lunes, 31 de marzo de 2014

Capítulo XII: Un cuento asombroso

No necesitaba don Quijote otra cosa que una historia "intercalada" sobre amores imposibles, pastores despechados y hermosas pastoras que vagan por el campo. Así que, por si se había quedado sin imaginación en su cabeza, Cervantes le pone la primera de una de estas novelas.
   Se ha hablado mucho sobre la función de las mismas. Para algunos era simple "egocentrismo" del autor que quería lucir palmito; para otros, era una manera de dar su opinión sobre ciertas costumbres instaladas en la sociedad, con las que no estaba de acuerdo; algo así como una especie de lección moral. Yo, por mi parte, creo que también podía querer distraerse un poco del hilo argumental de la novela y divagar. El hombre estaba preso, podía hacer todas las florituras que quisiera para sentirse mejor. Sea como fuere, es evidente que algo de moralina hay en ellas.
   En este capítulo, se nos presenta un pequeño esbozo de lo que será el cuento de Grisóstomo y Marcela, simplemente unas pequeñas pinceladas para ir abriendo boca. Tendremos que esperar más adelante para saber lo que pasa. Paciencia.

domingo, 30 de marzo de 2014

La canción del exilio

Ha habido muchos libros a lo largo de mi vida que no me han gustado. Algunos, los he dejado a medias y otros, los he terminado por algún tipo de masoquismo personal que soy incapaz de explicar. Este que os presento hoy ha sido una mezcla de las dos cosas.
   Con la mano en el corazón (o al revés porque, a veces, me sentía descorazonada) debo decir que, hacia la mitad de la historia, ya sentía unas ganas locas de dejarlo. ¿Por qué no lo hice? Quizás porque había sido un regalo y quería darle una oportunidad. Quizás, porque ese masoquismo del que hablaba antes hizo su aparición y me empujó a seguir, a ver si aquello cambiaba, a ver si las buenas críticas tenían su fundamento, a ver si yo estaba especialmente bloqueada ante este libro, a ver si, a ver si, a ver si... Y viendo si... me he plantado en el final. 
   La historia es una historia profunda, es una lucha por la supervivencia en medio de la segunda guerra mundial, es una historia de amor. La pasión de los dos protagonistas por conseguir sus sueños (él, ser un gran músico de jazz, ella, salvar a su madre de un padre violento y rescatar a una hermana perdida) les lleva a recorrer medio mundo, unas veces juntos, la mayoría separados. Después, estalla la guerra y comienza el horror.
   Este horror ha sido lo que peor he soportado de la novela. A veces llegaba a ser tan cruel y explícito que me faltaba el aire. Sí, es verdad, soy muy floja, no lo niego, pero incluso los más valientes necesitan un respiro de vez en cuando, un intermedio, una válvula de escape. La angustia es excesiva, no da tregua. Esto, unido a largas, larguísimas descripciones de sentimientos y sensaciones, llenas de metáforas bastante rebuscadas y con un lenguaje, para mí, demasiado pomposo, hizo que todo me resultara un poco falso y lejano; no conseguía que me tocara, no me resultaba real. Si a esto le añadimos la figura de un personaje que aparece "oportunamente" en los momentos más dramáticos para el protagonista, justo cuando está al límite, para salvarlo, la sensación de irrealidad es total.
   En medio de toda la trama, el jazz es tan esencial como los propios protagonistas, algo que podría haber sido original y bonito, pero que tampoco consigue el efecto deseado. Las descripciones de escalas musicales, del reflejo de sentimientos a través de la música son tan grandilocuentes y complejas que, para quienes no somos muy duchos, nos resultan incomprensibles, frías y, otra vez, lejanas e irreales.
   La sensación que he tenido con este libro ha sido muy extraña. Sabía que estaba ante una buena historia, pero no me parecía que estuviera bien contada. Me ha fallado el envoltorio, y el envoltorio también es importante; si te pasas medio libro desenvolviendo la trama, el otro medio te pilla ya bastante agotada. 
   Luego está el tema landscape, lo que se llama ahora novela de paisaje (que, sinceramente y con todos mis respetos, no comparto, pero ese es otro tema). En teoría, esta novela es un fiel reflejo de este género, pero yo solo he visto diferentes escenarios (Hawaii, Nueva Orleans, París y Shanghai) en los que se mueven los protagonistas sin hallar un nexo especial con la tierra, salvo en el caso de Hawaii, claro, pero cualquier exiliado sentiría esa conexión con su hogar, creo yo.
   En definitiva, creo que esta novela contiene una gran historia y unos buenos personajes, pero que se han perdido en medio de miles de metáforas grandilocuentes y de un lenguaje rebuscado. Y yo me he perdido también. 
   Y vosotros ¿Conocíais el libro? ¿Os gustó?

