domingo, 29 de septiembre de 2013

Los clubes y los clásicos

Si hay algo que me llama la atención de los británicos es la facilidad que tienen para montar un club o una "real sociedad-asociación-fundación" sobre el tema que sea. Lo mismo les da que se trate de la "Sociedad sobre la floración del rosal enano de Madagascar", o la "Muy real asociación de las propiedades del ruibarbo", como de las dedicadas a sus grandes celebridades: pintores, políticos, escritores. 
   
   ¿A qué viene esto? Pues viene a que hace unos días recibí la sugerencia de una amiga y seguidora (de las más fieles) que me propuso una nueva sección sobre la vida de escritores que superan incluso a sus novelas (algo que estoy "cocinando" en mi cabeza, a ver si un día sale adelante) y, mientras lo pensaba, me acordé de uno de los programas de Página2 que vi hace unas semanas, en el que se hablaba de Jane Austen y de la sociedad fundada en Gran Bretaña para conservar y difundir todo lo relacionado con esta escritora y su obra. Entrevistaron a una de las responsables, salieron imágenes de la casa donde vivió la familia, algunos de sus manuscritos, etc. Si le echáis un ojo a su página, podréis ver lo cuidadísima que está, la cantidad de aspectos que se tocan, el cariño con que se trata todo lo relacionado con la autora, su mundo, su obra.
   Mi pregunta entonces fue: ¿Nosotros podríamos hacer algo así con nuestros autores? ¿Cuantas de estas sociedades, agrupaciones, clubes o como queramos llamarlo, existen en nuestro país? ¿No creéis que lo primero que diríamos de algo así es que es friki? Quizás sean los genes culturales diferentes, el clima plomizo que invita a crear clubes o los efectos de la cerveza caliente, vaya usted a saber, pero lo cierto es que no veo yo esa pasión por cuidar de nuestros clásicos.
   Reconozco mi ignorancia sobre el tema, pero en una búsqueda rápida por Internet lo más que he encontrado han sido fundaciones de escritores, una fundación dedicada a Camilo José Cela y la Asociación de casas-museo, no mucho más. Si me equivoco en esto, que alguien me lo diga; no sabéis lo contenta que me iba a poner.
   
   Tampoco se trata de imitar por imitar, pero si celebramos Hallowen como si hubiéramos nacido con una calabaza entre las manos, contando historias de terror y pintándonos la cara de moribundos, pues podríamos poner el mismo entusiasmo en imitar este amor por los clásicos que tienen nuestros vecinos anglosajones.
   Un país con seis premios Nobel de Literatura en la mochila tiene material donde elegir. Si quieres terror, puedes leer las Leyendas de Becquer; si quieres amor, ahí está Fortunata y Jacinta, de Galdós, me río yo de los culebrones; si quieres fantasía, leete Alfanhuí, de Sánchez-Ferlosio; si lo que te gusta es el dramón, con La casa de Bernarda Alba vas bien servido; y así "hasta el infinito y más allá". No quiero ponerme sentenciosa, solo abrir un pequeño debate sobre el por qué de nuestra dejadez hacia nuestros clásicos. ¿Es nuestro programa educativo? Puede, pero no exclusivamente. Hemos visto hasta la saciedad versiones diferentes sobre obras de Shakespeare, Dickens o la propia Austen. ¿Cuantas hemos visto sobre obras de Galdós, Lope de Vega, Cervantes, Delibes,  Zorrilla,  Cela, o García Lorca? ¿No hay directores o actores capaces de llevarlas al cine o al teatro? No me lo creo. Pilar Miró lo hizo con El perro del Hortelano, y fue un éxito. Pero de eso hace tanto tiempo que nos parece la Prehistoria.
   ¿Qué pensáis vosotros del tema? ¿Quizás me he puesto demasiado dramática? Bueno, a veces, soy un poco dramática.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Una geisha, una peli, un libro

