente a la muerte de su rey Alfonso II y a la sucesión al trono. Al mismo tiempo, Abderraman II, emir de Córdoba, maneja los hilos oportunos para que esa sucesión le beneficie y poder extender aún más su poder. De esta forma, José Javier Esparza nos cuenta cómo Ramiro I tiene que luchar por el trono de Asturias, frente al usurpador Nepociano, mientras en la corte de Córdoba, a su vez, la favorita del emir, Tharub, confabula con el eunuco Nasr Abu-el Fath para derrocar al heredero Mohamed y que su hijo Abdalá sea el elegido. No está mal, ¿verdad?
   Nada más empezar a leer me di cuenta de que no era una historia sencilla, de que necesitaría calma y tiempo para saborearla como se merecía. La narración ganaba por goleada a los diálogos, el lenguaje era un lenguaje bastante culto, a veces con metáforas un poco "floridas", pero todo fluía de forma muy natural, no resultaba farragoso ni pedante (es agradable encontrarse con una buena gramática que no esté influida por el inglés), las descripciones de las batallas y de su preparación era demasiado detallista para mi gusto y, a veces, me resultaba muy densa. Sin embargo, me tenía atrapada y era incapaz de dejar de leer porque todo estaba lleno de detalles sobre la forma de vida de aquella época, sobre lo que suponía luchar por tu casa y tu tierra día tras día y año tras año, no importaba el bando. Y esto, para los que amamos la Historia, era un regalo. No, no iba a ser una novela ligera.

   Lo que pasaba en las dos cortes, la cristiana y la mora, se alternaba a lo largo de la novela. Fui conociendo, casi a la vez, lo que se cocía en cada una de ellas, las diferencias en la forma de vida, costumbres y leyes, y la similitud en el ansia de poder, en las traiciones o en las intrigas de palacio. Era la inteligencia de los tres hombres principales y, especialmente, de las mujeres que les acompañaban, lo que marcaba el desarrollo de la novela. Ellos era hombres fuertes, inteligentes y decididos, pero las mujeres que estaban a su lado eran tan decisivas como ellos, aconsejándoles e, incluso, tomando decisiones por su cuenta. Eran mujeres fuertes que luchaban por sobrevivir y por cambiar el destino que los hombres habían marcado para ellas. 
  Según iba leyendo iba creando el retrato de cómo debía de ser la vida de las personas en esos años, siempre en guerra, siempre luchando. Veía la imagen de los campos de la naciente Castilla, en la frontera con Al-Ándalus, enormes, desolados y arrasados continuamente por las razias moras, defendidos como podían por pequeños señores feudales que llegaban a serlo precisamente por organizar la defensa de esos territorios. Veía también el contraste con la corte de Córdoba, culta, refinada, majestuosa, pero también amenazada por las luchas entre clanes y pequeños reyezuelos que buscaban aumentar su propio poder frente al emir, igualmente llena de crueldad y mano dura para poder gobernar y controlar todo eso.
   
La historia real se mezclaba perfectamente con la inventada. Todos los personajes, históricos o no, tenían detrás una historia que les armaba de realidad y les hacía de carne y hueso, y explicaba muchas de sus acciones. Las costumbres y la forma de vida de la época se me presentaba de manera muy real en medio de la historia, a través de los pensamientos de los protagonistas, de sus valores o de sus miedos. Todo iba encajando a las mil maravillas para poder cumplir mi reto.

   Pero siempre hay algún escollo y, para mí, ha sido la crudeza en la descripción de las batallas y del saqueo de poblaciones. Entiendo que hay que ser realista en la descripción de una guerra, pero no me acostumbro a los detalles tétricos y desagradables. Otros dirán que es indispensable para entender la forma de vida en la que se movía aquella gente. Es cierto, pero me cuesta. Como me ha costado la parte en la que se prepara la batalla, en la que se hacen los planes estratégicos, en la que se forjan las fidelidades y las traiciones. Hay momentos trepidantes, pero otros se detienen demasiado en pensamientos y reflexiones de los personajes.
   Y entonces me voy acercando al final. Veo cómo las hojas se van agotando y cómo se van resolviendo las distintas tramas. Y cuando creo que ya todo acaba y que el autor está atando cabos, aparece un elemento nuevo que añade una nueva intriga o un nuevo misterio en la historia. El final no va a ser tan sencillo, ¡ni hablar!, el final se hace rogar, me tiene en tensión hasta la última hoja y, cuando llega, no me defrauda en absoluto. ¿No es encanta que pase eso?

