Mostrando entradas con la etiqueta Dónde leer hoy. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dónde leer hoy. Mostrar todas las entradas

domingo, 3 de mayo de 2015

Dónde leer hoy. En la cama con mamá

Durante un tiempo, esta era la frase que solía gritar los domingos por la mañana cuando mi abuela me llamaba para desayunar: Marisa, ¿dónde estás? .-- Aquí, en la cama con mamá. Porque, durante aquel tiempo (todavía con frío y con viento), no había mayor placer que salir corriendo a la cama de mis padres y arrebujarme calentita entre sus sábanas. Yo sabía que mi padre, siempre madrugador, me dejaba su hueco en la cama, y que mi madre, siempre lectora, lo mantendría libre para mí. Mis hermanos dormirían todavía un buen rato.
   Aquellas mañanas de domingo, mi madre me esperaba con su libro de turno, la lámpara de la mesilla encendida y una luz misteriosa que lo inundaba todo por culpa del pañuelo rojo que la cubría. Yo llegaba corriendo, me metía en la cama junto a ella, apoyaba la cabeza en su hombro y leía a hurtadillas algunas líneas del libro. Daba igual el argumento, en aquellos momentos solo quería entrar de nuevo en calor después de la carrera en pijama por el pasillo, y oler el camisón y la piel de mi madre, que junto con el papel y la tinta de algunos de sus libros, me parecían el mejor de los perfumes.
   Y así, domingo tras domingo, durante aquel tiempo, yo me iba empapando de sus costumbres lectoras, iba acostumbrándome al olor de sus libros, al Aire de Loewe de su ropa. Hasta que un día, llevé mi propio libro, me arrebuje en mi propio lado de la cama, yo también encendí la luz de la lámpara y tuve mi propio olor a papel. Allí conocí a Los cinco y a Jane Eyre, y allí temblé con las Leyendas de Becquer.
   Así que, un día como hoy, me encantaría estar otra vez en la cama, con mi madre, bien calentitas y tapaditas, con las lámparas encendidas, muy juntas pero lejos la una de la otra, cada una con su propia historia, con su propio olor a libro y leyendo, siempre leyendo.
Gracias mamá.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Dónde leer hoy. Delante de la chimenea

La casa está absolutamente dormida, no se oye ni el más mínimo ruido y todavía quedan restos de las últimas brasas en la enorme chimenea que hay en el salón. Nos hemos acostado bastante tarde, pero me he despertado temprano para hacer honor a mi fama de abonada al insomnio crónico, justo después del amanecer,en esas horas de penumbra que tanto me gustan. Entonces, es cuando más tranquila y profundamente leo.
   Aún se mantiene el olor a leña mezclado con el de los últimos cubatas con los que brindamos anoche acompañando la puesta al día de nuestras vidas. Ahora, todo está en silencio, un silencio espeso que se cuela por los oídos y que parece que me envuelve igual que la manta que he cogido para taparme. Ya estoy lista, tengo el libro en una mano y la taza de café caliente en la otra. Los pequeños de la casa están todavía profundamente dormidos y nunca se sabe cuando van a despertar, así que tengo que aprovechar estos momentos de aislamiento. 
   El sillón está en el sitio justo, delante de la chimenea, ni demasiado cerca como para achicharrarme, ni demasiado lejos como para echarla de menos. El chisporroteo de las ascuas delante de mis pies, extendidos sobre la banqueta, ponen la música de fondo. Tengo todavía el pijama puesto que, para mí, es uno de los mayores placeres de las mañanas festivas, y ya he conseguido darle la forma de mi cuerpo al orejero, a pesar de la manta que se resbala constantemente y me hace dejar el café a un lado si quiero mantenerme así de calentita. 
   Santiago Posteguillo, Publio Cornelio Scipion y yo nos encontramos de nuevo, esta vez en las llanuras del río Tesino, en plena batalla contra las tropas cartaginesas de Aníbal. La tensión se mastica junto con el polvo y el sudor de la batalla. Si me permitís, voy a darle otro sorbito al café, a sujetar con fuerza la manta y a aprovechar el silencio hasta que lleguen los primeros despertares. Con vuestro permiso...