La noche del domingo me encontraba tirada en el sofá resignada a pasar otra aburrida noche de transición al lunes. Pasaba de cadena en cadena buscando alguna cosa interesante que llevarme a la boca junto al bol de cereales cuando, de repente, me encontré con la imagen de un paisaje misterioso entre brumas y el título de Memorias de una Geisha cubriendo la pantalla. Era la mejor opción para esa noche aburrida, pero, al mismo tiempo, me daba un poco de yuyu, ya que las últimas adaptaciones de libros que había visto, habían sido malas, malas. ¿Me decidía a ver esta? ¿Me arriesgaba? Memorias de una Geisha, de Arthur Golden, había sido una novela que había leído con entusiasmo en su momento, una novela que había disfrutado muchísimo y que recordaba con cariño. No quería llevarme otra decepción. Y tuve suerte, no fue así. Fue una gran película, vi una buena adaptación y disfruté de lo lindo con la fotografía, el colorido y la banda sonora.
   El principio de la película no se correspondía con el de la novela. Se había cambiado lo que de verdad pasaba con Chiyo y su hermana mayor Satsu. -- Ya está aquí Spielberg (el productor) -- pensé. Pero tampoco iba a ser yo "más papista que el papa", y esperé. Al final, era una buena forma de conseguir el dramatismo suficiente para hacernos llegar los sentimientos de esas dos niñas de una forma más directa y eficaz. Además, según fue transcurriendo la historia me daba cuenta de que las licencias cinematográficas (por llamarlas de alguna manera) seguían transmitiendo lo más importante del libro: los sentimientos y sensaciones de la niña que se convertiría en geisha.
   
   La película cada vez me gustaba más. Me gustaba la forma de representar la dureza de la vida en la okiya (la casa de las geishas), la fuerte jerarquía dentro de la casa, entre la "hermana mayor" y las niñas (sus criadas), el pago de la deuda a la okiya, por parte de una geisha y que significaba su falta de libertad, la lucha entre estas, con auténticas estrategias bélicas, etc. Me encantó la fotografía cargada de la delicadeza de una pintura japonesa, llena del colorido de los quimonos, los paisajes o el maquillaje de las mujeres, igual que los contrastes entre los grises y sucios colores de las casas donde vivían y la riqueza y lujo de las casas de té o de los teatros donde actuaban.
   Los actores me parecieron magníficos aunque me sorprendió que fueran en su mayoría chinos que, aunque nosotros no veamos la diferencia, "haberla hayla", pero eso da igual cuando son convincentes y pasionales, y tan reales que me sentí metida de lleno en ese mundo. Reconocí muchos pasajes del libro, diálogos fieles a la novela, partes narradas por la protagonista, casi textualmente, y me sentí bien: estaba disfrutando de la historia, estaba recordando lo contado por el libro y reviviendo muchas de las sensaciones que tuve cuando lo leí.
   Aunque la película acaba momentos antes de lo que lo hace el libro, creo que me encontré con un gran guion que había conseguido captar la esencia principal de su fuente, que había sabido respetar la historia en los puntos más importantes y que, aunque se había permitido ciertas licencias, al final, estas no suponían un cambio significativo en la historia real.
   Así que, quienes hayáis leído el libro, atreveos con la peli, que no defrauda. Y quienes hayáis visto la peli, animaos con el libro porque os gustará mucho más.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Momento musical vibrante

Cada vez que llega el día 21 de cada mes, sé que tengo una de las tareas más especiales y mágicas desde que empecé este blog, Mi momento musical. Y eso es porque escuchar música y hablar sobre ella siempre me cura.
   Igual que me ocurre todos los meses, tengo que andar dándole vueltas a la cabeza para ver qué elijo, porque se me agolpan un montón de temas. -- "Eso es bueno" -- me digo. -- "Eso quiere decir que he sentido mucho".
Cuando La morada de Nieves propuso el Momento musical vibrante, dos canciones saltaron las primeras a mi cabeza: El universo sobre mí, de Amaral e Insurrección, de El último de la fila.  Los dos me trajeron recuerdos de momentos llenos de energía, vitalidad, adrenalina y ganas de comerme el mundo, llenos de lo que para mí significa vibrar y sentirme llena de vida. Son dos momentos que vuelvo a recordar, alguna vez, sintiendo casi las mismas cosas que sentía entonces. 
El primero lo reservo para momentos caseros en los que, como bien dice la canción, "quiero vivir, quiero gritar, quiero sentir el universo sobre mí". 