sábado, 29 de marzo de 2014

Nominada al Premio Dardos

Por fin tengo un poco de tiempo para agradecerle a Sara, del blog Literariamente hablando, que me nominara para este premio.
   Se trata de un premio muy especial porque reconoce valores personales, éticos, culturales y literarios transmitidos a través de la escritura. Esto me da bastante vergüenza, tengo que decir, y me pongo bastante roja cuando pienso que la amable de Sara ve todas esas cosas en mi blog. Sea como sea, me hace sentir también satisfecha de lo que hago en este blog.
   A cambio, debo incluir la imagen del premio en cuestión, mencionar y enlazar al blog que me ha nominado (lo que hago encantadísima) y, la parte más difícil de todas, nominar y enlazar otros quince blogs que considero merecedores de este premio. ¿Quince? ¿Nada más? 
   En fin, voy a ello:
   Hay muchos más que se merecen estar aquí, muchos que visito casi a diario. Tenía que elegir y he elegido casi lanzando una moneda al aire. Son algunos de los blogs por los que me gusta pasearme porque aprendo mucho, cosas diferentes en cada uno de ellos. Y son algunos de los blogs que me visitan amablemente para que no me sienta sola cuando escribo.
   A disfrutar de ellos.

jueves, 27 de marzo de 2014

Momento musical teatral: pura magia, pura música

Dicen que la magia está por todas partes y que solo hay que saber verla. Puede ser, pero, además, la magia busca a aquellas personas que saben agarrarla con las manos y hacer con ella verdaderas maravillas. Una de esas personas es Isabel, además de pianista, artista, profesora, directora de una escuela de música, cantante de un coro, madre de dos niños, fotógrafa y bloguera
   Hace unos días, yo tuve la suerte de disfrutar de esa magia. Ella me invitó al salón de su casa, junto a otras muchas personas más y a unos cuantos amigos músicos (uno de ellos muy especial para mí). Unos sillones, una mesa de café, un bonito perchero y un hermoso piano hacían de su salón el lugar perfecto para sentarse cómodamente a escuchar música. Todos fuimos entrando poco a poco y fuimos ocupando nuestros asientos. Cuando estábamos ya preparados para tomar el té, de repente, sonó el timbre y sus amigos del Grupo de cámara Croché fueron llegando, uno por uno, para unirse a la fiesta.
   El público invitado era de lo más exigente, porque los niños (y los no tan niños) saben perfectamente lo que les gusta y lo que no, y sus padres también, ya que sufren las consecuencias del desengaño o disfrutan de lo que les emociona. Así empezó todo, la magia se fue apoderando del salón y de cada una de las butacas del pequeño auditorio, y cada uno de los invitados pudo disfrutar de los grandes músicos que había en el escenario.
   Ellos, nos enseñaron cómo eran sus instrumentos, cómo se tocaban, cuales eran sus virtudes. Todos los "niños" escuchábamos con la boca abierta, aprendiendo de las cuerdas de esos propios instrumentos lo que es un pizzicato o un solo de violonchelo, cómo la viola se convierte, por su sonido grave, en la hermana mayor del violín o de como estos últimos discuten por ser el primero del cuarteto. En muchas ocasiones, se colaba el piano de Isabel, que no se conformó con preparar la casa, atender a sus amigos o dirigir estas interpretaciones "teatralizadas".
   Finalmente, los aplausos no dejaban a los músicos despedirse porque no solo los niños habían disfrutado como enanos con la gran actuación musical y teatral de los genios del escenario, sino que todos nos marchábamos de allí con una sonrisa de oreja a oreja, reconociendo cuándo algo está bien hecho. No sólo la magia se había pasado por allí, también la fantasía de la música, la imaginación de la puesta en escena y la habilidad para combinar todas esas cosas.
   Y yo estuve allí. ¡Qué pena todos aquellos que se lo perdieron!
Los que viváis cerca de Madrid, tenéis la posibilidad de disfrutar de este mágico salón. Pinchad aquí.