Muchísimas gracias a La esfera de los libros por hacérmelo llegar con la rapidez del rayo.

martes, 24 de junio de 2014

Capítulo XXIV: Y conocieron a Cardenio

Aunque con un día de retraso, no podía faltar a la cita con nuestro hidalgo, mucho más cuando el señor Cervantes nos presenta la primera novela intercalada. Don Miguel no se conformó con el caballero de la Triste Figura, sino que aprovechó que el "Pisuerga pasaba por Valladolid" y nos regaló algunas historias extras que entretenían y amenizaban las aventuras de nuestros dos amigos.
   Como ya se ha escrito de todo sobre ellas, yo simplemente me limitaré a disfrutarlas, a compartir el gusto de la época por los amores imposibles, por la superación de obstáculos, por el lenguaje galante. Como don Quijote y Sancho, me acomodaré entre las rocas de Sierra Morena para escuchar al joven y loco Cardenio hablarnos de sus amores por Lucinda, que no solo era guapa y lista y discreta y honrada, sino que además le gustaban los libros de caballerías. Don Quijote no cabía en sí de gozo:
"Con que me dijera vuestra merced al principio de su historia que su merced la señora Luscinda era aficionada a libros de caballerías, no fuera menester otra exageración para darme a entender la alteza de su entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como, vos señor, le habéis pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: así que, para conmigo no es menester gastar más palabras en declararme su hermosura, valor y entendimiento, que con sólo haber entendido su afición, la confirmo por la más hermosa y discreta mujer del mundo".

   Una de las condiciones que les había puesto el Triste de Cardenio era que no le interrumpieran bajo ningún concepto mientras les contaba sus desdichas, pero es oír hablar de caballeros andantes y don Quijote no se controla. ¿Qué sucedió? Pues que al desdichado enamorado se le fue de nuevo la pinza y no se le ocurrió otra cosa que insultar a una de las grandes damas del mundo caballeresco:
"(...) y dijo: No se me puede quitar el pensamiento, ni habrá quien me lo quite en el mundo, ni quien me dé a entender otra cosa, y sería un majadero el que lo contrario entendiese o creyese, sino que aquel bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madasima".

   ¡Claro! Don Quijote saltó como un muelle:
"--Eso no, ¡voto a tal! --respondió con mucha cólera Don Quijote, y arrojóle como tenía de costumbre--; y esa es una muy gran malicia, o bellaquería por mejor decir: la reina Madasima fue muy principal señora, y no se ha de presumir que tan alta princesa se había de amancebar con un sacapotras, y quien lo contrario entendiere, miente como un gran bellaco; y se lo haré yo entender a pie o a caballo, armado o desarmado, de noche o de día, o como más gusto le diere".

   Y aquí fue donde se lió parda: Cardenio le arrea un cantazo en todo el pecho a nuestro hidalgo, Sancho intenta darle un puñetazo a Cardenio, pero falla y el otro aprovecha para pisotearle los higadillos, Sancho le echa la culpa al cabrero, no se sabe muy bien porqué y se lía a golpes con él y el cabrero hace lo propio con Sancho. Como dice el refrán, todo terminó "como el rosario de la aurora". 
   Y ahora, solo nos queda esperar a que el buen don Quijote se encuentre de nuevo con el loco de Cardenio para seguir "cotilleando" sobre su vida. Pero para eso, tendremos que esperar al siguiente capítulo.

jueves, 19 de junio de 2014

Peticiones: Eva Martínez

Otra vez más, tengo la suerte de que un escritor se dirija a mí para presentarme su novela y, otra vez más, yo estoy encantada de presentárosla a vosotros. En esta ocasión, la escritora es Eva Martínez y la novela se llama No sin Lola, que ella nos presenta de esta manera:
¿Qué te puedes encontrar en ella?
Personajes tan reales como tú y como yo, y al decir esto, sólo se me ocurre preguntarte si:
¿Te has enamorado alguna vez de tu mejor amig@? o ¿Has tenido alguna vez un amor platónico? o ¿Has sentido alguna vez que te queda algo por zanjar del pasado?
Pues si has contestado que sí a alguna de las preguntas, debes de saber que es precisamente ésto lo que le ocurre a Lola… y en el peor de los momentos: Cuando está apunto de casarse con el hombre perfecto.
Amor, pasión, miedos, dudas, llantos, risas, sexo, amistad e intriga, es lo que te espera entre las páginas de una historia que te atrapará y te mantendrá en vilo durante el viaje a través de sus sentimientos.

