Y encima, casi siempre llueve. O solo asoma el sol a veces. Es cierto que los días de lluvia invitan a quedarse en casa, calentitos, bajo la manta, disfrutando de un buen libro. Pero a mí, "antes", si la lluvia caía lenta, con calma, y era suave y templada, me gustaba dar un paseo a media tarde por una calle poco concurrida y escuchar su sonido sobre el paraguas.
Evidentemente, "ahora", eso es imposible, así que me he quitado el antojo buscando en internet este sonido tan relajante para mí, y lo escucho mientras recorro las estanterías maternas buscando lecturas que vengan bien con este día.
He desempolvado unas cuentas: algunas me han venido a la mente de golpe; otras, las he encontrado por casualidad.
Jane Eyre. Charlotte Brontë.
Cumbres borrascosas. Emily Brontë.
Vinieron las lluvias. Louis Bromfield.
Rebeca. Daphne Du Maurier.
Nieve en abril. Rosamunde Pilcher.
Los gozos y las sombras. Gonzalo Torrente Ballester.
Jane y Charlotte fueron mis primeras amigas literarias. Con Jane Eyre me bauticé en la literatura "adulta" y quedé tan enamorada de esta novela que la leí tres veces seguidas, para repasar después los párrafos que más me habían impresionado.
Con Cumbres borrascosas fue distinto. Había visto varias versiones cinematográficas bastante buenas y una serie de la BBC muy bien adaptada, y ¡claro!, como me suele pasar, me costaba mucho lanzarme a por la novela. Hace un par de años me decidí por fin y aún sigo dando gracias.
Vinieron las lluvias fue una novela que mi madre compró en Círculo de Lectores cuando yo no era más que una mocosa. Enamorada hasta la médula de Tyrone Power, ella (mi madre) devoraba su historia sentada en el balcón de casa durante las tardes grises y frías de marzo, mientras yo miraba la cartelera del cine de enfrente donde el actor acaparaba el enorme cartel que publicitaba la película de la Fox.
Y qué decir de Rebeca, de ese impresionante Manderley en blanco y negro, cuyas ventanas eran azotadas por la tormenta mientras Mrs Danvers susurraba siniestra al oído de Jane Fontaine. Pasó mucho tiempo hasta que me decidí a leer la novela y, aunque no pude librarme de las imágenes creadas por Hitchcock, fui capaz de disfrutarla como nunca.
Nieve en abril me saltó a los ojos prácticamente al empezar el recorrido por las estanterías. Era evidente que venía al pelo para esta entrada. A esto había que añadir la paz que me producen las novelas de Rosamunde Pilcher; su habilidad para hacerme sentir como en casa cuando visito a sus protagonistas siempre me sorprende, sea cual sea la historia. Este viaje a Escocia de Carolina, la protagonista, es uno más de los típicos melodramas Pilcher que tanto me entusiasman, y al igual que el resto, esconde un genial retrato de los diferentes sentimientos y comportamientos humanos, perfectamente aderezados de costumbrismo.
Los gozos y las sombras no podían haber existido sin ese chirimiri perpetuo que envuelve el relato y que le da esa media luz a los caprichos del cacique del pueblo y al poder de la rancia nobleza que representa "la vieja" Doña Mariana. Si queremos retratos costumbristas y crítica social, pocos hay que hilen tan fino como Torrente Ballester.
Hoy parece que ha salido el sol, pero como volverá la lluvia, es posible que me apetezca repasar alguna paginilla de alguno de ellos.