lunes, 24 de marzo de 2014

Capítulo XI. Y Sancho Panza le canta las cuarenta

Mucho "mi señor esto", "mi señor lo otro", "vuesa merced por aquí", "vuesa merced por allí", pero "al pan, pan y al vino, vino". Y es que nuestro buen Sancho es el terruño personificado, la naturaleza y el instinto de supervivencia en estado puro.
   Tras su anterior aventura de heridas y de huidas, don Quijote y Sancho se encuentran con unos cabreros que les invitan a compartir su cena y pasar la noche con ellos. Cuando a Sancho le llega el aroma del guiso de cabra, se desata su sinceridad y no está dispuesto a que nadie le amargue el "rechupeteo" de los dedos, por muy amo suyo que sea don Quijote y por muy su criado que sea él. Y, ni corto ni perezoso, se lo planta tal cual en esta excelente conversación:
"(...) porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería (...), quiero que aquí a mi lado, y en compañía de esta buena gente, te sientes, y que seas una misma cosa conmigo que soy tu amo y natural señor, que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; (...). ¡Gran merced! --dijo Sancho--; pero sé decir a vuestra merced, que como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comería en pie y a mis solas, como sentado a par de un emperador. Y aún si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincón sin melindres sin respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas, donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Así que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme (...), conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo".

   ¡Ahí queda eso! Que, como decía mi abuela, más vale una vez colorado que ciento descolorido. ¡Ay! Cuantas veces hubiera yo querido ser Sancho...
   Claro, a nuestro hidalgo le sale la vena señorial, se pica con su escudero y le responde:
"Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla Dios le ensalza--. Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto a él se sentase".

   Ya después, todo fueron buenas caras, hasta hubo un cabrero espontáneo que se cantó unas coplillas y todo, pero Sancho estaba cansado y quería dormir, y don Quijote estaba "pirado" y quería quedarse en vela. Cada uno a lo suyo.

domingo, 23 de marzo de 2014

Una excursión al pasado

Edificio palacial
Pasear entre ruinas no es algo que todo el mundo entienda. A muchos les parecerá increíble que se pueda disfrutar de edificios derruidos o simplemente trazados en el suelo con algunos pequeños muros y algunos restos de antiguas habitaciones. A otros les resultará ridículo pretender ver algo más que un grupo de piedras y ladrillos. Sin embargo, yo que soy incapaz de saber cómo quedarán la mesa y las sillas que acabo de comprar, o dónde poner la dichosa mesita con la lámpara art déco, me encanta imaginar las tres dimensiones de la planta de un antiguo edificio, el perímetro marcado por antiguas columnas de mármol o las dimensiones reales de un patio al que se abrirían diferentes salas. Eso es lo que estuve haciendo ayer, imaginar, construir mentalmente y viajar al pasado, cargada con una mochila, la cámara de fotos y algo de frío.
Casa de Mamerto

   Y es que el día no acompañaba en absoluto. El cielo estaba plomizo, a veces chispeaba, luego salía el sol, pero siempre soplaba el viento. Todo esto en medio de un paraje solitario, cruzado por el río Guadarrama y delimitado por una pequeña valla metálica. En el parque arqueológico de Carranque, me esperaban los restos de una antigua villa romana, rica por su actividad en la producción de vino y aceite y, ahora, magnífica por sus mosaicos. Solo tenía que caminar muy despacio para empaparme bien de lo que había sido aquella villa; pararme el tiempo suficiente en cada construcción para imaginarme sus muros, sus accesos, sus pavimentos; hacer fotos que retuviesen en mi cabeza el lugar que estuvo ocupado, hace siglos, por los "tardo-romanos" del siglo IV d. C.; y disfrutar, disfrutar mucho de lo que otros hicieron antes.
   
Mosaico
Así que empecé mi visita. Recorrí los restos palaciegos entre altas columnas de mármol y restos de una gran construcción que se recortaba en un cielo completamente gris. Mis fotos de lo que fueran las antiguas estancias estaban apagadas, pero me daba igual, estaba disfrutando de lo lindo visitando el corredor del recinto. Después, siguiendo los pasos marcados por el propio parque, llegué hasta el mausoleo, siendo capaz de retener en mi cabeza la pequeña maqueta que había visto minutos antes, y mirando ahora atentamente la planta que habían dejado los años. Y finalmente, se acercaba el momento de la verdad, la casa, la residencia, los excelentes mosaicos que me habían hecho ir hasta allí.
   No tenía que llamar, la puerta estaba abierta, la planta me recibía llena de colores, de escenas mitológicas increíbles, de dimensiones que todos quisiéramos para nuestro pisito. Una pasarela me dejaba recorrer poco a poco el perímetro de la vivienda, me permitía detenerme en la cocina y pasar después al comedor, bordear el jardín central y llegar al gran salón, y seguir después por las otras habitaciones hasta volver a la entrada. Después, afuera, estaba el campo, el río con sus árboles y un poco de sol para acompañarme. Desde allí, volví paseando tranquilamente, tratando de retener en mis ojos todo lo que había visto, porque no confiaba en la cámara de fotos. Esta no te retrata las sensaciones, ni fija la boca abierta durante todo el recorrido. Eso era algo que solo yo podía retener.
   ¿Qué libro releería al llegar a casa? Seguramente Sonnica la cortesana, de Blasco Ibañez. Es verdad que no correspondía ni a aquel lugar ni, exactamente, a aquel momento, pero había tanto de la vida, las costumbres y la mentalidad romanas en ese libro que necesitaba acercarme a él para saborear un poco más mi excursión al pasado. 