   No contenta con esto, también quiere dejar claro lo que no vamos a encontrar, para que nadie se llame a engaño, es decir:
No vas a encontrar historias paralelas. No vas a conocer a nadie más que a nuestros protagonistas.
No vas a encontrar capítulos de relleno. Todos van a dar sentido a la historia, y sin alguno de ellos, nada tendría razón de ser. No vas a encontrar tabús en cuánto al sexo se refiere, pero debes saber que no vas a encontrar juegos eróticos, ni sado, ni descripciones detalladas gratuitamente por el placer de escribir una novela erótica, a lo «las sombras de…» (con todos mis respetos al buenorro de Grey). Y no por prejuicios, o porque no me gusten -Al revés- sino porque simplemente ésta, tan sólo pretende ser una historia de amor.

   
Espero que estas palabras de Eva os animen a acercaros a su novela y también a su blog www.nosinlola.com, ya que esta escritora, en su blog personal: "ya había experimentado con el arte de escribir para que te lean otras personas", como ella misma nos dice.
   Y poco me queda por decir. Espero que Eva tenga muchísima suerte con su novela y que la encontremos a menudo comentada en la blogosfera.
   Por cierto, podéis leer los dos primeros capítulos en su blog. ¡Animaos!

lunes, 16 de junio de 2014

Capítulo XXIII: Y llegaron a Sierra Morena

Y llegaron para refugiarse de la Santa Hermandad, que no debía de estar muy contenta con la liberación de los galeotes: "que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerías, que no se le da a ella, por cuantos caballeros andantes hay, dos maravedís (...)", le aclaró Sancho. Pero lo mismo pensó el "ex galeote" Ginés de Pasamonte, con tan mala suerte que se topó con ellos y le robó su querido asno a nuestro amigo: "(...) el cual viéndose sin él comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo (...): ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi misma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con ventiséis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa!".
   No había consuelo para el pobre Sancho, menos mal que don Quijote le consoló: "prometiéndole de darle una cédula de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que había dejado en ella". Esto alivió tanto a nuestro amigo, tan mundano él, que: "de ninguna otra se acordaba, ni Sancho llevaba otro cuidado (...), sino de satisfacer su estómago con los relieves que del despojo clerical habían quedado, y así iba tras su amo, cargado con todo aquello que había de llevar el rucio, sacando de un costal, y embaulando en su panza;". Je, je, je, y es que Sancho es capaz de embaular comida como nadie, porque los duelos con pan son menos.
   Metidos en faena y en medio de aquella maravillosa sierra, se encontraron todo un premio a sus desdichas: una maleta abandonada, con ropa de calidad y una bolsa con dineros. No os podéis imaginar (o sí) la alegría del buen Sancho cuando su señor le regaló las monedas, que para eso nuestro hidalgo era todo un caballero. Pero la alegría dura poco en casa del pobre, dice el refrán, y de repente apareció dando brincos entre los riscos un barbudo desarrapado que, lógicamente, identifican con el dueño de aquella maleta perdida y don Quijote propone devolverle sus pertenencia, lo que le da un gran disgusto a nuestro escudero. Pero no es fácil echarle el guante al de los brincos, porque se larga de allí triscando sin cruzar palabra con nuestros amigos. Más tarde, gracias a un cabrero con el que se cruzan, conocerán la historia de este saltarín, que vive entre las peñas, que vive de lo que le dan los pastores o de quitárselo el mismo y que alterna su locura con momentos de lucidez. Qué familiar, ¿eh? Un librillo de poemas y cartas de amor, encontrado en esa maleta viajera, les pone sobre la pista del origen de la locura de nuestro saltimbanqui. Pero la verdad nos la contará nuestro amigo Cervantes en la próxima entrega.