   El segundo es un recuerdo más lejano pero que todavía se conserva muy bien.

   Era el mes de mayo y estábamos a las puertas de la vorágine de los exámenes universitarios. Esos días estábamos casi prisioneros en la biblioteca de la facultad, en donde no te podías permitir perder tu sitio en la sala, porque miles de ojos acechaban "como un halcón" en busca del ingenuo que se marchara a estirar las piernas. Después de pasar allí todo el día intercambiando apuntes, consultando libros, esperando los que no llegaban, decidiendo los que te llevabas; después de varios turnos de vigilancia del puesto, con permisos cortos para ir al baño, tomar un café o fumarse un cigarrito (tanto si fumabas como si no), llegaba el momento de salir al exterior, cansados, con los ojos llenos de luz fluorescente y los oídos cargados de siseos y cuchicheos. En uno de estos días, cuando ya abandonábamos la clausura, llegamos a ese bar que alguien eligió la primera vez y que se convirtió en el oficial para siempre, pedimos una cañita y un pincho de tortilla y sonó Insurrección  y, como tocados por una barita mágica vibrante, empezamos a cantar como locos,  "me siento hoy como un halcón, llamado a las filas de la insurrección". La energía nos quitó de un plumazo el olor a encierro, los ojos rojos y el cansancio y me unió todavía más a aquella panda de ilusos que adorábamos la Historia y pretendíamos vivir de ella. Algunos lo han conseguido.



jueves, 19 de septiembre de 2013

Sorteo

Hola a todos.
   Solo quiero informaros de que voy a participar en mi primer sorteo, en el blog Libros que voy leyendo, en donde se sortea un ejemplar de Besos de arena, de Reyes Monforte.
Deseadme suerte.

Sorteo Besos de arena

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Corrección, por favor

Cuando me decidí a formarme como correctora, no imaginé que se convertiría en una obsesión. Desde que terminé mis cursos, no consigo leer nada sin analizarlo. Es como una maldición: si leo, corrijo (excepto mis post que, no sé por qué, siempre se me escapa vivo algún que otro fallo). Así que, cuando navego por Internet, "pesco" erratas, de todo tipo y en todas partes, desde periódicos hasta blogs.
   En estos últimos días, me he encontrado con algún que otro "gazapillo" gracioso y con algún párrafo que parecía un trabalenguas, en donde no había forma de entender ni pizca. Léase:
-- "La falta de escrúpulos –y profesionalidad, entiendo, por tanto- de la gente que organizan ferias o eventos o cursos o lo que sea alrededor del tema y la cantidad de copias de copias de ideas y formatos y demás"Ahí queda eso. 
   Primero, hay que coger aire para leerlo todo de carrerilla, sin una coma. Segundo, hay un pequeño lío mental según va avanzando la frase, con "lo que sea", más "copias de copias de ideas", más "lo demás". Es como si el autor o autora se fueran acelerando palabra a palabra, como si los pensamientos fueran más rápidos que sus dedos. Y por último, un sujeto que no se corresponde con su verbo "la gente que organizan" y una cursiva que no sé qué quiere destacar.
   Otro ejemplo:
-- "Esta semana no hay sorteo nuevo (recordad que sigue vigente el de La felicidades un té contigo) pero para No variar viene cargada de novedades.
El martes una novela con un título más que sugerente: La mujer que vivió un año en la camade Sue Townsend. Humor inglés paea los aficiinados a ese género".
   En fin, errores, erratas, fallos de nuestros dedos al correr por las teclas. No sé muy bien cual es el motivo. A veces pienso que nos da igual, que no damos importancia a la forma, si... "total, se entiende lo que he querido decir, ¿no?". Esto lo he oído miles de veces.
   Pero, sinceramente, creo que la forma de escribir y de expresarnos es tan importante como lo que decimos. Algo mal escrito o mal redactado da una sensación de desidia y de pobreza enorme. Igual que nos vestimos de forma diferente según estemos en casa o en el trabajo, con los amigos o con algún conocido, tampoco podemos escribir igual en un blog que en nuestra lista de la compra, en el móvil o en un correo electrónico a un cliente.
       Por eso... ¡Un poquito de por favor!, que no cuesta tanto trabajo y quedamos divinamente. Solo los genios se permiten licencias.
   Ah, os recomiendo este artículo (que me llegó gracias a mi amiga Anetta, de Facebook) sobre lo que no debería ocurrir jamás:
   Espero vuestras opiniones. Saludos.