domingo, 14 de septiembre de 2014

¿Dónde leer hoy? Un café-librería

Ayer, mientras leía la entrada sobre librerías escrita por Mientras leo en su blog Entre montones de libros (que os recomiendo sin dudar), empecé a sufrir un ataque de nostalgia. Recordaba momentos vividos en esas librerías pequeñas, en las que los libros están casi encajados buscando su sitio, o esas otras enormes, de amplios mostradores y libros bien presentados. Y de repente, empecé a oler a café, intenso y dulzón. Y supe que me había trasladado a esos cafés librerías donde, alguna que otra vez, había disfrutado de lo lindo, oyendo el sonido de las hojas de aquellos libros leídos u hojeados por los clientes. Y sentía el fortísimo aroma de los cafés recién hechos que estos lectores saboreaban en silencio, o el de los vinos de aquellos que llegaban para el aperitivo, todos sentados tranquilamente a sus mesas, algunos contemplando la calle a través de las ventanas.
   Hace años, una loca de los libros soñaba con montar un café librería en el que poder pasar el tiempo entre papel y tinta y poder sentirse acompañada de otros locos como ella que saborearan esos libros mientras se tomaban su bebida favorita.
   Aquel sueño se quedó en el tintero, así que ahora paseo mis ganas por los sitios que podían haber sido míos y no fueron, pero que me acogen como si supieran lo que una vez soñé. Y ahora, con vuestro permiso y el de esa mesa que se acaba de quedar libre junto a la ventana, voy a tomarme un café con leche bien calentito, una pequeña chocolatina cortesía de la casa y alguno de los libros que empapelan los muros. Con permiso.

jueves, 31 de julio de 2014

Dónde leer hoy. El mar

La paz era casi absoluta. De vez en cuando llegaba el ruido de las olas que, a esas horas de la tarde, siempre es más fuerte de lo habitual. Con los pies llenos de arena, después de un largo paseo por la orilla, y las manos manchadas de restos de conchas y de más arena aún que los pies, solo quería sentarme y sentir el frescor del aire y el murmullo del mar. Solo así sería capaz de zambullirme completamente en Estambul
   El Mediterráneo tiene la virtud de unir unas ciudades con otras a través del ir y venir de las olas. ¿Por qué esta agua no podía ser la misma que, quién sabe cuándo, había mojado el Cuerno de Oro? Estaba segura de que Orhan Pamuk había mirado las mismas crestas blancas que estaba viendo yo en ese momento y había sentido el mismo aroma del agua llena de vida que recorre la costa "de Algeciras a Estambul" desde el principio de los tiempos; estaba segura.
   Ya había conseguido sacudirme la arena y la sal de las manos, ya tenía Estambul fuertemente sujeta entre los dedos, había conectado el modo "sonido ambiente" para acompañar la lectura y había estirado mis piernas cansadas de la caminata, dispuesta a dejarme arrastrar por el paseo del autor por su vieja casa familiar, a pasear con él por los álbumes de fotos familiares y, quizás más adelante, a acercarnos al Bósforo a mirar de cerca ese mar inmenso y ancestral, lleno de culturas diferentes, pero parecidas.
   ¡Silencio! Al parecer nos hemos quedado solos Pamuk y yo y el Mediterráneo. Si nos disculpáis...

jueves, 12 de junio de 2014

Dónde leer hoy. El balcón

¿Acaso no os gustan las tardes de tormenta? Esas tardes de treinta y siete grados a la sombra, de un bochorno aplastante, de algunas ráfagas de viento muy, muy caliente. De repente, el cielo se oscurece, la luz se vuelve gris, empieza a oler a humedad y se oyen los primeros truenos. Estas tormentas de verano te avisan con tiempo suficiente para que te pongas a cubierto, otras cosa es que les hagamos caso. Empiezan tímidamente con unas pocas gotas, tan calientes como antes lo era el aire, al principio muy suaves, para ir refrescándose poco a poco a medida que se hacen más grandes, más rápidas y más frecuentes.
   Aquí es cuando empiezo a disfrutar de ellas, sobre la cabeza, luego sobre la espalda, después en la cara. ¡Es tan agradable! Me encanta sentirlas, fresquitas, en mi cuello o en los brazos, siempre y cuando no se transformen en el diluvio universal. Noto el olor de la tierra al mismo tiempo que siento la lluvia y, si no me pilla muy lejos de mi destino, me puedo permitir el lujo de un paseo agradable, sin demasiadas prisas.
   Cuando llego a casa, me descalzo, cojo mi libro y salgo pitando hacia el balcón, antes de que se vaya la tormenta. Lo abro, casi de par en par, y me siento en el suelo, apoyada en la puerta; no me importa clavarme los cuarterones que la decoran. Sin embargo, el libro que tengo ahora entre manos no me encaja con la tormenta, el cuerpo me pide algo más... poético. Así que hago caso de mi cuerpo y me voy a por una buena dosis de poesía. Reviso la estantería; tengo a mano a Garcilaso:
SONETO V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escribir de vos deseo;
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan solo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma mismo os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