domingo, 15 de junio de 2014

Lope

Desde que conocí a Lope en el instituto, me impresionó su vida. Desde que leí su poesía y su teatro, me impresionó su obra. Lope de Vega no era un escritor cualquiera, era alguien que personificaba la palabra "vivir", en su propia vida y en la de sus obras. Ahora que tan de moda está: "vivir al límite", "pedir perdón mejor que pedir permiso", "arrepentirse de lo que has hecho y no de lo que has dejado de hacer", Lope habría encarnado la personificación de todas estas consignas que te empujan a comerte la vida a mordiscos. Fue soldado, secretario de importantes diplomáticos y finalmente sacerdote. Y, en medio de todos estos trabajos, dramaturgo y poeta. Enamorado de las mujeres, tan pronto su despecho y sus celos le llevaban al destierro, como su amor y su pasión le llevaban a raptar a su amada. Y todo ello provocaba grandiosas obras literarias. Desde que leí cómo había sido y qué había hecho, me conquistó; no por su "talle", sino por su ingenio. Y me sedujo, no por su voz, si no por sus textos. Lope de Vega me pareció el colmo del hombre de mundo, inteligente y divertido, encantador y un poco canalla. A los 16 años, es difícil resistirse a alguien así, y me empapé de sus poemas y de su teatro.
   Hace unos días, volví a toparme con la película que se hizo sobre su vida. Si ya me había decepcionado en la gran pantalla, no mejoró en absoluto en la pequeña. Recordaba no haber sentido nada de esa pasión por la vida del joven Lope, ni en la expresión del actor, ni en la fuerza de los diálogos. ¿Dónde estaba ese descaro teatral que le hacía enmendar la plana al mismo Cervantes? Esbozado en un par de escenas, en las que la fuerza la ponía el grandísimo actor Juan Diego. ¿Dónde estaba ese amor arrebatado hacía Elena Osorio que originan los versos que le llevan al destierro? Reducido a unas cuantas escenas de sexo, interpretadas por el protagonista con la misma cara que las de lucha con espada. ¿Dónde ese amor loco e impulsivo por Isabel de Urbina que hace que la rapte para casarse después con ella ? Dibujado en un par de miradas lánguidas hacía la dama y en el simulacro de un asalto novelesco a su alcoba. 
   
Quizás yo esperaba demasiado; puede que mi imaginación hubiera diseñado otra recreación más "novelera"; quizás mi banda sonora era más épica y más potente. Lo único cierto era que me estaba bebiendo un tinto de verano cuando esperaba dar un buen sorbo de Vega Sicilia. Y así, con un extraño sabor de boca, apenas pude disfrutar de la estupenda recreación del Madrid del siglo XVI, ni tampoco de unos exteriores tan familiares para mí por ser los que me habían visto montar tantas veces en bicicleta y a los que había ido de excursión otras tantas.
SONETO
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

   Quién escribió esto, es imposible que caminara por la vida con la apatía y la desgana del Lope dirigido por Andrucha Waddington.

jueves, 12 de junio de 2014

Dónde leer hoy. El balcón

¿Acaso no os gustan las tardes de tormenta? Esas tardes de treinta y siete grados a la sombra, de un bochorno aplastante, de algunas ráfagas de viento muy, muy caliente. De repente, el cielo se oscurece, la luz se vuelve gris, empieza a oler a humedad y se oyen los primeros truenos. Estas tormentas de verano te avisan con tiempo suficiente para que te pongas a cubierto, otras cosa es que les hagamos caso. Empiezan tímidamente con unas pocas gotas, tan calientes como antes lo era el aire, al principio muy suaves, para ir refrescándose poco a poco a medida que se hacen más grandes, más rápidas y más frecuentes.
   Aquí es cuando empiezo a disfrutar de ellas, sobre la cabeza, luego sobre la espalda, después en la cara. ¡Es tan agradable! Me encanta sentirlas, fresquitas, en mi cuello o en los brazos, siempre y cuando no se transformen en el diluvio universal. Noto el olor de la tierra al mismo tiempo que siento la lluvia y, si no me pilla muy lejos de mi destino, me puedo permitir el lujo de un paseo agradable, sin demasiadas prisas.
   Cuando llego a casa, me descalzo, cojo mi libro y salgo pitando hacia el balcón, antes de que se vaya la tormenta. Lo abro, casi de par en par, y me siento en el suelo, apoyada en la puerta; no me importa clavarme los cuarterones que la decoran. Sin embargo, el libro que tengo ahora entre manos no me encaja con la tormenta, el cuerpo me pide algo más... poético. Así que hago caso de mi cuerpo y me voy a por una buena dosis de poesía. Reviso la estantería; tengo a mano a Garcilaso:
SONETO V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

   En ese momento, cae un rayo, le sigue el trueno: ¡Qué oportuno! Le ha puesto sonido a la fuerza del poema. Sigue oliendo a gloria, el aire sigue refrescándose y yo necesito cambiar el poema. Me levanto "como un rayo" a por los versos de Lorca:
LLUVIA
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.
(...)

