martes, 30 de agosto de 2016

Bendita tormenta

Quién no ha soñado alguna vez con que se producía una gran confluencia de los astros y nos dábamos de bruces con el amor de nuestra vida, con el que además teníamos que pasar varios días, muy románticos, a ser posible. Yo sí.
   Bien, pues Mónica Gutiérrez me ha leído el pensamiento y lo ha plasmado en El noviembre de Kate. Ha cogido dos personajes, con carencias afectivas, necesitados de abrazos y protección, vulnerables a su manera, y los ha unido: Kate, una mujer introvertida y solitaria, y Don, un hombre torturado y obstinado con hacer justicia. Eso sí, ha necesitado un complot de corrupción empresarial, un programa nocturno de radio, un bar escondido en el último rincón de un hotel y una tormenta de nieve de las que hacen época. Pero todo se lo merece esta historia.
   El argumento, a mi modo de ver, es lo de menos, aunque me tuvo con la nariz pegada a la tablet todo el tiempo. Los importantes son ellos, sus protagonistas; cada uno llena, exactamente, los huecos del otro. Kate se siente atormentada por un jefe brutal que parece no parar nunca de explotarla, olvidada por una familia que habla con ella por skype una vez a la semana sin apenas escucharla y refugiada en su amigo camarero, el único que la escucha y le da caña a la vez para que cambie su vida. Don está obsesionado por vengar la muerte de su mejor amigo (causada por los tejemanejes corruptos de una gran empresa), junto a otros dos colegas tan colgados como él (y expertos también en el mundo informático, no digo más), con un hermano que parece sacado de las "guaridas" de Wall Street y un padre canguro de dos gemelos al estilo Zipi y Zape. A primera vista, un par de "ejemplares" complicadillos de tratar. Pero no todo es lo que parece en esta historia.
   Empecemos por lo que les rodea: una contagiosa atmósfera de bienestar, continuas pinceladas de ironía y de sentido del humor, los personajes a quienes te dan ganas de abrazar y comerte a besos, los rincones escondidos y pequeños con un aire casi mágico y esos capítulos intercalados que parecen ir a su aire dentro de la novela, Fragmento de las memorias de William Dorner, el incomprendido meteorólogo, la única persona que predijo la gran tormenta que cambiaría las vidas de todos ellos, y a quien nadie hizo caso.
   Como toda buena historia que se precie debe contar con pequeñas dosis de misterio, soltadas con cuentagotas, y con zancadillas e impedimentos que lo líen todo para resolverse al final de una forma rápida y sencilla; ¡qué más da!; estamos tan centrados en lo que sienten y piensan unos personajes que hemos hecho nuestros que todo lo demás son pequeños aderezos, siempre bienvenidos. 
   Confieso, sin embargo, que algunas escenas me recordaban demasiado a la típica comedia romántica del cine, pero están envueltas con un encanto tan hábil que solo parecen posibles dentro de esta novela, en ningún otro sitio, y terminé por zambullirme en ese ambiente tan especial donde "(...) olía a jabón de lavanda y a librería encantada". ¿Se puede pedir más?

domingo, 21 de agosto de 2016

No puedo decir que estoy de vuelta

Una dice: "¡Hola" Ya estoy de vuelta", cuando se ha ido a alguna parte, pero no es mi caso. Ni he hecho envidiables viajes por lugares exóticos ni he disfrutado del lugar de mis orígenes familiares ni me he escondido del mundanal ruido. No, me he quedado aquí, en mi casita, en mi pueblo y en mi trabajo, salvo alguna escapada de "largo puente".
   Sin embargo, creo que tengo todo el derecho a decir: "¡Hola! Ya estoy de vuelta", porque mi abandono de este rincón mío ha sido absoluto. Y no penséis que no lo echaba de menos, pero los impedimentos no son solo cuestiones físicas, sino también mentales; una desidia gigantesca se ha venido de vacaciones a mi casa, y las largas tardes de verano, se ha sentado conmigo en el sofá, me ha cogido de las manos y me las ha colocado en el mando de la tele, para impedirme hacer nada más que cambiar de canal o de ver series descargadas (todo muy legal, ¡qué conste"). Sin embargo, y por fortuna, he sido capaz de que me devolviera las manos para sujetar algunos libros y pasar páginas o pantallas y, aunque no han sido demasiados, me han permitido limpiar mi conciencia de las horas pasadas delante de "la caja tonta".
   Terminé hace tiempo El noviembre de Kate, de Mónica Gutierrez, que en plena solanera del verano, trajo consigo una tormenta de nieve que me vino de perlas. Fue hace tiempo, como digo, pero todavía me relamo de lo bien que me sentí leyéndola.
   Después di el salto a la fantasía. Hacía siglos, ¡qué digo!, milenios que no leía una historia de fantasía, así que deslizando el dedillo por la pantalla de la tableta, me encontré con una antigua adquisición de esas que haces en un subidón de compras libreras, y que parecía decirme: "leeme leeme" desde su portada "mágica". No me hice de rogar, la verdad, paradójicamente, Desidia estaba tan activa que cualquier cosa le venía bien, y a mí también, dicha sea la verdad. Así que me puse manos a la obra con Las Tierras Blancas, de la saga Leyendas de la Tierra Límite, y me metí de lleno a preparar conjuros, atravesar páramos y bosques malditos y a salvar a la población del mal y la oscuridad. Fue una buena sensación: entretenida y relajante.
   