   En ese momento, cae un rayo, le sigue el trueno: ¡Qué oportuno! Le ha puesto sonido a la fuerza del poema. Sigue oliendo a gloria, el aire sigue refrescándose y yo necesito cambiar el poema. Me levanto "como un rayo" a por los versos de Lorca:
LLUVIA
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.
Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.
(...)

 
    En esta ocasión, ni un rayo, ni un trueno, la lluvia descansa, solo está el olor de la tierra. Creo que, ante el maestro, solo cabe el silencio. Hay que reflexionar sobre lo leído, hay que sentir.
   La tormenta ha pasado y el sol ha vuelto, aunque mucho más tranquilo; es casi atardecer así que no se molesta en brillar demasiado, total, se va dentro de poco. Mi momento de poesía preferida también ha pasado ya. El balcón es un sitio muy bucólico para estas ocasiones, pero algo incómodo para pasar allí algo más que un rato. Así que recojo los bártulos poéticos, entorno el balcón y me preparo una buena cena.

jueves, 13 de marzo de 2014

Dónde leer hoy. El jardín

Es verdad, este jardín no es un jardín cualquiera porque este es un jardín de reyes. Por eso, cuando hay sol y son las cuatro y media de la tarde, cuando mi cuerpo ya no puede más con tanto invierno y necesita recargar pilas, agarro el bolso con fuerza, meto dentro un buen libro y me voy al jardín, al jardín de los reyes, a sentirme yo también como una reina.
   No es difícil sentirse así después de un largo paseo por calles rectas, elegantes y ordenadas; después de caminar entre árboles diferentes que ya empiezan a echar flor, sobre todo si son almendros; después de escuchar el ruido del río que pasa casi corriendo como si fuese a llegar tarde a Lisboa. Esto no es lo difícil. Lo difícil, ahora, es elegir.
   Evidentemente quiero un sitio cómodo, tranquilo e incluso discreto. Hay un gran banco de piedra que lo cumple todo, pero que todavía está frío. Más allá hay otro de madera al que le falta la discreción, pero que está calentito. Si elijo un banco al sol, posiblemente mi frente se quejará después de un par de minutos; si lo elijo a la sombra, serán mis dientes los que protestarán, porque el aire sopla dejando bien claro que todavía estamos en marzo. La sabiduría popular dice que en el equilibrio está la virtud, por tanto, un "solysombra" será perfecto.
   Una vez elegido el sitio, no me queda más que sacar mi libro. Se ha venido conmigo Irène Nèmiroski con una historia breve, pero llena de grandes cosas. Por un momento, un pelea de patos en el río me hace distraerme de la lectura (mira que eso es difícil, porque Irène me tiene bien cogida por las manos). Unos niños les están volviendo locos tirando tantas migas a la vez. Sin embargo, después de tanto alboroto, el silencio es casi cósmico y la lectura corre que vuela, tanto que empiezo a sentir el frío de la tarde y a ver mi sombra cambiar de sitio. Miro el reloj y han volado dos horitas de nada, dos horas tan estupendas que, en este momento, entiendo eso de que "el tiempo es oro". Esta tarde de sol, banco y jardín, ha sido de oro.