 
    En esta ocasión, ni un rayo, ni un trueno, la lluvia descansa, solo está el olor de la tierra. Creo que, ante el maestro, solo cabe el silencio. Hay que reflexionar sobre lo leído, hay que sentir.
   La tormenta ha pasado y el sol ha vuelto, aunque mucho más tranquilo; es casi atardecer así que no se molesta en brillar demasiado, total, se va dentro de poco. Mi momento de poesía preferida también ha pasado ya. El balcón es un sitio muy bucólico para estas ocasiones, pero algo incómodo para pasar allí algo más que un rato. Así que recojo los bártulos poéticos, entorno el balcón y me preparo una buena cena.

lunes, 9 de junio de 2014

Capítulo XXII: Y liberó a los galeotes

Sobre esta aventura de nuestro héroe se han escrito "ríos de tinta" como se suele decir. Y es que todos los sesudos han analizado esta historia de todas las maneras posibles: que si Cervantes estaba en contra de la Corona y aquí aprovechó a atacar su ley; que si ponía en entredicho las razones tan débiles por las que se enviaba a galeras a cualquier muerto de hambre; que si su período en prisión le hizo atacar cualquier forma de castigo; que si blanco, que si negro. No seré yo quien enmiende la plana de las grandes mentes pensantes, por eso me limitaré a contaros lo que pasó y a disfrutarlo, y que cada uno reflexione cómo mejor le parezca.
   Y la aventura fue que nuestro hidalgo se topo con una "ristra" de galeotes: "ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos" a quienes llevaban a galeras. Ni corto ni perezoso, como solía portarse él, empezó a imaginar una nueva hazaña para su historia de fama y fortuna:
"¿Cómo gente forzada? --preguntó Don Quijote--. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente? --No digo eso --respondió Sancho--, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza. --En resolución --replicó don Quijote--, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza y no de su voluntad. --Así es --dijo Sancho. --Pues desa manera --dijo su amo--, aquí encaja la ejecución de mi oficio, desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables".
   Y después de interrumpir la marcha de esta procesión y de conseguir que uno a uno, los galeotes le contaran cómo habían llegado allí, decidió que no merecían ni la pena ni el mal trato: "(...) pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua"
   Y añadió: 
"De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro, y finalmente, el torcido juicio del juez hubiesen sido causa de vuestra perdición, y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aún forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el cielo me arrojó al mundo. (...) porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres".
  
   Y así fue cómo se lío la de San Quintín: don Quijote tirando del caballo al comisario, los galeotes luchando por liberarse en medio de todo ese follón, los alguaciles huyendo de la lluvia de piedras de los que conseguían escaparse y Sancho encargado de liberar al más peligroso de todos, si es que alguno lo era tanto. Y ya que estaba deshecho el entuerto, solo quedaba pedir algo a cambio: "De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofenden es la ingratitud". Debían presentarse ante la sin par, cargados de sus cadenas como ofrendas a su belleza, y hablarles del de la triste figura y de sus hazañas. Claro, el fiero Ginés de Pasamonte (quien, además había escrito la historia de su vida) no tiene la más mínima gana de arriesgarse a caer de nuevo en manos de la Santa Hermandad, y así se lo dice a don Quijote, que cada uno de ellos irá por distinto camino para evitar que les cacen otra vez y que si quiere conformarse con rezos a su favor, que bien; si no, pues "tal día hará un año". Entonces nuestro hidalgo entra en cólera, le llama de todo menos guapo y vuelve a liarse un dos de mayo de no te menees: los galeotes moliendo a pedradas a Sancho y a su amo, Rocinante y el pollino haciendo de parapeto de la lluvia de piedras, el tal Ginés robando al comisario, que todavía estaba en el suelo, todo lo que llevaba encima, hasta la ropa y, finalmente, todos los fugados juntos, dando p'al pelo a nuestros amigos y dejándolos en cueros vivos, sobre todo a Sancho, que como siempre, se llevó la peor parte. Y es que, como dice el refrán: "cría cuervos...". Hasta el lunes que viene.

