Desde que supe del señor Murakami y leí los entusiasmos que despertaba, sentí unas ganas enormes de conocerle de cerca, de sentir yo también ese entusiasmo o admiración por sus libros. Así que me estrené con él no hace mucho, y he repetido de nuevo, hace menos.
¿Qué tiene Murakami que no me deja marcharme? Aún no lo sé muy bien. Empecé el viaje con Al sur de la frontera, al oeste del sol, y llegué a mi destino con un extraño sabor de boca: no era lo que yo esperaba, pero algo me había enganchado por dentro que me empujaba a repetir con el escritor. Después de un tiempo de descanso, volví a coger los bártulos para empezar otro viaje con Haruki, esta vez con Los años de peregrinación del chico sin color, y el resultado ha sido el mismo: ese sabor agridulce que me vuelve a empujar a intentarlo de nuevo.
Aunque con pinceladas mucho más originales que en el libro anterior (hay algo de mágico en algunos recuerdos), tenía la sensación de estar ante el mismo personaje de la otra novela: sus dudas sobre la realidad y los sueños, sus quebraderos de cabeza filosóficos, el análisis hasta la saciedad del comportamiento de los demás, sus delirios. ¿Es esto Murakami? ¿Son estos los rasgos de su forma de escribir?
La historia de Tsukuru, su obsesión por la falta de color en su apellido (todos sus amigos de la pandilla lo tienen), sus recuerdos sobre esta pandilla del instituto y lo que supuso en su vida, sus años de universidad y su vida actual, había tratado de descubrirlos por mí misma y, por eso, había evitado releer las reseñas que muchos de vosotros escribisteis hace tiempo sobre el libro. Tan solo quise recordar las buenas sensaciones que os dejó y que me animaron a enfrentarme a él. No quería verme influenciada a la hora de leer y de sentir con este libro. Pero no tengo muy claro qué he leído y qué he sentido.
Tsukuru nos cuenta su historia, su "peregrinación" desde que se separó de su pandilla y se marchó a Tokio para estudiar en la universidad y dedicarse a "crear" y construir estaciones de tren. Han sido años marcados por el abandono de sus amigos que, sin ninguna explicación, le rechazaron, haciendo que nuestro protagonista pasara un auténtico calvario durante su juventud, hasta que consiguió olvidar aquella dolorosa historia y seguir con su vida. O eso pensaba él. Sara, su última relación seria, le descubre que debe resolver aquella antigua historia si quiere seguir adelante con esta. Y así lo hace. Tsukuru visita uno a uno a sus antiguos amigos, viaja por su pasado y por el mundo para encontrarse con ellos y descubrir lo que pasó entonces, mezclando sus recuerdos con sus sueños, sin que él mismo esté muy seguro de cuál es cuál.
Muchas cosas en este libro me han resultado extrañas. No me acostumbro a esa forma tan distante y aséptica que tiene Murakami de describir el sexo, o los sentimientos del protagonista; tengo la sensación de leer un ensayo y no una novela. Tampoco entiendo muy bien las "torturas" mentales y espirituales del personaje; no consigo empatizar con ellas. Me gustan, sin embargo, sus descripciones de paisajes o de personas, tan originales (..."la forma de su cabeza era suave como un huevo recién puesto"...), y he disfrutado con la historia intercalada sobre el padre de su amigo Haida, y también de la forma en que desperdiga por la novela pequeñas gotas de misterio para que no podamos dejar de leer, aunque muchas de esas gotas no se resuelvan al final (lo que me pone de los nervios, por cierto).
Y por último, el color. El color todo lo inunda, o la falta de él. Tsukuro se ve siempre gris, anodino, casi invisible, frente a las personas con las que se encuentra (y que tienen algún color en su nombre): son interesantes, tienen algo que contar, cualidades que destacar. El color se convierte casi en una obsesión para él. Como la música, que le une de forma especial con dos de los personajes que marcan su vida.
"Y hasta aquí puedo leer", porque si continúo hablando de mis impresiones, terminaré destripando el final que, por cierto, a mí sí que me ha dejado sin color, os lo aseguro.