domingo, 9 de febrero de 2014

Dónde leer hoy. En el tren

Después de haber conseguido el sitio perfecto junto a la ventanilla, conseguí también amuñuñar convenientemente abrigo, bufanda y guantes, de manera que formaran una confortable montañita en dónde apoyar mi recién estrenada tablet, a la que me estoy acostumbrando poco a poco, pero a la que reconozco la comodidad y el poco peso que añade a mi bolso. El paisaje tenía un color gris pardo que ni siquiera las gotas de lluvia decoraban un poco; los campos sin siembras pasaban deprisa delante de mí; y pude ver un poco de verde triste alrededor del río. 
   Sin embargo, el suave meneo del tren, el calorcito que desprendía la calefacción a la altura de los pies creaban el ambiente perfecto para empezar a leer. Solamente debía decidir la lectura: la novela-cuento de género fantástico o la realidad y reflexiones del periodismo del siglo XIX. ¿Qué era lo que me pedía el cuerpo? Al mirar por la ventana y ver un día tan lluvioso y desapacible, mi mente, que vuela como le da la real gana, independientemente de que sea lógico o no su vuelo, empezó a imaginarse al periodista, autor de mi libro de artículos, sentado a una mesa situada delante de un gran balcón, rodeado de papeles, plumas y tintero, escribiendo como un loco el próximo artículo que debía publicar.
Foto cogida de losojosdepeterpan.wordpress.com
   No tuve elección. Mientras las primeras ráfagas de lluvia empezaban a golpear los cristales y el movimiento del tren casi me adormecía, Mariano José de Larra me contaba sus experiencias con el "castellano viejo" empeñado en enseñarle las exquisiteces de su mesa, entre otras muchas cosas. Entre reflexión y reflexión, yo podía levantar la vista y disfrutar del agua resbalando por la ventanilla, del paisaje gris y frío de fuera y de las estaciones que traían y llevaban nuevos pasajeros. Y con la misma facilidad, devolvía los ojos a la lectura y me encontraba de nuevo con don Mariano, esta vez pensando en la importancia de la educación y la cultura. ¿Hay algo mejor? ¿Se puede cambiar de entorno con tanta facilidad como cuando viajamos en tren? ¿Qué pensáis?

domingo, 1 de diciembre de 2013

Dónde leer hoy. En la cama

Mi cama es grande, confortable, calentita ahora que hace frío, acogedora. Por todo esto, cuando se acercan las doce de la noche y estoy sentada en el sofá viendo la "maravillosa" televisión de la que disfrutamos, y llevo ya un buen rato dando cabezadas, cerrando los ojos y adoptando algunas de las posturas más incómodas de que soy capaz, es cuando oigo "la llamada de la jungla", que no es otra cosa que las sábanas de mi cama abriéndose de par en par y mostrándome el hueco en el que voy a convertirme en un ovillo, a plegar la oreja (que diría un castizo) y a ¿dormir? Pues no.
  En el mismo instante en que mi cabeza se apoya en la almohada, los ojos se abren de par en par por un mecanismo de resorte que funciona de forma instantánea: el roce de la tela manda una serie de impulsos eléctricos a mis ojos que parecen haber olvidado lo que hacían minutos antes en el sofá. Personalmente, creo que es un mágico fenómeno conocido como "hacer la puñeta", ni más ni menos. Sin embargo, ahí es donde yo saco mi mejor arma, perfeccionada a lo largo de siglos de insomnio, y meto la mano debajo de la almohada en donde guardo uno de mis mayores tesoros: un libro. Enciendo la luz de la mesilla, apilo los almohadones y organizo la sábana y el edredón de manera que me tapen bien los hombros y, con suerte, parte de una oreja; abro el libro, lo pongo encima del doblez que he hecho con el otro extremo del edredón, para poder leer mejor, y empiezo el viaje.
   Mientras leo, se oye un silencio absoluto, solo interrumpido a veces por algún sonido que viene del radiador. Después, más silencio. Puede que pase un coche, entonces el silencio es ya cósmico. Es un momento mágico: casi puedo escuchar a los personajes del libro, nada me distrae, paso las páginas, una tras otra, oyendo el ruido del papel, mi respiración. A veces también se oye el ruido del pie que va y viene entre las sábanas, sobre todo si estoy leyendo algo apasionante. Otras veces, me emociono tanto que se me escapa una lagrimita, menos mal que ahí está la almohada para hacerse cargo. Entonces, me arrebujo más y más.
   Después de varias horas (el insomnio decide el tiempo), empiezo a cerrar los ojos, y tengo que empezar a releer desde el principio del párrafo. Tengo mi propia marca personal para decidir cuándo darme por vencida: a la quinta relectura, considero que he perdido. Me doy por vencida, cierro el libro y lo coloco debajo de la almohada. Deshago la torre de almohadones, me vuelvo a arrebujar y cierro los ojos. He sido invadida por una enorme sensación de paz y relajación, hasta el próximo insomnio.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Dónde leer hoy. En el salón de mi casa

