Como cada mañana, me he lanzado a la playa a dar mi "paseillo" mañanero. Mi intención no es estar en forma o perder esos kilos que me sobran; sólo pretendo hacer algo de ejercicio y relajarme, dejar la mente en blanco a veces y pensar otras. Me enfundo mis cascos y ¡ale! a caminar.
Yo voy pensando en mis cosas, mirando al mar a ratos y otras veces a las gaviotas que se pasean por la arena entre los trabajadores de la playa. De repente, me cruzo con un señor mayor muy sonriente que me saluda con un "buenos días". Estoy segura de que no le conozco, pero es posible que le suene mi cara de estos días atrás. Entonces me fijo en la gente con la que me cruzo y me doy cuenta de que solemos ser los mismos los que nos ¿vemos? (o nos miramos sin ver) cada mañana.
Ahí está el señor alto y esbelto, con aspecto de militar retirado, con su sombrero de estilo panameño, ladeado, y gafas de sol tipo "Top Gan", marcando el paso y con la cabeza bien alta. También está el matrimonio mayor que camina cogido de la mano, dentro del agua. El corredor profesional con el pulsómetro, el podómetro y todos los ómetros necesarios. La chica que corre con su perro y las dos "maris" que van "cortando el traje" de todo el bloque en el que veranean. Hoy no he visto al chico de la gorra y las gafas negras, pero sí estaba el bañista de la playa nudista al que todos tratamos de sortear indiferentes cuando sale del agua.
Mañana tengo que acordarme de saludar al viejecillo sonriente, esquivar al bañista nudista y buscar al chico de la gorra.
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