jueves, 20 de marzo de 2014

Irène... Némirovsky

Dicen que la esencia se vende en frascos pequeños, pero también el veneno; que lo bueno, si breve, dos veces bueno, pues depende; que el tamaño no importa, ahí habría un gran debate. Lo único cierto es que no se puede juzgar un libro por sus tapas, ni mucho menos, por su tamaño.
   Lo que he tenido en mis manos esta semana pasada se coló entre mi lectura habitual porque era pequeño, manejable para leer en la cama y muy cortito. Entonces pensé que me serviría de alivio para el denso y "apretadito" libro que estoy tratando de terminar. Y me equivoqué. Ni es pequeño, ni es manejable, ni tampoco ligero.
   Este libro, de apenas 145 páginas, es de todo menos esas tres cosas que me hicieron elegirlo. La escritora encierra, como en un pequeño cofre, la vida de dos o tres personajes (aunque haya más para acompañarlos) con experiencias intensas, apasionadas y ocultas.
   En El ardor de la sangre el narrador es un hombre de mundo ya mayor que, después de gastarse la fortuna familiar viviendo cómo y dónde ha querido, regresa a su pueblo natal, una pequeña localidad francesa, agrícola, en donde sus habitantes tienen muy claros los papeles que cada uno debe cumplir y que tolera lo que pase mientras se cumplan las normas establecidas. Él observa desde lejos lo que pasa entre los miembros de su familia y otros habitantes del pueblo, intentando ser solo un espectador, pero sin éxito. Al final, será parte muy importante de todo lo que ocurre.
   Con una elegancia y una fluidez increíbles, Irène Némirovsky nos presenta poco a poco, paso a paso, lo que se puede ocultar en una casa aparentemente apacible y ordenada. En cada capítulo, nos hace descubrir un nuevo secreto de lo que los sentimientos más profundos pueden empujarnos a hacer, de lo que la sangre puede provocar. Todo esto, en medio de un paisaje que parece pegado a la piel de los protagonistas, que parece envolverlos como si fuera un traje. Vemos los cambios de estación pasar al ritmo que lo hace la narración de la historia.
   Porque todo fluye de forma muy natural en esta novela, los hechos y la forma de contarlos. Me ha encantado la sencillez y la naturalidad del lenguaje que, sin embargo, pueden expresar las sensaciones más fuertes y los sentimientos más complejos. Para mí esto es arte: sin grandes oraciones complicadísimas, ni metáforas rebuscadas, ni descripciones rocambolescas, sabemos y sentimos lo que saben y sienten los personajes.
   Y todo en un pequeño libro de apenas 145 páginas. Aquí, el frasco pequeño sí contenía esencia; lo breve era doblemente bueno y el tamaño no ha importado lo más mínimo, porque el contenido era enorme. 
   Las que ya conocíais a esta escritora tendréis una media sonrisa de "eso ya lo sabía yo"; para mí ha sido un descubrimiento estupendo que me ha dejado con ganas de más.

lunes, 17 de marzo de 2014

Capítulo X. El bálsamo de Fierabrás

En esta ocasión, en vez de dejaros mis comentarios e impresiones, prefiero poner pequeños fragmentos del capítulo, pequeños diálogos de nuestros héroes que reflejan a la perfección lo que estos dos personajes representan a lo largo de la novela. En ellos veremos como Cervantes nos da las primeras pinceladas de lo que será el núcleo del libro: la realidad se abre paso ante cualquier locura o ignorancia. La simple supervivencia es más fuerte que cualquier otra cosa.
   Empecemos:
"Sea vuestra merced servido, señor Don Quijote mío, de darme el gobierno de la ínsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado, que por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar".

   Usted llevará la oreja colgando, pero lo primero es lo primero. Y entonces, don Quijote le explica la cruda realidad:
"Avertid, hermano Sancho, que esta aventura, y las a estas semejantes, no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza, o una oreja menos".

   Más tarde:
"(...) paréceme, señor, que sería acertado irnos a retraer a alguna iglesia, que, según quedó maltrecho aquel con quien combatisteis, no será mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad, y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos ha de sudar el hopo.
-- Calla --dijo Don Quijote--. ¿Y dónde has visto tú o leído jamás que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por más homicidios que haya cometido?
-- Yo no sé nada de omecillos-- respondió Sancho--, ni en mi vida le caté a ninguno; sólo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.
   