domingo, 8 de junio de 2014

Las torres de Sancho. Navarra en el siglo XI

Hace ya unos años que me crucé con Toti Martínez de Lezea. Fue con la novela A la sombra del templo, con la que disfruté de lo lindo por la sencillez y naturalidad con que la escritora me supo contar la historia de la ciudad. No sé muy bien porqué no había vuelto a cruzarme con ella, pero sabía que tarde o temprano lo haría, así que cuando me encontré sobre aquella mesa un montón de libros a punto de ser colocados en su sitio, me lancé de cabeza a por uno, algo pequeño, que asomaba apenas por debajo de un volumen enorme dedicado a la pesca de la trucha de río y que tenía escrito en el lomo el nombre de esta autora. Mi elección era fácil, la trucha no me interesaba en absoluto, salvo que estuviera escabechada.
   Leí un poco del resumen de la editorial y supe que estaba hecho para mí: Navarra, siglo XI, un rey fuerte, inteligente y guapetón y un reino que se iba fortaleciendo a base de alianzas, estrategias, lucha en las fronteras, intrigas y lealtades. En medio de todo eso, me iba a encontrar personajes reales y otros inventados, pero igual de auténticos. Habría también historias de amor y de traiciones, de nuevas normas religiosas luchando contra antiguas creencias, de luchas por el poder y por defender fronteras. Era evidente que ese libro se venía conmigo a casa.

   Una vez instalada en el sofá, me encontré con el rey Sancho III de Navarra. Empecé conociéndole de niño, bajo la tutela de los monjes y la regencia de su madre. Páginas después, conocía a sus amigos y a sus enemigos. Más adelante a la que sería uno de los amores de su vida y poco después a la que sería su esposa. Poco a poco, he ido viendo cómo se convertía en un rey fuerte que tenía que enfrentarse tanto al rey moro de Zaragoza, como al abad de Clunny, quien pretendía extender el nuevo rito por los monasterios navarros y a la vez su poder, y he visto cómo conseguía vencer a unos y a otros usando tanto la guerra como la diplomacia. Y así, me he ido metiendo poco a poco en una novela histórica apasionante, llena de aventuras, de intrigas, traiciones, lealtades; de ejercicio de la fuerza y del poder, de venganzas, de ambiciones, de historias de amor, donde la ficción se mezcla perfectamente con los hechos históricos.
   Creo que, en esto, nuestra autora es una maestra. Ella consigue, como pocos, contarnos una historia apasionante al tiempo que nos presenta las costumbres, la vestimenta, o lo que se cenaba en los grandes banquetes, sin necesidad de hacer altos en la narración, de forma tan natural que apenas nos damos cuenta, pero que nos mete de lleno en el ambiente de la época. Todo está perfectamente hilvanado para ir conociendo la realidad histórica a la vez que la vida personal de nuestros protagonistas. Esto hace que nos resulte muy fácil acercarnos a los personajes y comprender el momento en el que les ha tocado vivir, los hace más humanos, más de carne y hueso.

   Mientras leía y analizaba el libro, veía como la escritora iba dando saltos en la narración, yendo de personaje en personaje, según el capítulo, manteniendo así el interés por lo que iba a suceder. La vida de cada uno de ellos quedaba suspendida en el aire durante unos cuantos capítulos y así la historia transcurría mucho más dinámica y ágil y yo estaba cada vez más enganchada al libro. Día tras día y capítulo a capítulo, me he movido entre reyes, sacerdotes, nobles y plebeyos y me he paseado como si tal cosa por castillos y ciudades, por cabañas en el bosque y  por aldeas perdidas en las montañas. También me he dado alguna que otra vueltecilla por algunas cuevas encantadas y he estado en medio de rituales ancestrales, a la luz de la luna. Porque, en esta historia, se han mezclado convenientemente las creencias cristianas con la antigua mitología vascona, de tal forma que, a veces, los propios personajes no estaban seguros de qué era sueño y qué realidad; imaginaos yo.
   Sin embargo, ha habido un pequeño bache en el camino, un pequeño "pero" hacía el final que me ha hecho torcer algo el gesto, más bien alzar las cejas sorprendida ante unos cuantos hilos sueltos que no me cuadraban en absoluto con los personajes que había ido conociendo a lo largo de la novela. Tuve la sensación de que esos flecos perdidos querían justificar un final un poco atropellado. Aún así, ha sido un viaje apasionante. He recordado partes de la historia que se habían perdido un  poco en mi memoria y he aprendido otras que no conocía. ¿Qué más se puede pedir? ¿No creéis?
Reto: Mes de la novela histórica.

