Allí estaba yo, pasando las hojas de aquel catálogo de libros para hacer la petición mensual correspondiente, sin demasiado entusiasmo pero con demasiada urgencia, porque se acababa el plazo. Ya desesperada, mirando más que viendo, frené en seco al ver su nombre y, de nuevo, María Oruña me convenció de que recorriera paisajes con ella y conociera lo que se esconde en lo más profundo de algunos seres humanos. Y así fue como empecé a leer Un lugar a donde ir, segura de que disfrutaría con este libro tanto como con el anterior, Puerto escondido.
Son los protagonistas de la anterior novela quienes, de nuevo, tienen que enfrentarse a un increíble misterio en la localidad de Suances. Cuando ya todos pensaban que habían vuelto a la normalidad tras los asesinatos que lo pusieron todo patas arriba hacía ya unos cuantos meses, el cadáver de una joven que parece haber viajado en el tiempo aparece en La Mota de Trespalacios, una particular construcción medieval. Todo lo que lo rodea vuelve a alterar la comisaría donde trabaja la teniente Redondo, al igual que los asesinatos que le siguen y que traerán de cabeza a nuestros protagonistas. Mientras estos investigan los entresijos de estos crímenes, Oliver Gordon se enfrenta a su propio misterio, la desaparición de su hermano Guillermo.
Me frotaba las manos con esta nueva historia, sobre todo, porque esperaba que detrás de ese argumento hubiera mucho más, como en su anterior novela. Porque deseaba encontrarme con esos personajes tan completos, daba igual su escala de protagonismo, cada uno con su propio pasado, sus propias cicatrices, dándoles así realismo y profundidad. También, con esa forma de escribir tan fluida que hace la lectura tan fácil, con diálogos ingeniosos y un lenguaje que encaja muy bien con cada personaje. Y por último, con esa perfecta combinación de saltos en el tiempo que, a la vez que explican hechos del presente, aumentan el misterio y la intriga. Todo esto, sin olvidar la increíble labor de investigación que se refleja en los detalles y datos de las distintas disciplinas que se mezclan en la trama y que van completando el rompecabezas.
Y en medio de todo esto, el paisaje. Un paisaje tan protagonista como los personajes de la novela, que parece entrelazado con la historia como si esta no hubiera podido transcurrir en otro lugar, y que yo misma había tenido la suerte de recorrer no hacía mucho. Reconocía lugares y recordaba rincones, pero no era solo esto lo que me me hacía caminar de nuevo por allí, era también la habilidad de María Oruña para crear una fotografía del entorno donde pasa todo.
Según iba leyendo me iba encontrando con referencias a la anterior novela, pequeños guiños a personas y hechos que habían cambiado la vida de los protagonistas; suficientes para que los que habíamos leído Puerto escondido supiéramos cómo habían evolucionado algunos acontecimientos, pero no tantos como para que los recién llegados se perdieran y necesitasen leerla para saber de qué se hablaba. Aunque, sinceramente, no creo que puedan resistir mucho tiempo sin salir corriendo a por ella.
Y así es como, otra vez, esta escritora ha vuelto a sorprenderme, a hacerme disfrutar y a que cerrase el libro con satisfacción, esperando ya su próxima obra.