En mitad de tanto frenesí, se le coló a mi invitada Desidia un libro en francés que yo tenía la intención de utilizar para actualizar un poco lo que se me iba olvidando del curso acabado, y ¡claro!, la lectura ha resultado ser más lenta, lápiz en mano, entre subrayados, signos de interrogación, notas al margen y cabezadas en el tren.  Porque Mémoires d'Hadrien, de Marguerite Yourcenar, no es precisamente una perita en dulce, por eso sigue entremezclada con el libro de turno y así puede colarse de vez en cuando en mis lecturas.
   Y como colofón, le di en los morros a Desidia con una novela histórica sobre los tartesios, ¡toma castaña! Lo mismo se pensaba que tenerla merodeando todo el día haría que evitara correr riesgos. ¡Pues no señor! Me tiré de cabeza a la novela El hombre de la plata, de León Arsenal, a ver qué se cocía allá por el siglo VI a. C., cuando pululaban por aquí los fenicios, griegos, tartesios y todo el maremagnum de tribus y pueblos de la península. Acabo de pasar la última página y todavía no sé qué narices he sacado en claro. A pesar de zambullirme, no he conseguido sumergirme ni una sola vez; todo ha sido "flotar y avanzar un poco". Pero esto ya lo contaré más adelante.
   De momento, os saludo de nuevo, y espero que sin nuevas despedidas, y que Desidia no se de cuenta de que se ha quedado sola en el sofá.

martes, 2 de agosto de 2016

La Abadesa

Que la novela histórica me chifla no es ningún secreto, pero también puede ponerme de los nervios si de rigor histórico tiene lo que yo de fraile. Es cierto que tiene que haber licencia poética, pero algunas de estas licencias son tan poéticas, que "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia". Por eso disfruto tanto con Toti Martínez de Lezea.
Esta escritora tiene una habilidad especial para combinar en sus novelas el momento histórico con la trama, y reflejar así la situación de una época determinada de una forma natural y amena. Aprendo un montón con el enorme trabajo de documentación que hay en sus novelas, con la forma en que refleja las normas sociales, los hechos políticos, las tradiciones y costumbres. Todo esto ha hecho que La Abadesa, María la Excelenta haya sido una lectura entretenida y agradable, aunque a veces, algo flojilla. Y ahora os cuento el porqué.
La historia tenía su enjundia: la vida de una de las hijas bastardas de Fernando el Católico (reconocida por el rey cuando ella ya era "mayorcita" y él veía una de sus reales piernas en el más allá), que llevaba en la ignorancia sobre sus orígenes casi toda la vida. Sin embargo, en los hechos "inventados" he notado cierta superficialidad, más parecía una excusa para soltar la moralina. La Abadesa, María Esperanza de Aragón, una vez que se ha enterado de sus orígenes, se pasa la novela en un constante tono de amargura y resentimiento que no termina de gustarme. Es lógico que no sintiera ningún aprecio por el rey, pero se queja más por lo que podía haber tenido como infanta que por haber perdido a su madre y a su familia. Demuestra un odio "siciliano" por uno de sus hermanastros al haber tenido lo que ella debería haber tenido también, y refunfuña cada vez que se tercia del poco cariño recibido en su vida, cuando se presenta a sí misma como una mujer respetada y querida en su convento.
La figura del rey es vapuleada durante toda la novela, pero del "cretino" de su tío se queja poco (culpable de muchos de sus males). Sí, le pone como un mal bicho, igual que a su primo, pero sin demasiado entusiasmo. No voy a decir yo que Fernando de Aragón fuese un alma cándida (a pesar de imaginármelo desde ahora como un tío buenorro gracias a Rodolfo Sancho), pero tampoco es que fuera "oliendo a azufre". Eso sí, las mujeres salen muy bien paradas: son mujeres con coraje, con decisión, que luchan por lo que quieren. Me ha gustado especialmente la manera en que trata la figura de Juana la Loca, sin regodearse en lo macabro de su encierro, pero recreando el ambiente en el que seguramente vivió y el tipo de personas que la rodearon. Como me parece genial el retrato psicológico que hace de la reina Isabel a través de sus rasgos físicos.
Pero salvo algún que otro momento teatrero, propio de culebrón, para arrancarnos la lágrima, el excelente trabajo de documentación y un lenguaje imitando al de la época (sin dejar de ser claro y sencillo) me han metido de cabeza en uno de los momentos, para mí, más interesantes de nuestra historia. Me ha dejado pasear por los monasterios más importantes mostrándome como se vivía en ellos, me ha enseñado costumbres y leyes no escritas que regían la vida de la gente y, sobre todo, me ha dado a conocer costumbres y normas de la sociedad vasca de entonces que me han sorprendido mucho, como que las mujeres solteras llevaran afeitada la cabeza.
¡Ah! ¡Qué no se me olvide!: ¡qué habilidad para la descripción de los paisajes y de las ciudades; en especial, me ha gustado la que hace de Bilbao. ¡Y cómo se nota su amor por la tierra que describe! Trata de ser objetiva destacando los puntos negativos, pero se le escapa, lógicamente, su admiración.
Sé que me dejo muchas cosas en el tintero, pero no quiero que eso sea más largo que un rollo macabeo. Así que, en concluyendo, a pesar de parecerme una novela más floja que otras que había leído hasta ahora de ella (quizás porque fue de las primeras que publicó), sigo disfrutando con su forma de escribir, por lo bien que entremezcla, no solo las costumbres sociales de la época con la trama de la novela, sino sobre todo, por los hechos y personajes históricos que intercala de vez en cuando, dando más realismo al relato. Por eso, seguiré leyendo sus novelas con el mismo entusiasmo que hasta ahora.
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