jueves, 5 de junio de 2014

Aprender, siempre aprender

A veces me asusta mi ignorancia. ¡Bueno! En realidad, me angustia más que asustarme, porque tengo la sensación de que cada vez hay más cosas por aprender y no tengo tiempo suficiente para aprenderlas todas.
  Acaba de fallarse el Premio Príncipe de Asturias de las Letras que ha recaído en John Banville; yo acabo de leer esta noticia hace apenas unos minutos y mi estómago acaba de ponerse tenso. ¿Quién es John Banville? Leo un poco sobre su obra: Irlanda, humor, historias de misterio. ¿Cómo es posible que no lo conociera? Empecé a navegar por Internet y, efectivamente, era alguien a quien merecía la pena conocer.
   Cada vez llevo peor lo de mis lagunas, cada vez mi sensación de perderme cosas importantes es mayor y, cada vez, mi angustia a no poder abarcar todo lo que quisiera es más grande. ¿Cómo ponerle remedio?
   Cuando era pequeña, mi enciclopedia particular era mi madre y el Espasa, uno antiguo de pastas duras y azules, con las letras doradas y unas hojas suaves y finísimas que me encantaba pasar con dos dedos. De adolescente, algunos de mis profes de instituto y, sobre todo, la radio ocupaban ese espacio, aunque por aquel entonces, lo que más aprendía era sobre música y sobre las andanzas de los músicos, ¡qué queréis!, estaba en plena edad del pavo. Mientras, mi madre, que no me quitaba ojo, me colaba sus revistas de Círculo de Lectores para que no perdiera del todo el horizonte.
   Todo cambió al llegar a la universidad. Entonces me consideré dentro de un mundo privilegiado, en donde podría aprender todo, saber más que nadie y descubrir cosas que nadie había descubierto hasta entonces, ya sabéis lo que es la juventud. En aquellos momentos, mis fuentes de sabiduría eran los periódicos, las conferencias universitarias, algunos programas de radio y las bibliotecas, a las que saqué todo su jugo, más allá de necesitarlas para los estudios. Pero entonces tenía todo el tiempo del mundo.
   Después todo cambió; había que luchar. Empezaron los maratones para buscar trabajo, las prácticas para llenar currículos, los cursos para completar conocimientos, y mi necesidad de saber de todo se redujo a saber cómo sobrevivir, así que mis inquietudes intelectualoides tuvieron que esperar durante unos años. Pero ese gusanillo inquieto, esa necesidad de saber de todo no disminuía, no se paraba. Me tenía que conformar con la televisión y con algún periódico de fin de semana. Hasta que caí en manos de la radio y descubrí todo lo que me podía ofrecer.
   Luego, el tiempo fue pasando, llegaron muchos cambios y tuve que adaptarme, o intentarlo. Y vino Internet. Y todo el conocimiento se presentó ante mí, y la sensación de vértigo y de nerviosismo ante todo lo que podía aprender se instaló en mi estómago definitivamente. Allí estaba el todo y la nada porque, al lado del saber de quienes eran profesionales, estaba la ignorancia de los que inventaban o difundían "leyendas urbanas". Podía aprenderlo todo o no aprender nada. Era el momento de empezar a navegar por la red y aprender, siempre aprender.
   Creo que, sin la magia de aquellas páginas satinadas del Espasa de 1957, Internet tiene otra bien distinta: el poder de llegar a todas partes, de presentarme a todo el mundo. Así que, con vuestro permiso, voy a conocer a John Banville que debo seguir aprendiendo.