jueves, 12 de septiembre de 2013

La felicidad es un té contigo

Este libro de Mamen Sánchez me llegó por casualidad. Estas cosas que pasan, bastante a menudo, cuando ya has planeado una cosa concreta y surge algo que todo lo desbarata. Yo tenía, más o menos, un plan de ataque y tenía, más o menos, ganas de empezarlo. Sin embargo, este libro estaba encima de la mesa, por casualidad, y mi hada madrina bloguera me lo prestaba, por casualidad. Así empecé a leer esta historia que se presentaba como "la novela más alegre del año" y provocadora de carcajadas, aunque no fue así en mí caso, la verdad. 
   Empecé a leer con un poco de prevención por distintos comentarios de aquí y de allí. Aunque intento no dejarme influir, a veces me es muy difícil despojarme de "habladurías". Y me encontré con una historia diferente: vidas dramáticas en muchos casos, aburridas y rutinarias en otros, revestidas de un toque cómico, incluso esperpéntico, que hace que nos traguemos la píldora más fácilmente. Una historia que te hace sonreír de ternura en muchas ocasiones, pero que las más de las veces nos muestra una realidad bastante cruda envuelta en formato de comedia bastante agridulce.
   Pero no me malinterpretéis, es una novela agradable, amable y con mucho encanto; una novela que se disfruta, yo al menos así lo he hecho. Está escrita con un ritmo muy rápido, un lenguaje muy popular, lleno de expresiones de la calle, de abundancia de punto y seguido, de pocos diálogos y de mucha acción, que la hacen muy fácil de leer, muy ligera y muy cercana. A los personajes se les termina queriendo y a las situaciones, tolerando. A veces, son demasiado increíbles, como la del inspector del policía con el supuesto cerrajero, o la del inglés algo estirado que termina cantando flamenco en un tablao, rodeado de una familia gitana en los cármenes de Graná.
   Pero vayamos por partes. La historia nos cuenta cómo un editor británico decide abrir una revista literaria en Madrid para apoyar la expansión de su editorial aquí en España; de cómo contrata a cinco mujeres (a la cual más particular) para que se encarguen de sacarla adelante y de cómo, tras un rotundo fracaso, envía a su hijo (típico señorito inglés acostumbrado a participar en regatas y deleitarse con "manjares" del tipo sandwich de salmón ahumado con queso a las finas hierbas) a que cierre la revista y despida a sus empleadas. Lo que ingenian estas para evitarlo, los personajes que se entremezclan en la historia, el resultado final y, sobre todo y especialmente, los mantelitos de ganchillo que colocan estas mujeres encima de la fotocopiadora rayan el esperpento.
   Y sin embargo, fueron precisamente estos "desentonos" los que me arrancaron la sonrisa, o la sorpresa o, incluso, la desesperación ante determinadas actitudes o acciones, haciendo que me metiera mucho más en la novela: hasta les hubiera echado una bronca si hubiera podido. Cuando acabé el libro, pensé sinceramente que no había leído otra cosa que una típica comedia de enredo usada para envolver una serie de vidas y situaciones dramáticas y, por desgracia, bastante comunes, pero que me había dejado un buen sabor de boca.
   Sé que es un libro muy leído y muy comentado en diferentes blogs, precisamente por eso, espero como agua de mayo vuestra opinión. 

