domingo, 24 de septiembre de 2017

Entre detectives y legionarios romanos

Estas últimas semanas he tenido entre manos unas lecturas bien distintas. Empecé con unos asesinatos en el Londres victoriano y terminé a orillas del Rin, en plena guerra entre germanos y romanos. De una historia de detectives que tenía a Charles Dickens como uno de sus protagonistas, a una novela histórica sobre una de las mayores derrotas sufridas por el imperio romano. ¿Por qué las he unido aquí? Por las cosas en común que han tenido para mí y, honestamente, porque no sabía si darían para una entrada propia.
   Su primer punto en común está en la manera en que las conseguí: sin pensar. Me explico. La primera de ellas El detective y Charles Dickens, de William J. Palmer, estaba en una de las estanterías de una tienda de libros de segunda mano que me topé por casualidad viniendo del trabajo. Era una de esas tardes calurosísimas en las que se derretían las piedras y la semioscuridad de la librería me hizo creer que allí encontraría el aliento que empezaba a faltarme. ¿Qué mejor que recuperarlo entre libros? Pero nada más lejos, la atmósfera dentro era más sofocante que fuera (donde, al menos, corría el aire) y una jovencísima dependienta me perseguía sin descanso ofreciéndome las "increíbles" ofertas de las que podía disfrutar. Mi agobio llegó a tal punto que, cuando vi "Dickens" y "detective" en una misma frase, no lo pensé más y lo compré, para escapar lo antes posible del bochorno. Ya leería la sinopsis más tarde.   
   La segunda novela andaba camuflándose entre las páginas de la revista de Círculo de lectores, a la que yo llevaba ojeando unos días sin encontrar nada que me convenciese. Los wasap de mi agente habían saltado sin descanso los últimos días recordándome que llegaba la fecha del pedido y que yo estaba todavía en Babia; que me decidía o me encascetaba la sugerencia del mes, que no me apetecía nada. En la misma situación de agobio que en el caso anterior, empecé a hojear la revista, hasta que mis ojos se atascaron en Valerio Massimo Manfredi y en Teotoburgo. ¡Anda! --pensé--. Una de romanos. Pues esta misma.
   
El segundo punto en común fue el entusiasmo con que las empecé a leer. En la El detective..., Palmer conseguía crear esa atmósfera tan londinense de calles húmedas, lúgubres y envueltas en niebla, donde parece que no queda más remedio que cometer un asesinato. Los personajes de Dickens y del inspector Feald, que investiga el asesinato de un conocido hombre del teatro, eran bastante convincentes, lo mismo que el del narrador de la historia, Willkie Collins, amigo personal de Dickens y autor de este supuesto manuscrito, autobiogrgáfico e inédito, que desvela las aventuras detectivescas del famoso escritor. El misterio estaba servido y la intriga también.
   La segunda novela me presentaba la historia de dos hermanos, Armin y Wulf, príncipes de la tribu de los queruscos, que son hechos prisioneros por una legión romana y llevados como rehenes a Roma para ser educados y "civilizados" a la manera del Imperio (entonces dirigido por Augusto). La descripción de costumbres de una y otra cultura, las intrigas políticas de la Urbe, el choque de mundos con el que se encuentran los dos muchachos y la habilidad de Manfredi para hacer que la Historia se convierta en un estupendo argumento novelesco me prometían una gran lectura.
   Ya estamos en el tercer punto en común: esa parte media del libro, el meollo de la historia, esa franja tan peligrosa que puede hacer que abandones un libro, ese punto crítico que, si no superas con facilidad, te pone en la disyuntiva de mandarlo todo a paseo. Y aquí, por desgracia, también coincidieron. Me encontré con una caída en picado del argumento, unas situaciones que no terminaba de entender entre los protagonistas, unas reflexiones y unas escenas que rompían completamente con el inicio de la novela, como si los dos autores se hubieran cansado de escribir, como si se les hubieran acabado las pilas en pleno proceso creador y estuvieran tratando de cruzar el foso como fuera, a ver si en la otra orilla encontraban el camino de subida.
   Mientras Palmer se recreaba, sin ton ni son, es escenas sórdidas sobre los vicios y pecados de la sociedad victoriana de aquel entonces, Manfredi metía a sus protagonistas en un acertijo sin sentido que debían resolver lo antes posible, porque se suponía que podía cambiar el curso de la Historia, pero que lo único para lo que sirvió fue para dejarme confundida y sin ser capaz de "pillarle" las intenciones al maestro. En los dos libros, sus autores habían bajado la cuesta pedaleando a toda pastilla en una bici de carreras y ahora tenían que subir la montaña sin aliento y en triciclo. Y yo empezaba a cansarme también y a desear que terminaran pronto. ¿Hay algo más triste?
 Y, por fin, el último y definitivo punto en común: el giro; ese momento en el que las cosas cambian como por un golpe de viento y la historia empieza a coger carrerilla y a engancharte de nuevo. En el primer caso, Dickens y su amigo Willkie se ven metidos de lleno en la vorágine de la investigación, como héroes y actores principales, como mano derecha del comisario Field, para conseguir las pruebas que permitan atrapar al asesino y rescatar a la "prota" (candorosa y muy femenina ella) de un destino horrible; además, lo hace entremezclando muy bien la ficción con los hechos reales de la vida del escritor. En el segundo caso, Manfredi vuelve a surgir de sus cenizas para recrear los hechos históricos con una mezcla de leyenda y realidad, metiéndose en la piel de los protagonistas para darles vida de nuevo y contándonos, de una forma frenética y emocionante, el enfrentamiento que hizo desistir a Roma de convertir Germania en una nueva provincia del imperio.
   Al terminar cada uno de ellos, me quedé con la sensación de despiste que dejan esas vivencias anodinas que no sabes cómo calificar. ¿Fueron malas lecturas? No, pero tampoco fueron buenas. ¿Me dejaron mal sabor de boca? Pues tampoco, pero no es que las paladeara más allá de la última página. ¿Las debería haber dejado en el olvido? En absoluto, pero no me sentía capaz de dedicarles una entrada particular a cada una. Así que, lo mejor era que se hicieran compañía.
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