Carmen Manzaneque decidió un día escribir un libro sobre un montón de historias que ella conocía desde hacía tiempo, historias de unos días de odios, venganzas, dolor y miedo, daba igual el bando donde te hubiera tocado estar, los de siempre sufrían igual.
Sí, lo sé, me diréis que cómo he caído yo en una novela sobre la guerra civil con la de pegas que salen siempre de mi boca. Es verdad, posiblemente si hubiera leído la sinopsis en una librería no la hubiera elegido, pero venía acompañada de buenas recomendaciones y de la propia historia de esta novela: Carmen se decidía por primera vez a escribir un libro y, además, a presentarlo al Premio Planeta en un órdago enorme. Y como la valentía suele tener siempre premio, su novela fue seleccionada entre las diez primeras.
Mi curiosidad ya se había puesto en marcha y conocer a los mensajeros hizo el resto: Donde brotan las violetas estaba en mi tejado. Ahora solo tenía que empezar a leer.
Confieso que, al principio, me pareció tímida, había rasgos ya vistos y acontecimientos ya escuchados muchas veces. Había también varios hilos temporales que se cruzaban, una historia presente que servía de excusa para presentarnos historias pasadas; en ocasiones, algunas de ellas casi se me habían olvidado cuando la autora las retomaba varios capítulos después.
Sin embargo, poco a poco, aquello empezó a coger ritmo. Las mujeres protagonistas de cualquiera de las épocas empezaban a tomar cuerpo, a hacerse de carne y hueso, algunas incluso a tomar las riendas de la historia. Aquello empezaba a gustarme cada vez más. Era como si Carmen hubiera perdido los miedos del principio, las dudas, la prudencia y hubiera cogido carrerilla y, arremangándose, se hubiera lanzado a por todas. Sus mujeres eran cada capítulo más interesantes, sus historias personales y las que les eran cercanas cada vez más jugosas y misteriosas y tristes y esperanzadoras. Daba igual cuándo o dónde transcurrieran, las miserias y las grandezas humanas aparecían lo mismo.
Cuando un autor consigue que te metas en la historia, que quieras seguir leyendo para saber qué pasa es porque sabe contar. Carmen tiene un lenguaje sencillo, cercano y agradable que ha hecho que la lectura me resultara muy cómoda, que lo leyera con facilidad, unas veces sugiriendo lo que pasaba, otras presentándolo tan cual era; en cualquier caso, sin palabras rebuscadas ni excesivas metáforas, pero sí con hermosas descripciones y con las comparaciones justas.
Las historias vividas por las diferentes mujeres de la novela saltan de una época a otra, de una generación a otra, anterior o posterior, sin un orden concreto, quizás algo caótico para mi gusto, pero posiblemente buscando la manera de mantenernos siempre atentos. Los hombres que las acompañan, sin ser los protagonistas, son muchas veces los responsables de las acciones de ellas y determinantes en su comportamiento.
Elena, nuestra protagonista, será quien nos ayude a conocer a todas estas mujeres. Unas veces lo hará mediante los viajes al pueblo de sus padres, en donde siguen flotando las historias vividas por sus habitantes durante la guerra y la postguerra; otras veces, gracias a lo que cuentan y también esconden las mujeres de la residencia en la que trabaja; y, por último, mediante la historia que ella misma vive.
A veces, con la sensación de que la autora no les daba un respiro a sus protagonistas, a veces, sintiendo que había demasiado dolor y angustia, a veces, encontrándome con alguna concesión y algún momento de paz, la lectura se iba pasando rápidamente, casi sin darme cuenta; en algunos momentos, con un pelín de vergüenza cuando me hacía soltar una lágrima (yo soy un poco "floja", lo reconozco) y en otros, haciéndome sonreír en medio de un vagón de tren atestado de gente a primeras horas de la mañana.
Sí, había dicho que del agua de la guerra civil no iba a beber, pero aquí estaba este libro de Carmen para hacerme ver que "todos los refranes trabajan". Y me alegro.
Gracias a Carmen por permitirme leer su libro y a Roberto y Geni por ser los mensajeros.