Y llegaron para refugiarse de la Santa Hermandad, que no debía de estar muy contenta con la liberación de los galeotes: "que con la Santa Hermandad no hay usar
de caballerías, que no se le da a ella, por cuantos caballeros
andantes hay, dos maravedís (...)", le aclaró Sancho. Pero lo mismo pensó el "ex galeote" Ginés de Pasamonte, con tan mala suerte que se topó con ellos y le robó su querido asno a nuestro amigo: "(...) el cual viéndose sin él comenzó a
hacer el más triste y doloroso llanto del mundo (...): ¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en
mi misma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de
mis vecinos, alivio de mis cargas, y finalmente, sustentador de la
mitad de mi persona, porque con ventiséis maravedís que ganaba cada
día mediaba yo mi despensa!".
No había consuelo para el pobre Sancho, menos mal que don Quijote le consoló: "prometiéndole de darle una cédula
de cambio para que le diesen tres en su casa, de cinco que había
dejado en ella". Esto alivió tanto a nuestro amigo, tan mundano él, que: "de ninguna otra se acordaba, ni Sancho
llevaba otro cuidado (...), sino de satisfacer su estómago con los
relieves que del despojo clerical habían quedado, y así iba tras su
amo, cargado con todo aquello que había de llevar el rucio, sacando
de un costal, y embaulando en su panza;". Je, je, je, y es que Sancho es capaz de embaular comida como nadie, porque los duelos con pan son menos.
Metidos en faena y en medio de aquella maravillosa sierra, se encontraron todo un premio a sus desdichas: una maleta abandonada, con ropa de calidad y una bolsa con dineros. No os podéis imaginar (o sí) la alegría del buen Sancho cuando su señor le regaló las monedas, que para eso nuestro hidalgo era todo un caballero. Pero la alegría dura poco en casa del pobre, dice el refrán, y de repente apareció dando brincos entre los riscos un barbudo desarrapado que, lógicamente, identifican con el dueño de aquella maleta perdida y don Quijote propone devolverle sus pertenencia, lo que le da un gran disgusto a nuestro escudero. Pero no es fácil echarle el guante al de los brincos, porque se larga de allí triscando sin cruzar palabra con nuestros amigos. Más tarde, gracias a un cabrero con el que se cruzan, conocerán la historia de este saltarín, que vive entre las peñas, que vive de lo que le dan los pastores o de quitárselo el mismo y que alterna su locura con momentos de lucidez. Qué familiar, ¿eh? Un librillo de poemas y cartas de amor, encontrado en esa maleta viajera, les pone sobre la pista del origen de la locura de nuestro saltimbanqui. Pero la verdad nos la contará nuestro amigo Cervantes en la próxima entrega.
Para una vez que Sancho consigue algo que no son manteos, van y le rompen la ilusión, pero claro, es que don Quijote es honrado y lo que toca toca.
ResponderEliminarBesos.
Jajaja, menos mal que les va a costar echar el lazo al dueño de la bolsa, ;D. Abrazos.
EliminarGracias por una semana más :-)
ResponderEliminarDe nada, un placer, :D. Abrazos.
EliminarMadre mía, ahora en Sierra Morena. Estos dos no paran.
ResponderEliminarBesos.
Son unos correcaminos, jajaja. Abrazos.
EliminarMuy buen análisis, bastante completito! Pobre Sancho, lo del burro me dolió. 1beso!
ResponderEliminarGracias Tizire, y eso que se me quedan muchas cosas en el tintero. Abrazos.
EliminarYo he pasado por este capítulo sin pena ni gloria y es que me lo leí anoche deprisa y corriendo para comentarlo hoy. Resultado: tengo que releerlo !
ResponderEliminarBesos.
Pues a ello. Lo de menos es lo que cuenta, sino los diálogos que provoca entre nuestros protagonistas. Saboréalos. ;D. Abrazos.
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