   Una cosa es ser un valeroso caballero y otra enfrentarse a la Santa Hermandad.
"(...) del bálsamo de Fierabrás, que con sólo una gota se ahorraran tiempo y medicinas.(...) con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay que pensar morir de ferida alguna; y así, (...) cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, (...), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sutileza, antes que la sangre se hiele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo. Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana.
--Si eso hay --dijo Panza-- yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me deje la receta de ese estremado licor, que para mí tengo que valdrá la onza donde quiera más de dos reales, y no he menester yo más para pasar esta vida honrada y descansadamente".

   ¿Para qué ínsulas ni gaitas, si se va a forrar con el milagroso bálsamo?
"Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos de pan --dijo Sancho --pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
-- Que mal lo entiendes --respondió Don Quijote-- hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano (...)".


   Y esto es todo. Solo una pequeña muestra de lo que nos regalan nuestros amigos.

domingo, 16 de marzo de 2014

Nueva petición: Fernando Méndez

Hay cosas que te persiguen con insistencia y no sabes porqué. Puede ser una simple coincidencia, pero cuando es mucha esa coincidencia, ya empiezo a sospechar.
   Hace muy pocos días, leía una reseña en un blog amigo sobre esta novela que os presento hoy. Lo que se contaba sobre ella atrajo mi atención porque hablaba de humor, de enredos, de fenómenos increíbles, de cosas en fin, que provocan, al menos, unas cuantas sonrisas. Me pareció bastante original la trama. Tiempo después, volví a toparme con ella en otro blog, también con buenas críticas y dejando un buen sabor de boca. Y de repente, en mi correo apareció un mensaje del autor presentándome, amablemente, su novela.
   Así que ahora sí estoy convencida de que no se puede luchar contra los elementos, las coincidencias o los "hados" (según decían los antiguos romanos). Señoras y señores aquí un novelista interesante; novelista aquí unos señores lectores. Váyanse conociendo.
   Lee este libro y sé feliz
   Fernando Méndez (1964), periodista y escritor español nacido en Buenos Aires. Es uno de los periodistas de investigación más premiados de España. Recibió, entre otros, el Premio Nacional Reina Sofía de Periodismo y el Premio Xunta de Galicia sobre Drogodependencias. En sus veinticinco años de experiencia profesional trabajó en los diarios Faro de Vigo y La Región, en las áreas de judicial, sanidad y sociedad. Colaborador de prensa, radio y TV, fue jefe de prensa y director de comunicación en diferentes instituciones de Galicia. Es máster en Drogodependencias y miembro de FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España). 
http://www.fernandomendez.es/
   Cuatro esquinitas tiene mi cama es su primera novela en castellano, con la que inicia la innovadora senda del humor espiritual. Una obra para sonreír e ilusionarse.
http://www.sumadeletras.com/es/libro/cuatro-esquinitas-tiene-mi-cama/

   Lo que parece ser una día normal de trabajo en el cementerio se convierte para Lourdes —florista, separada y con una hija adolescente— en el comienzo de su nueva vida. Mientras se afana en colocar una corona de flores en una de las lápidas recibe la visita de Armand, un hombre que aparte de estar como un tren dice ser un ángel. Su misión: ofrecer a Lourdes la posibilidad de resarcirse de la mala gestión de sus vidas anteriores —principalmente de aquella en la que fue Cleopatra— y recuperar las cuatro esquinitas de su existencia, en especial, el amor de su hija. Comienza así un viaje astral de dos mil años que los llevará a Nueva York, al siglo I a.C., a Colonia, a la Ruta de la Seda, a Pompeya y a Egipto. Solo disponen de cuarenta y ocho horas para conseguirlo.
   Armándose del humor como herramienta indispensable para darle la vuelta al orden de las cosas, Fernando Méndez construye una historia repleta de fantasía y de realidad, un viaje espiritual que nos revela, entre carcajadas, lo que verdaderamente importa en la vida. Tierna, hilarante, conmovedora y reflexiva, Cuatro esquinitas tiene mi cama nos descubre un territorio desconocido por muchos; el mejor espacio para ser feliz: la «fantástica realidad».

