domingo, 21 de octubre de 2018

Y nos habla El Libro

¿Qué pasaría si fuese el libro el que nos contase su punto de vista, lo que  ha experimentado, lo que ha sentido? ¡Qué extraño! ¿Verdad?
   Por eso me atrajo tanto esta novela, por eso y porque me la prestó una sabia amiga mía, que absorbe con pasión los libros y con la misma pasión los adora o los rechaza. Si ella me lo recomendaba, no había más que hablar.
   Testamento de un libro, del escritor marroquí Abdellah Baïda, es una novela donde el propio libro se confiesa; el Libro, con mayúsculas. Él mismo nos cuenta su historia a través de los siglos, sus años de gloria absoluta, sus momentos de horror y sufrimiento, sus confesiones más íntimas, su amor con aquellos autores que lo hicieron grande. ¿No me digáis que no es un argumento original?
   Conocí a Abdellah Bäida en una charla que ofreció en la Escuela Oficial de Idiomas donde yo estudiaba francés, hace ya algunos años. Eran mis primeros pasos en este idioma y mi oído siempre duro no estaba todavía muy ducho. Sin embargo, la pasión del autor al hablar de sus novelas, la seducción que desprendía, su musicalidad y su forma de hablar calmada y elegante hacían que me fuera sencillo comprenderlo, que pudiera seguir fácilmente su mensaje, con lagunas evidentemente, pero que no molestaban demasiado.
   Y así ha sido también el paseo por esta novela suya, como fue aquella charla de hace años. Su forma de escribir ha sido como su forma de contar: elegante, fluida, culta y al mismo tiempo cercana, con traspiés por mi parte, pero que me permitían seguir avanzando sin caerme. Mi problema era que quería aprender todo de su lenguaje, su gramática, sus giros, y anotaba y consultaba continuamente el diccionario. Aunque, a veces, me era imposible dejar la narración y tenía que saltar el obstáculo; ya volvería a él más tarde.
   Testamento de un libro comienza con una frase casi dramática: Soy un libro. Estoy amenazado, es urgente que lo registre todo antes de mi extinción. Porque nuestro amigo está seguro de que va a desaparecer, que ya no quedan muchos de su "especie", que la memoria es frágil y que las nuevas formas de conservarla se abren paso casi a empujones. De esta forma, el autor hace un recorrido por sus obras de cabecera, por momentos cruciales en la literatura; aunque, a mi modo de ver, se deja algunos autores indispensables en el tintero, pero eso es algo totalmente personal. Lo que sí nos muestra son sus propias referencias culturales, que por diferentes en muchos casos, me han enseñado mundos nuevos y muy interesantes.
   
Nuestro protagonista especial nos habla de los grandes momentos vividos con Averroes, Honoré de Balzac, Stephan Zwieg o Gabriel García Márquez, entre otros muchos. De los maravillosos lugares en los que habitó durante siglos, como la Biblioteca de Alejandría o Bayt Al-Hikman, la Casa de la Sabiduría. O de los avances que lo engrandecieron, como la invención del papel en China o la imprenta. Pero también nos narra los horrores vividos y las prohibiciones y destrucciones de muchos de sus congéneres: la persecución de Almanzor, la quema de libros de la Santa Inquisición o del III Reich. Gracias a él he conocido a algunos de sus "amantes", como él los llama, de los que, por desgracia, nunca había oído hablar, como Jahiz, un sabio nacido en Bassora en el año 776; o Pico della Mirandola, humanista y pintor, contemporáneo de Botticelli. 

   En el momento de hacer este testamento, nuestro amigo El Libro está encerrado en la biblioteca de Al Quaraouiyine, en Fès, en un abandono total, invadido por la convicción  de su extinción y esperando que este testamento suyo sirva como testimonio de su existencia.
   Mostrándonos tanto sus alegrías como sus miserias, el libro humanizado por Abdellah Baïda nos lleva por un recorrido muy personal del autor, un recorrido muy interesante y absolutamente apasionante. Yo os aconsejaría que no os lo perdieseis. 
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