La belleza encerrada en el Prado

Como ya os comenté, hace unos días me levanté con ganas de arte y me fui al museo del Prado a ver la exposición La belleza encerrada. No tenía muy claro qué me iba a encontrar, porque (para mi vergüenza) no me molesté en echarle un ojo a la página del museo que tan bien resume y presenta sus exposiciones, y te lleva de la mano por ellas para que disfrutes más sabiendo lo que vas a ver. Así que, tan tranquila en mi ignorancia, allá que me fui, dispuesta a disfrutar. Y lo hice, ya lo creo.
   ¿Qué me encontré? Pues la belleza, ni más ni menos, presentada de forma cronológica para que podamos apreciar lo que ha ido significando a lo largo de los siglos, y lo que ha cambiado. Una selección cuidada de cuadros y esculturas que forman parte de esa inmensa colección que tiene el Prado en sus almacenes y que, después de restauradas, ha sacado a sus salas para hacerles un mínimo de justicia.
   Nada más entrar me recibió Palas Atenea (en reproducción de época romana), como diosa de la sabiduría y las artes. ¿Qué más podía pedir? E inmediatamente después, La Anunciación, de Fra Angelico, ¡Qué maravilla! La cosa prometía. Y así fue como me fui encontrando, poco a poco, una serie de pequeñas obras (otras no tanto) que me mostraron lo que había significado la belleza a lo largo de los siglos: desde la importancia por el refinamiento o la técnica en el Autorretrato  de Alberto Durero, hasta la simple belleza de los colores o las escenas de la vida cotidiana de La ermita de San Isidro, de Goya. Todo, o casi todo estaba encerrado ahí. 
   
Y sí, encerrado, nunca mejor dicho. Y es que muchas de las obras tuve que verlas asomándome a pequeñas ranuras y agujeros, como si mirase a través de la rendija de una puerta para descubrir un tesoro que está guardado y que no todo el mundo puede ver. La exposición está montada de tal forma que, según avanzas por las salas, puedes ver algunas obras de la sala que te espera después o de la que has dejado atrás, a través de aberturas en las paredes, como pequeños ventanucos por los que asomarse y que, al mismo tiempo, se convierten en los marcos de las obras que vemos. Me pareció tan original.
   El recorrido me presentaba todo tipo de obras y de temáticas. Desde pequeños retablos religiosos hasta desnudos y paisajes orientales, pasando por bodegones, flores, mitología, vida cotidiana. En fin, que no había forma de aburrirse. Y lo mismo pasaba con los pintores y escultores. Lo mismo te encuentras a un anónimo inglés que retrató a Isabel la Católica, como a "un tal" Tiziano, o Velázquez. En definitiva, grandes obras (independientemente de su tamaño) que llenaron de armonía y encanto muchas de las paredes de grandes salones, o de pequeños estudios, y que hicieron más agradable la vida de muchas personas a lo largo del tiempo.
   
   Cuando terminé mi recorrido, con los ojos llenos de pequeños bocetos de El Greco en su etapa italiana, o de Fortuny con Desnudo en la playa de Portici y Marroquíes, me marché de allí tan satisfecha conmigo misma que decidí hacerme un regalo por haber tenido tan buena idea. Así que me fui dando un paseíto hasta la Cuesta de Moyano, dispuesta a manosear y ojear cuantos más libros mejor, y ver si podía encontrar algo de segunda mano que completara la estupenda sensación que me había dejado la exposición. Miré, toqueteé, pregunté y, al final, me llevé un libro, Dioses, tumbas y sabios, que no es que tuviera mucha relación con la exposición, pero que me recordó mi pasión por antiguos descubrimientos arqueológicos, que también fueron otra forma de descubrir belleza. Al fin y al cabo, yo venía de eso mismo, de descubrir. 
   ¡Qué! ¿Os he despertado el gusanillo de ir de "expos"? ¿Hace mucho que no lo hacéis? ¿Qué leeríais vosotros en un caso como este? 

lunes, 9 de septiembre de 2013

La Buena Novela o zambullirse en el mundo de los libros

Eso es, exactamente, lo que me ha pasado con este libro. Me he metido de lleno en él y en lo que encierra: el mundo de los libros. Edición, venta, lectura, amor...
   