jueves, 13 de marzo de 2014

Dónde leer hoy. El jardín

Es verdad, este jardín no es un jardín cualquiera porque este es un jardín de reyes. Por eso, cuando hay sol y son las cuatro y media de la tarde, cuando mi cuerpo ya no puede más con tanto invierno y necesita recargar pilas, agarro el bolso con fuerza, meto dentro un buen libro y me voy al jardín, al jardín de los reyes, a sentirme yo también como una reina.
   No es difícil sentirse así después de un largo paseo por calles rectas, elegantes y ordenadas; después de caminar entre árboles diferentes que ya empiezan a echar flor, sobre todo si son almendros; después de escuchar el ruido del río que pasa casi corriendo como si fuese a llegar tarde a Lisboa. Esto no es lo difícil. Lo difícil, ahora, es elegir.
   Evidentemente quiero un sitio cómodo, tranquilo e incluso discreto. Hay un gran banco de piedra que lo cumple todo, pero que todavía está frío. Más allá hay otro de madera al que le falta la discreción, pero que está calentito. Si elijo un banco al sol, posiblemente mi frente se quejará después de un par de minutos; si lo elijo a la sombra, serán mis dientes los que protestarán, porque el aire sopla dejando bien claro que todavía estamos en marzo. La sabiduría popular dice que en el equilibrio está la virtud, por tanto, un "solysombra" será perfecto.
   Una vez elegido el sitio, no me queda más que sacar mi libro. Se ha venido conmigo Irène Nèmiroski con una historia breve, pero llena de grandes cosas. Por un momento, un pelea de patos en el río me hace distraerme de la lectura (mira que eso es difícil, porque Irène me tiene bien cogida por las manos). Unos niños les están volviendo locos tirando tantas migas a la vez. Sin embargo, después de tanto alboroto, el silencio es casi cósmico y la lectura corre que vuela, tanto que empiezo a sentir el frío de la tarde y a ver mi sombra cambiar de sitio. Miro el reloj y han volado dos horitas de nada, dos horas tan estupendas que, en este momento, entiendo eso de que "el tiempo es oro". Esta tarde de sol, banco y jardín, ha sido de oro.

lunes, 10 de marzo de 2014

Capítulo IX. Y se enfrentó al vizcaíno

En este capítulo, Cervantes no se conforma con narrarnos las aventuras de don Quijote, ni hablar; le gusta jugar con el lector lo mismo que con sus personajes. Por eso, insiste en la idea de no ser él el autor de esta historia, sino solo el transmisor. Y lo plantea de forma tan razonable que te puede hacer dudar. Así nos cuenta cómo encontró unos papeles en un mercadillo y de cómo descubrió que su autor, el historiador arábigo Cide Hemete Benengeli, era el mismo que aquel de los papeles que el tenía sobre don Quijote. ¿Cómo lo descubre? Gracias a Dulcinea del Toboso que "(...), dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha". Vamos, todo glamour. Pero eso es mejor que lo descubráis vosotros.
   De paso, aprovecha y le da un buen meneo xenófobo al supuesto autor (imagino que un poco resentido después de lo sufrido en Lepanto y para asegurarse la simpatía de la censura), y nos presenta su idea de Historia, con esa sabiduría y puntería que tenía para reflexionar sobre  las cosas importantes de la vida:
"(...) debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir".
   
   Después, ya está listo para seguir con la historia del vizcaíno, en la cual se reparten unos cuantos mandobles que dejan a nuestro hidalgo herido en una oreja y al adversario sangrando por la nariz y la boca y arrastrado por su mula como un fardo, y que si no fuera por las señoras que iban en el coche, don Quijote le remata de una estocada, dada la furia que le daba su locura. A este paso, no va a ganar nuestro caballero para curas y remedios, ni nosotros para sustos. La semana que viene, más.

domingo, 9 de marzo de 2014

Descubrir a Regoyos

El día era tan desapacible que me pensé varias veces si salir de casa o no. La opción de quedarme suponía, con toda seguridad, seguir contribuyendo al hundimiento del lado izquierdo del sofá. Así que me lié la manta a la cabeza y salí por la puerta dispuesta a pasearme por "los madriles". Una vez hube bajado del tren, dejé que mis pies decidieran dónde ir porque, normalmente, suelen acertar con el camino. Y así fue como llegué al Thyssen (estos tunantes, siempre intentando culturizarme).
   El viento soplaba tan fuerte que arremolinaba mi pelo justo delante de los ojos, de manera que fuera casi imposible caminar dos pasos sin retirarlo continuamente, sobre todo si no quería desayunarme a algún turista japonés. Cuando por fin conseguí ver con claridad hacía dónde iba, me encontré de bruces con una exposición de Cezanne. ¡Qué maravilla! El único problema es que, como yo, otros "tropecientos mil" también se toparon con lo mismo. Había que cambiar de tercio y el destino me volvió a tapar los ojos con el pelo, para que, al retirarlo por enésima vez, viera otro cartel anunciando la exposición dedicada a Darío de Regoyos, el principal representante español del impresionismo. Cezanne tendría que esperar a mejor ocasión.

