domingo, 31 de marzo de 2019

Esperando a Murakami

Ojalá pudiera echármelo a la cara, le diría cuatro cosas bien dichas. Don Haruki me ha dejado con dos palmos de narices. La muerte del comendador libro 1 es, literalmente, el libro 1. No es la primera parte de una duología, ni hablar, es un primer tomo, como si se tratase de una enciclopedia. El señor Murakami parece haber partido por la mitad el manuscrito original (me resulta tan frío pensar en un archivo de ordenador) y haber enviado cada mitad por separado a la editorial. Mi cara de panolis al girar la última página se hizo mayor cuando me decidí a leer la contraportada: "En este primer volumen...". Ahí estaba, primer volumen. Eso me pasa por no leer las contras de los escritores en quien confío. Ahora me toca esperar a que llegue el segundo volumen, la otra mitad, para saber cómo nuestro protagonista va a afrontar la revolución que está experimentando su vida. 
   Hasta ahora, ha conseguido sobrellevar su divorcio y el cambio de dirección de su carrera, dedicada a hacer retratos de grandes empresarios del momento, de una forma nada convencional e insuflándoles una alma que le convierten en el mejor de su campo. Hasta ahora, está afrontando con bastante dignidad todos los giros rocambolescos de su vida: sus dos amantes, su aislamiento en la casa de un prestigioso pintor tradicional japonés, el descubrimiento de un inquietante cuadro en el desván de la casa, el encuentro con el señor Menshiki. Hasta ahora, se ha visto envuelto en unos acontecimientos de lo más extraños y sortea como puede las sorpresas con las que se encuentra a cada paso. Hasta ahora.
   ¿Y cómo va a seguir haciendo todo esto conforme se están desarrollando las cosas? Ah, pues eso es lo que don Haruki ha decidido dejar en la otra mitad, a la que tendré que esperar con calma y paciencia oriental. Aunque no sé si lo conseguiré, porque el autor me ha sorprendido tanto con esta novela que necesito saber ya cómo termina.
Imagen tomada de la revista De Zeen
 
   La he encontrado muy distinta de lo que he leído hasta ahora de él, pero puede que no haya leído lo suficiente, la verdad. Pero no os alarméis, sigue manteniendo sus rasgos más característicos: esa mezcla entre tradición y globalización, esa disección del sexo como si fuese un cirujano, ese detenimiento en la descripción de los detalles, esa torpeza social que parecen tener sus protagonistas, esas sacudidas que arrea cuando empiezas a acomodarte en la lectura. 
   Sin embargo, le he notado especialmente distante con algunos momentos importantes de la vida del protagonista; frío en la narración de escenas que piden a gritos fuertes sentimientos: el arte, el amor, el sexo, la pasión. Hasta que aparece el cuadro, La muerte del comendador, y entonces destila sensaciones, se implica emocionalmente, y todo cambia: lo irreal coge protagonismo, el baile entre sueño y realidad se hace fuerte, los personajes se vuelven más enigmáticos. Y entonces es cuando me atrapa definitivamente. Me enamoro de sus descripciones: "sonrisa de media luna", "rasgos que intentan romper la armonía"; y me sorprende con sus personajes: la madurez de unos, la franqueza o la parsimonia de otros. Y esa música que lo inunda todo.
   Y es que Murakami nunca me deja indiferente. Me engancho a esa cruda realidad que alterna de golpe con las cosas más extrañas, a esos personajes que, a veces, me dan ganas de zarandear para que espabilen, a su forma de contar, impactante pero sin tremendismos.
   Así que, aquí estoy, esperándole, llenando el intermedio con otras lecturas y echando la vista atrás de vez en cuando para estar bien preparada cuando vuelva.

domingo, 3 de marzo de 2019

La música más solidaria

Eran muy muy jóvenes. Algunos casi niños. Seguro que todos habían madrugado para llegar puntuales al ensayo general que precedía al concierto. La sala del Auditorio Nacional se iba llenando poco a poco de los orgullosos familiares de eso jóvenes músicos que tocarían en unos momentos, y posiblemente de algún que otro curioso-amante de la música, que había decidido llenar con ella su mañana del sábado. 
   Yo era la orgullosa tía de uno de esos pequeños que formaban la Orquesta Infantil y juvenil EOS y, acompañada de los míos, entraba emocionada, como siempre, en la sala sinfónica del auditorio. ¡Y cómo impresiona esta sala! Ese órgano majestuoso respaldando a los músicos, esas maderas que hacen resonar la pasión y la vida que transmite la música, ese respeto que se siente al formar parte de lo que allí va a pasar.
   Mi pequeño ya-no-tan-pequeño percusionista participaba un año más en el concierto solidario que el Encuentro Orquestal Sinfónico (EOS) organiza con sus alumnos, en beneficio de AFANIC y de la Fundación Pablo Horstman, lo que hacía todo aquello más emocionante todavía, porque esos "grandes" músicos de entre 9 y 17 años estaban ayudando a niños y jóvenes menos afortunados, con una de sus mayores pasiones, y con meses de estudios y ensayos que por fin salían a la luz. 
   

   Ya sentados, estratégicamente, muy cerca de "la percu", esperábamos la salida de estos músicos. Los primeros en aparecer en el escenario recibían los tímidos aplausos del principio que, poco a poco, se iban haciendo más intensos a medida que aparecía el resto de la orquesta. Y allí estaba nuestro artista favorito, con sus 12 años bastante recientes, y dispuesto a darle a los timbales, platillos, bombo y cualquier otro instrumento de percusión de los que participaban en las obras de ese día.
   El programa que daba vida al concierto me entusiasmaba. Era de esos que sabía que me iban a arrancar más de una lágrima. España me suena era el nombre de un repertorio lleno de nuestros ritmos y matices, tanto de nuestros compositores como de los ojos de otros venidos de fuera. Desde el Preludio de la Revoltosa o El Sombrero de tres picos hasta la rapsodia España, de E. Chabrier o la Carmen, de Bizet, las diferentes obras iban llenando la sala de todo tipo de acordes y de compases conocidos, a los que les seguían los aplausos entusiasmados de todos los que estábamos disfrutando de lo lindo con la pasión y las ganas de los que estaban sobre el escenario. Si el rock o el pop hacen que me suba la adrenalina hasta salirme por las orejas, la música clásica me toca el alma de una forma que me resulta difícil explicar, hasta el punto de provocarme lagrimones como puños con determinadas piezas. Si se juntan más de una en un mismo concierto y, para colmo, mi ya-no-tan-pequeño músico participa en ellas, a los lagrimones se unen algunos hipidos de tía orgullosísima y emocionada.

  En ese recorrido, mi "gran" músico había pasado del bombo a los timbales y de ellos al triángulo, y había sostenido con dignidad los pesados platillos, arrancándoles las notas adecuadas con esfuerzo y equilibro. Hasta "blandió" uno de los sonoros abanicos rojos con que los músicos sustituyeron por un momento sus instrumentos, para hacer música y llenar de color el escenario.
   Llegaba el final y me picaban las palmas de las manos de tanto aplaudir. El turno de los bises se palpaba en el ambiente y tras la estupenda Leyenda del abanico, la sala se llenó de los impresionantes acordes de El baile de Luis Alonso, invadiéndolo todo de esa magia que crea la música, mientras yo trataba de camuflar mis hipidos y disimular mis lagrimones. Había llegado el momento de abandonar despacio el auditorio y de marcharnos a brindar por la música y nuestro músico.


Orquesta Infantil y Juvenil EOS. Directora Silvia Sanz Torre.
www.encuentroorquestal.es
www.fundaciónpablo.org
www.afanic.com


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