Durante algunos días de este verano, estuve un poco perdida sin la lectura de un libro "con sustancia" que echarme a la boca. Entonces llegó a mis manos La Buena Novela, de Laurence Cossé, y llegó de la mejor manera posible: en forma de regalo.
   Su comienzo ya me pareció original: tres personajes en situación de peligro que, aparentemente, nada tienen que ver los unos con los otros. Esto da paso a una trama de intriga y misterios que, poco a poco, se va convirtiendo en una pasión desbordante por los libros y todo su mundo. En realidad, una excusa del autor para hablarnos del mundo editorial, de la venta de libros, del amor por la buena literatura, entre otras muchas cosas.
   La historia de la fundación de una librería diferente a todas las demás, en donde lo importante es la buena literatura y no la venta por la venta, sin importar el contenido, lleva a sus fundadores a unas extrañas situaciones de peligro y amenazas que nadie puede identificar, ni siquiera la policía. Lo que parece una simple librería más en el centro de París se convierte para algunos en una seria amenaza y, para sus dueños, en una conspiración que alterará sus vidas por completo.
   La Buena Novela, no es solo el nombre de esta librería, representa una serie de ideales que los protagonistas quieren alcanzar en un mundo dominado por el marketing y la mediocridad. Ellos quieren llevar a cabo una "revolución de las costumbres culturales", demostrar a la gente que la Literatura (con mayúsculas) "es una manera de aprender a vivir". Y eso es lo que les lleva a ser el objetivo de los que se sienten amenazados por esta idea.
   
En sí, el argumento de los ataques, las historias de amor intercaladas, las vidas de los personajes, no son otra cosa que la excusa del autor para darnos su punto de vista sobre todo lo que es el mundo literario en la actualidad, pero son lo suficientemente fuertes y cercanos como para que nos identifiquemos con ellos, suframos con ellos las amenazas, sus batacazos en la vida, etc. Ellos nos llevan de la mano en medio de una maraña de intrigas editoriales, envidias, mediocridad y manipulaciones de todo tipo para conseguir acabar con una idea que puede ser muy revolucionaria: vender buena literatura, independientemente del coste comercial. ¡Claro! Esto plantea una duda:¿Quién decide qué es buena literatura? Una duda que se les plantea también a los protagonistas pero que resuelven de una forma bastante lógica, en mi opinión, pero que no puedo desvelar porque me cargaría parte del "intríngulis" de la novela.
   Ahora, sí os digo una cosa, a través de sus protagonistas, el autor se despacha a gusto hablando del mundillo del libro. Preparaos para todo lo que se opina y se plantea. Habla tanto de la crítica: "A la crítica le trae sin cuidado desvelar la verdad (...). Solo conoce dos leyes: la pertenencia al clan y el amiguismo"; de los libreros: "(...) que ya no disponen de tiempo para leer, y por eso ensalzan el primer bodrio que les plantan delante!"; como del marketing y del comercio librero: "(...) cuando la cantidad de títulos resulta inabarcable (...), el poder del marketing y el cinismo del comercio se afanan por que no se los pueda distinguir de los millones de libros anodinos del mercado (...)". En fin, que no deja títere con cabeza. Hasta plantea la "dictadura" de los que les golpean e insultan: "tildan de fascismo todo lo que no cuadra con ellos". Lo que si os puedo asegurar es que no deja indiferente, en absoluto. 
   A parte de todas estas reflexiones, con lo que he disfrutado de lo lindo es con la parte en la que los protagonistas desarrollan el proyecto de creación de esa librería en la que solo caben obras maestras. Es la realización de un sueño: el diseño del proyecto, la colaboración con grandes autores, la preparación del local, la selección de los libros. El desarrollo diario, el trato con los clientes suponen tal emoción y tal pasión por un proyecto que se ama y que se ve avanzar con éxito, día tras día, que uno siente las ganas de tirarlo todo y hacer lo mismo. ¡Qué envidia! En uno de los pasajes del libro en el que se habla de lo que era en tiempos la labor de los libreros-editores, me despertó un gusanillo enorme por las librerías de viejo. Me imaginé de repente en una vieja librería de grandes estanterías de madera, hasta el techo, de fuerte olor a papel, llena de libros, unos viejos y otros no tanto, amontonándose en las baldas, y yo en medio de todo eso, ojeando y "hojeando" durante horas todo lo que cayera en mis manos. ¡Qué maravilla!
   Otra cosa que me ha parecido muy original es el papel del narrador. Alguien que empieza totalmente ajeno a la historia, casi impersonal, y que se va transformando en un personaje más de la novela hasta terminar por sorprendernos. ¡Tranquilos! No os voy a contar esa sorpresa, ni tampoco el final, emotivo y cargado de nostalgia, y no digo más.
   ¿La "moraleja"? (Si lo podemos llamar así): el poder que pueden llegar a tener ciertas personas totalmente mediocres para todo, menos para hacer daño. El típico intrigante y manipulador que sabe qué resortes tocar para enardecer a una masa "borreguil" que necesita el bigote de una gamba para dar manotazos a diestro y siniestro contra lo que no controla y le asusta. Hacia el final de la novela se plantea cómo un individuo medianamente hábil (y con medios para ello, claro está) es capaz de manipular ciertas estructuras sociales que lleven a parte de la opinión pública por donde él quiera y que parezca una tendencia generalizada, todo esto, metiendo mucho ruido y mucho jaleo: "(...) la confusión favorece a los mediocres". En fin, como veis, una novelita nada simple y con mucha miga. Ahí os dejo el reto. ¿Os animáis? 

