Nunca es fácil decir adiós, sobre todo si has estado a gusto, como nosotros. Mis desayunos dominicales, este verano, han sido de lo más agradables y reconfortantes. He podido charlar con escritores de todos los tiempos y de todos los estilos. Pero llega septiembre, todo se va acoplando nuevamente al ritmo habitual, a la marcha cotidiana de las cosas.
Como "fin de fiesta" he organizado un bufé libre en el que reunir a todos mis invitados, un bufé en el que podamos saborear de nuevo los zumos, las tostadas con mantequilla, los churros con chocolate o los cruasanes (croissants para los puristas), para mí siempre acompañados de un buen café con leche, para mis invitados acompañados de té con menta o café solo, que hay para todos los gustos.
Tenía que escoger un buen lugar para esta reunión de despedida. Debía ser un lugar muy especial porque he recorrido lugares increíbles en estos desayunos, desde Cornualles hasta Boston, pasando por Asturias, Córdoba o California. Quería, además, que el anfitrión fuera mi último invitado, Orhan Pamuk, quien me ha estado enseñando su ciudad, contándome su historia y hablándome de sus recuerdos estos últimos días. Así que la elección era sencilla, nos reuniríamos todos en Estambul y reservaría una larga mesa en el Café Loti para tener hermosas vistas del Cuerno de Oro y de toda la ciudad.
Mientras mi invitado me ayuda a colocar todos los ingredientes de este enorme desayuno sobre los manteles a cuadros, rojos y blancos, me va contando su infancia en la casa familiar o los paseos por el Bósforo. Cada vez que levanta la vista y mira hacía el río, le viene a la mente un nuevo recuerdo de lo que era Estambul durante aquellos años, me explica todos los cambios que ha presenciado y miramos nostálgicos hacia la ciudad, él por ser el mundo en el que ha crecido, yo por ser uno de los mundos que tanto he estudiado. La mañana no puede ser más agradable, los invitados van llegando poco a poco: Pilcher y Martínez de Lezea, como buenas norteñas, nos traen una brisa fresca que huele a hierba mojada, Ibn Hazm de Córdoba trae la nariz metida en uno de sus poemas; se siente especialmente a gusto en este entorno que le trae recuerdos de su antigua ciudad; y Allende, después de pasar por la Brattle Book Shop de Bostón para recoger algunos libros geniales, ha llegado con algunos miembros de su tribu. Enseguida hemos empezado a cambiar impresiones, probar distintos platos, compartir recuerdos y despedirnos con cariño y sin prisas.
Todavía queda algo que comer y algún invitado rezagado así que sois bienvenidos. Si queréis, podéis traer algo bueno para compartir, lo leeremos y lo saborearemos a partes iguales. Hasta la próxima.