lunes, 2 de junio de 2014

Capítulo XXI: Y don Quijote consiguió su yelmo

Como nos cuenta el dicho: "nada es verdad o es mentira, todo depende del cristal con que se mira". Y eso es lo que hace don Quijote, coge lo que ve y se lo moldea a su gusto.
¿Qué viene una barbero en su burro, con su bacía? Pues él se imagina que es el yelmo de Mambrino y que se lo queda. Tan ricamente, porque:
"(...) todas las cosas que veía con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerías y mal andantes pensamientos".
   Y así fue cómo don Quijote consiguió su indumentaria definitiva. Viendo venir a un barbero montado en su burro, se le imaginó un caballero "tocado con el increíble yelmo de Mambrino", una genial bacía que este ingenuo llevaba puesta para protegerse de la lluvia.  Como según los desvaríos de nuestro caballero, ese yelmo le había sido prometido, Dios sabe cuándo, ni corto ni perezoso se lanza al galope contra el dueño de tal maravilla. Entonces, el pobre barbero sale pitando como un loco para poner su vida a salvo y abandona bacía, asno y lo que se tercie. Pero no conseguía que el mágico yelmo se le quedara quieto en la cabeza. ¿Que me está grande? Porque el anterior dueño era un cabezón. ¿Que le falta una parte? Porque algún malandrín la habría fundido para ganarse unas perras. Ya se la acomodará él cuando se tope con un herrero:
"que más vale algo que nada, cuanto más que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada".
   Sancho decide que él también quiere sacar partido de esas leyes de caballería tan majas que convierten una bacía en yelmo mágico, así que decide cambiar su feo y viejo asno por esa maravilla que ha dejado abandonado el barbero en su huida. Pero nuestro hidalgo no le deja porque
"Nunca yo acostumbro-- dijo don Quijote--, despojar a los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos y dejarles a pie".
   Esto es lo que hay, aunque el pobre escudero no entienda de estas diferencias caballerescas tan raras y por eso da el cambiazo a los aperos de uno y otro asno, que menos da una piedra. Después de esto, tirando de su sentido práctico de la vida, busca como sacar partido de su situación y le propone a don Quijote servir a un rey o emperador que les pague sus andanzas porque:
"(...) por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde ya que se venzan y acaben las más peligrosas, no hay quien las vea y sepa, y así  han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intención de vuestra merced, y de lo que ellas merecen".
   ¡Qué buena idea ha tenido el amigo Sancho! Pero para esto:
"(...) antes que se llegue a este término es menester andar por el mundo, como en aprobación, buscando las aventuras, para que acabando algunas se cobre nombre y fama tal, que cuando se fuere a la corte de algún gran monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras".
   Y mientras don Quijote le explica los motivos, se monta una película de caballerías en toda regla, con sus bellas damas, sus grandes aventuras y sus reinos correspondientes. Ahí se queda "la sin par Dulcinea", en el Toboso, que él se casa con la princesa del castillo y se convierte en el futuro rey. Y puestos a soñar, Sancho se convertirá en un poderoso conde, acompañado de una gran condesa. 
   Y en estas les dejamos, buscando la fama. Hasta la próxima.

domingo, 1 de junio de 2014

Cerrar un cine, abrir un teatro

La primera vez que vi Cinema Paradiso sentí un nudo en la garganta. Me atrapó la historia, me enamoró la música y me emocionó la escena final de aquellos besos cortados por la censura y ensamblados de nuevo por las expertas manos de Alfredo. Pero lo que verdaderamente me hacía llorar como un niño era ver caer desplomado el cine en el que había ocurrido todo. 
   Yo había visto desplomarse poco a poco el cine de mi infancia. El antiguo "Gran Teatro" había quedado reducido a escombros. El que fue un teatro real, el coliseo cubierto más antiguo de España, se había caído a pedazos. La sala en la que descubrí la magia del cine se había cerrado hacía ya varios años sin que nadie pusiese remedio. El teatro y cine en el que mis abuelos vieron a Estrellita Castro o Gilda, en el que mis padres rieron con las comedias y vibraron con las películas, el ya definitivamente cine en el que yo descubrí la magia de la gran pantalla en medio de la oscuridad y el olor de las palomitas había perdido su cielo y todos los bastidores, bambalinas y telones que habían subido y bajado durante años.


   La increíble y maravillosa música de Ennio Morricone me hacía recordar aquellas tardes de domingo, en la sesión infantil de las cuatro y media, con las palomitas y el regaliz negro, con los gritos y aplausos de entusiasmo cuando el prota vencía al malo. Recordaba las naves de La guerra de las galaxias pasando por encima de mi cabeza hasta perderse en el espacio, a John Travolta enamorándose a pleno pulmón de Olivia Newton John, a Indiana Jones salvando el arca de la alianza y obligándome a elegir la carrera de Historia o el maravilloso ciclo sobre Hitchcock donde descubrí todo lo que puede dar de sí una soga.
   Al escuchar esta increíble banda sonora, más con el corazón que con los oídos, mis lágrimas caían como una catarata y mis compañeros de butaca me miraban como si me hubiera vuelto loca. Cada nota suya era un suspiro mío hasta acabar llorando juntos el protagonista y yo.

   Ahora, veinticinco años después de aquel cierre tan doloroso, aquel cine de mi infancia vuelve a abrir sus puertas convertido en un encantador teatro, cargado de los aires del original, inaugurado por Carlos III en 1766. Ayer, cuando pasé por delante de las puertas sentí cierta nostalgia al ver que mi cine se había transformado en un nuevo escenario lleno de posibilidades. Habían cambiado muchas cosas, pero estoy segura de que sus fantasmas, como los del Roxy de Serrat, estaban haciendo de las suyas entre las nuevas bambalinas que estaban a punto de estrenarse. Bienvenido "Teatro Carlos III".
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