Así ha sido este Pan de limón con semillas de amapola: un buen "manjar". Lo disfruté a pequeños pellizcos, saboreándolo poco a poco en los ratitos que podía robar para leerlo; mordiscos que me dejaban siempre con ganas de más.
Es curiosa la huella que dejan algunos libros. Después de mucho tiempo desde su lectura, quizás no recordemos algunos pasajes, pero no olvidamos la sensación final. Esa sensación será la que os cuente en esta ocasión, porque con tantos altibajos en la marcha del blog, con tantas interrupciones lectoras, ni siquiera mis notas me ayudan a escribir una reseña como Dios manda, es decir, con un cierto análisis objetivo. No, lo siento, todo serán sensaciones, subjetividades, recuerdos e impresiones.
Desmenuce
Como ha ocurrido a lo largo de la Historia, el pan se convierte para estas hermanas en su alimento básico; será lo que las una tras una larga separación y lo que las acerque también a otras personas y a otras posibles vidas.
Aunque el principio ya te cuenta el final, hasta llegar a ese desenlace pude disfrutar de todo un proceso de cambio, de las situaciones presentes y pasadas que me daban la pauta para entender la relación de Anna y Marina (aunque debo confesar que me pille un buen mosqueo al empezar la novela sabiendo ya parte del desenlace). Pero también nos acerca al resto de personajes que, en torno a la panadería que misteriosamente han heredado, van surgiendo poco a poco y aportando su grano de arena a la nueva vida de las dos hermanas.
Cada capítulo empieza con una receta que contiene más que simples ingredientes y una elaboración determinada; encierran también las pautas del día a día para afrontar las circunstancias que se nos vienen en cima.
Confieso, que algunos de los pasajes me resultaban previsibles o muy manidos; otros, muy familiares, vistos en más de una peli de sobremesa (de hecho, alguno que otro me recordó a Chocolat), pero la forma de escribir de Cristina Campos le daba el toque de naturalidad necesario, con un lenguaje cercano y actual, pero muy literario a la vez, además de ciertos guiños a una cultura televisiva común.
Recuerdo disfrutar en general con los personajes, algunos arquetipos, otros más reales; encariñarme con algunos de ellos, entenderles, compartir sus reacciones. Recuerdo que me fue fácil meterme hasta las trancas en la historia, querer resolver el misterio de esa herencia (aunque esto solo fuera una excusa para contar todo lo demás), emocionarme o cabrearme con algunas de las decisiones tomadas. Recuerdo soltar alguna que otra lagrimita, pero alegrarme cuando la autora no se regodeaba en lo sensiblero; torcer el gesto, sin embargo, cuando detallaba lo sórdido para definir a un personaje. Recuerdo dejar escapar alguna que otra sonrisa, adivinar alguna que otra reacción, algún que otro secreto de familia.
Cierre
Pero lo más importante es que recuerdo haber cerrado el libro con satisfacción, con la sensación de haber disfrutado de la historia, con un suspiro final de "¡qué bonito!" y con las ganas de recomerdarlo a quienes quieran disfrutar de una buena lectura veraniega.