Hoy es una tarde soleada. Todavía me quedan unas horitas antes de irme a clase de francés. Tengo varios "marujeos" que hacer en casa, pero creo que los voy a dejar de lado. Me apetece leer. Entra el sol por la ventana y, después de los días de frío y cielos grises, estoy deseando aprovechar este momento para ver si consigo darle un buen empujoncito al libro que tengo entre manos.
   Voy a mover el orejero hacia el balcón y voy a ponerme cerca esa mesita pequeña de color negro para poder dejar la taza de té. Por cierto, ahora que la veo, necesita una buena mano de pintura, la pobre anda bastante ajada. En fin, eso tendrá que esperar a otro momento, cuando pueda rascar un par de "ratos" para trabajos manuales.
   Ya estoy en posición. Me siento, cojo el libro, coloco la libreta de notas con el "rotu"en la mesita y... ¡Ay! No. He olvidado dónde poner los pies. Necesito ponerlos en alto. A ver... ¡Ya está! Acerco un poco más la mesita auxiliar que hay delante del televisor y listo. Ahora sí. 
   Llevo ya veinte minutos leyendo sin parar. El sol sigue entrando por el balcón e ilumina de lleno las hojas del libro. ¡Qué gusto! De vez en cuando, miro a través de los visillos si oigo algún murmullo en la calle. Se ha quedado frío el té; casi mejor será echarle un poco de leche bien calentita con miel. Pero tendría que levantarme y, en este preciso momento, estoy en medio de una buena escena. Esperaré a terminar este capítulo. ¡Veamos! ¿Cuántas páginas faltan? Esto es lo que me gusta de los libros en papel, pasar las hojas con rapidez, con dos dedos, con una mirada veloz hasta encontrar el final y sujetar ese montón de páginas entre el índice y el pulgar mientras, poco a poco, llego hasta donde quiero llegar.
   Por fin me decido a calentar el té.  Me vuelvo a sentar en mi sillón, vuelvo a estirar las piernas y vuelvo a mirar por el balcón, a través de los visillos, antes de meterme de nuevo en la lectura.
   Hoy he decidido leer en el salón de mi casa, junto al sol que entra desde la calle y al lado de los visillos que me dejan mirar hacia afuera. ¿Dónde leeré la próxima vez?

   Doy las gracias a Isabel por sugerirme esta idea. Otra más de las miles que este blog le debe a mi hada madrina.

domingo, 14 de julio de 2013

¿Dónde disfrutas leyendo?

Hace unos días participé en una encuesta del blog Devoradora de libros, sobre el lugar donde nos gusta leer. Cuando se publicaron los resultados, allí apareció de todo: la cama, el tren, al aire libre, en el sofá, etc. Y es que hay miles de sitios que pueden convertirse en "mágicos" cuando estamos disfrutando de un libro.
   Mi sueño siempre ha sido un sillón orejero, colocado en la esquina de una sala llena de estanterías repletas de libros, por supuesto, y cerca de un gran ventanal o un balcón, (qué queréis, he visto mucha película inglesa). A veces, también había una chimenea dentro de ese "sueño" pero no era indispensable, dependía mucho de la estación del año. La realidad siempre ha sido otra. Sin embargo, uno de los libros que más he disfrutado no lo leí cómodamente en ningún sillón, ni siquiera tumbada en la cama, fue en el tren, entre traqueteos, música alta y conversaciones por el móvil. A pesar de todo, la historia me tenía tan enganchada que era capaz de evadirme de todo lo que me rodeaba. Y es que un buen libro consigue sobreponerse a todo. ¿O no?
   Para algunas personas, es muy importante el lugar en dónde se lee. Amigos míos me han dicho: -El libro no era gran cosa, pero el sitio era tan cómodo y tan idílico, que lo disfruté como nunca-. Otros en cambio, me comentaban todo lo contrario: -La novela es buenísima pero, chica, la he tenido que leer a saltos, mientras iba en el metro, y no la he disfrutado igual. En mi opinión, aunque el lugar en cuestión es muy importante, si una historia es realmente buena y está bien escrita, te enganchará y  no importará dónde la leas.
   Aún así, yo sigo soñando con ese maravilloso orejero colocado delante del balcón. Y ahora que estamos en veranito, sueño con una hamaca atada a dos árboles frondosos y verdes, balanceándome muy despacio y sintiendo un agradable airecillo en mi cara. ¿Alguien da más?
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...