   Y pocas veces me he alegrado tanto de un cambio de rumbo. Siempre he sentido la necesidad de sentir y una de las mejores formas de hacerlo es descubriendo cosas. Confieso, con vergüenza, mi ignorancia sobre la figura de Regoyos y, aunque para algunos esto no merezca el castigo divino, para mí sí que se merece al menos un pescozón. Porque había estado perdiéndome algo hermoso, algo grande.
   Darío de Regoyos fue un asturiano que se empapó de todo lo que significaba el impresionismo para adaptarlo a sus paisajes y a su mundo. Llevó los estudios de luz y de ambientes a la playa de La Concha o a la Diagonal de Barcelona, a las calles de Bruselas o de Córdoba. Estudió en Madrid y maduró por Europa, especialmente en Bruselas y París, en donde se hizo amigo de Pisarro o de Whistler. Pero nunca dejó de volver al norte, creando una conexión especial con los paisajes vascos.

   La primera sala tiene una luz especial, pero no provenía solo de los focos, sino que salía directamente de los cuadros. En su primera etapa, el artista se encargó de recoger toda la luz que pudo y llevársela a sus pinturas. Con pinceladas todavía precisas, a veces incluso con espátula, consigue plasmar esa luz, el ambiente, los cambios del día. Es impresionante su cuadro Effets de lumière, de 1881, donde vemos las luces que se escapan de las pequeñas farolas de la plaza de la estación del norte, en Bruselas, para atravesar los ventanales de un pequeño kiosko pintado en primer plano. 
   Después paso a la siguiente sala, pero decido pasar de puntillas por su serie "La España negra". Aunque con la misma fuerza que la sala anterior, aquí ha bajado el volumen de luz y ya no me siento tan a gusto. De pronto, la luz de la luna me da de lleno en la cara, fría, blanca y resplandeciente. ¡Increíble!
   Vuelve a cambiar la intensidad, a aumentar esa luz, pero ya no brilla como al principio. Creo que es por la técnica del puntillismo que decidió utilizar en su nueva etapa. Para mí, todo parece cubierto con un velo transparente. Sigo adelante y me convenzo de que el pintor adora los paisajes urbanos, costumbristas; hay más mercados locales, puentes y vistas panorámicas por m2 que campos amplios y montes. Me paro en la imagen de la calle de Alcalá de Madrid, arbolada, sin edificios, pero con la Cibeles. 

   Sin cansarse nunca de viajar ni de pintar, Darío de Regoyos decidió por fin establecerse en Barcelona, y recrear esta ciudad y sus alrededores, sin renunciar nunca a trabajar al aire libre. Decidió que la enfermedad no le impidiera seguir atrapando la luz de las calles, de los puentes, de los edificios, mañana, tarde y noche.
   En esta ocasión no he conseguido encontrar un libro adecuado que acompañara esta exposición. Así que, si vosotros sabéis de alguno, no dudéis en decírmelo. Me encantará echarle una ojeada.

jueves, 6 de marzo de 2014

Francisco Caro Brocal

En esta entrada de hoy, os presento a otro autor al que le gustaría dar a conocer su obra.
   Como me resulta bastante difícil de clasificar y de definir, prefiero dejaros la presentación que él mismo hace de su libro, para que cada cual se haga su composición de lugar.
   Allá vamos.
   Esta es la carátula de su libro, además de una pequeña reseña.


Autor: Francisco caro brocal.

Titulo: "EL ULTIMO ARCANO" entrega en dos volúmenes.

Comentario de la obra:
Me puse a escribir con ilusión sin imaginar que un día comprendería que tenía algo grande que comunicar, con afán me embarque en lo que día a día sería mi propia vida, en mi no puedo negar lo que creo, pero si puedo llegar a ser lo que tu creas de mi... Tras muchos años interpretando lo que en mi persona sucedía, convencido yo quedaría de que Dios a mi me hablaría... Y por y para ti esto me sucedía y en este libro te lo contaría...

   Si os ha interesado lo que habéis leído, aquí os dejo estos enlaces:
   Enlaces con la editorial:

http://es.united-pc.eu/libros/biografia-politica-actualidad/historia-biografia/el-ultimo-arcano.html

   También los enlaces en amazon:

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   Un abrazo a todos.