domingo, 1 de septiembre de 2013

Galdós, te echo de menos

Acabo de leer un artículo de Antonio Muñoz Molina, "Admirando a Galdós", en el que reflexiona, no solo acerca de este escritor y de su obra, sino además sobre la importancia de releer un gran libro para saborearlo de verdad, sin prisas, descubriendo muchas de las cosas que no percibimos en la primera lectura porque, y cito textualmente a Muñoz Molina (¡Qué descaro!), " (...), y se aprende también que no hay primera lectura que no sea distraída".
   Esto me ha hecho pensar en todas las veces que he tenido que volver a leer un libro nada más terminarlo, porque sentía que, si lo dejaba, me estaba perdiendo algo esencial de ese libro que no había conseguido descubrir. Era casi una necesidad física, como cuando acabas de terminar una excelente comida, pero sientes unas ganas locas de dar un último bocadito, para relamerte y recrearte.
   La primera vez que me pasó esto, yo tenía solamente doce o trece años, estaba todavía en el colegio y tenía la cabeza llena de pájaros. Calló en mis manos Jane Eyre y tanto romanticismo me hizo releer esta novela hasta cuatro veces, después de terminarla. Como en un bucle. Algo exagerado, lo sé, pero entonces yo era una extremista en todo lo que amaba u odiaba. Quiero pensar que era propio de la edad. Con el paso de los años, esos "repentes" se han ido calmando y he releído otros libros, aunque con más calma y menos fogosidad que la primera vez. Uno de ellos fue La suma de los días, de Isabel Allende, un libro que me apasionó tanto que lo empecé nada más acabarlo, por pena a despedirme de la autora y de su familia. Me enganché a ellos como otro miembro más. Después, volví a sentir lo mismo con El maestro cartógrafo de Pascal Rey, esta vez, lo confieso con vergüenza, porque me enamoré del protagonista. ¡Ay! ¡Lo imaginaba tan atractivo y tan interesante! ¡Ojalá hubiera sido yo la "prota" que lo enamora a él! Ante lo imposible de esto, claro está, no quedaba otra que leerme de nuevo la novela e imaginar...   
   Además de todas estas reflexiones sobre las "relecturas" inmediatas de los libros que nos tocan el corazón, este artículo me ha hecho pensar también en lo olvidado que tenía a un escritor tan grande como Galdós. Recordé de repente lo que había disfrutado en el instituto (en donde lees los libros que te obligan a leer) con La de Bringas, o con Fortunata y Jacinta, después de descubrirla gracias a la serie de Televisión Española (Sí, una ya tiene cierta edad), y mis favoritas Trafalgar y Miau, las dos tan de actualidad que da miedo. Su lenguaje sencillo, claro pero culto, su maestría para describirnos ambientes y sentimientos, la forma de darnos a conocer los personajes, todo es tan brillante que no sé cómo he podido estar tanto tiempo sin leer nada de este genio. Y aunque tengo cosas pendientes en el baúl desastre, ya encontraré el modo de colar alguna de sus obras maestras.
   Para terminar, solamente recomendaros el artículo que os menciono arriba, de Muñoz Molina. Evidentemente, él mejor que yo, os hablará de Galdós y de la importancia de la paciencia en la lectura. Saludos.
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