lunes, 3 de marzo de 2014

Capítulo VIII. Y llegaron los molinos... Y llegó el vizcaíno

Grabado de Gustave Doré
Y por fin tenemos a don Quijote y a Sancho delante de los molinos, grandes y "desaforados gigantes" que amenazan a nuestro caballero con sus largos brazos "algunos de casi dos leguas". De nada sirven las voces y avisos del pobre Sancho porque, don Quijote, además de loco, era cabezota como el solo, y si decía que aquello eran gigantes, tenían que ser gigantes: "(...) ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración (...)". Y deja de dar la murga que tengo faena, le faltó decir al hidalgo que, lanza en ristre, allá que se va, para terminar volando por los aires y "molido" en el suelo. Aún así, no da su brazo a torcer porque: "(...) las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza (...)". Frase que encierra una verdad como un templo. Y es que nuestro caballero, aunque loco, tiene momentos de lucidez que para mí los quisiera yo.
   Y así, molido pero contento, don Quijote pone rumbo a Puerto Lápice en busca de más aventuras, porque parece que no ha tenido bastante, el buen hombre. Y además, se establecen unas normas, entre amo y escudero, sobre los deberes y derechos de cada cual. Por ejemplo: don Quijote no se queja aunque le muelan a palos, mientras que Sancho puede quejarse lo que le de la real gana que para eso ni es caballero ni nada. Y mucho menos ayudar a su amo en la batalla ya que: "(...) si fueren caballeros, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado caballero (...)". Por supuesto, Sancho está encantado con estas normas, siempre y cuando quede clara una cosa "(...) en lo que tocase a defender mi persona no tendré muchas cuentas con esas leyes, pues las divinas y las humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarlo (...)". Qué tan tonto no es.
   Pero como las locuras nunca vienen solas, nuestro buen hidalgo vuelve a tener chiribitas en los ojos y a confundir a unos frailes con  "(...) bultos negros que (...) deben de ser, y son, sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderío (...)". Lo que pasó con los frailes y con un vizcaíno que acompañaba la comitiva es algo que empieza ahora pero continúa en el siguiente capítulo, dejándonos con la miel en los labios, como os voy a dejar yo ahora, a no ser que os decidáis a leerlo. Hasta la próxima.

domingo, 2 de marzo de 2014

Paco de Lucía

Imagen tomada de ElNaviero.com
Todas las guitarras están mudas, todas ellas se han quedado huérfanas, las que pasaron por sus manos y las que nunca podrán hacerlo. Ha muerto Paco de Lucía, el mejor guitarrista del mundo, y no admito discusión.
   Nació en Algeciras y respiró arte todos los días. Su padre le enseñó todo sobre la guitarra, su madre le enseñó todo lo demás, según él mismo contaba. Con siete años dio su primer concierto y con diecisiete grabó su primer disco. Cantaor frustrado por culpa de su timidez, llevaba el genio dentro en otra forma: la guitarra. Porque el arte se respira, pero el genio se es; se trabaja, se cultiva, pero se es. El genio se tiene dentro o no se tiene, y el lo tenía, lo tenía todo. 
   Se han parado las manos del más grande, del que tocaba flamenco junto a Camarón (el mejor artista que decía haber conocido, como si él no se mirara al espejo), jazz junto a Chick Corea o baladas con Brian Adams. Se han parado las manos que recogieron el premio Príncipe de Asturias y el doctorado Honoris Causa por el Berklee College de Boston.
   El hombre tímido y discreto que no pedía a gritos subvenciones para el arte en las galas porque demostraba lo que su arte merecía encima de un escenario; el que fundía el saber ancestral de la música flamenca con nuevos ritmos de blues y jazz cuando no lo hacía nadie, salvo él, que, con una guitarra entre las manos, se atrevía a todo, porque todo lo conseguía; el que sin alharacas, sin exigencias, discretamente, recogía premios y reconocimientos sacando de dentro el genio y el ingenio; el que enseñó al pop español cómo se trata a una guitarra; un hombre tranquilo, mientras no la tocara, entonces era atrevido, original, "Virtuoso", omnipresente; luego, cuando la reposaba con cuidado, volvía a ser casi invisible, excepto, ¡que curioso!, en Amsterdam donde, al parecer, no podía pasear por las calles sin que una multitud le reclamara y le pidiera autógrafos. Sí ¡Que curioso! Me pregunto cuántos de nuestros jóvenes le conocen.
   Y es que así son las cosas en esta tierra nuestra, la que no se cansa nunca de producir grandes genios para olvidarlos después, en las instituciones, en los medios intelectuales, en los círculos que se adueñan de la vida cultural, en la televisión. Aunque quiero pensar que no en las calles, ni en la música que suena en los patios de las casas, ni en los silbidos y tarareos de la gente, ni en los discos de antes o en los CD de ahora.
   Yo, desde luego, no pienso olvidar nunca sus manos rasgando la guitarra que traducía las partituras del maestro Rodrigo. Con el permiso de Narciso Yepes y de Andrés Segovia, el Concierto de Aranjuez nunca tuvo un intérprete como él. Es domingo, no hay prisas, oídle tranquilamente.
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