He leído en Culturama que algunos escritores quieren recuperar la antigua tradición de las tertulias literarias e intelectuales que tenían lugar en los antiguos cafés de Madrid y de otras ciudades, como el Café Gijón, por ejemplo. La idea está patrocinada por cafés La Estrella, en el Ateneo de Madrid, y apoyada por diversos escritores y artistas, y consiste en una serie de cinco tertulias, con distintas temáticas, gratuitas y para todos los públicos.
La idea de las tertulias me parece fantástica. Para mí tienen un halo mítico, un encanto especial. Me gusta imaginarme a los grandes escritores sentados a la mesa de un café con aire Rococó, de grandes espejos y sillones de terciopelo rojo, charlando de lo divino y de lo humano, comentando sus ideas literarias, sus ideas políticas y hasta cómo les gusta la paella, por qué no. Pero hay ciertas cosas que no se pueden imponer con normas o con reglas. En los últimos años, hay una tendencia a regularizarlo todo, pero "todo", como si eso fuera posible. Se nos llena la boca hablando de la individualidad, del desarrollo de la propia personalidad y todo eso, pero pretendamos controlar cualquier cosa, hasta las tertulias de un café.
Primero, si hay una convocatoria, por muy gratuita que sea, con un tema seleccionado, eso es cualquier cosa menos una tertulia. Segundo, una reunión de personas, por muy amigos y colegas que sean, avisadas de antemano para que se preparen un tema concreto sobre el que hablar, es cualquier cosa menos una tertulia. Lo siento, pero no hay nada más lejos de lo que fueron las antiguas tertulias de café que esto. ¿Os imagináis a Valle Inclán o a Galdós "preparándose los temas" que iban a discutir con sus amigos? ¿O a Fernán Gómez? Yo no.
Hay cosas que solo tienen valor si son espontáneas. La creación, la conversación, el intercambio de opiniones no puede ser reglado, tiene que surgir de forma natural. Otra cosa es un debate, claro está. Uno de los motivos por los que el Café Gijón se hizo célebre fue porque estaba situado en el lugar de paseo habitual de los domingos madrileños del XIX, y los paseantes se sentaban en sus mesas a refrescarse con su horchata o su limonada. Poco a poco, personajes célebres de la vida intelectual y cultural del momento hicieron lo mismo y empezaron a encontrarse allí, a reunirse, a charlar y a crear el germen de lo que fueron después las famosas tertulias del siglo XX. Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Fernando Fernán Gómez, entre otros, iban a tomar su café, a encontrarse con amigos, a charlar porque se sentían a gusto, porque disfrutaban de esas reuniones. ¿Hubiera sido igual si una marca publicitaria organizara tertulias con temas elegidos de antemano y con la participación de los asistentes a la misma? Perdón, pero no lo creo. Esto, en todo caso, son conferencias-debate, no tertulias de café.
A pesar de todo, creo que la intención de este grupo de escritores merece un respeto ya que su idea es recuperar algo bueno y muy nuestro. Esperemos que sea un primer paso para que esto despierte el gusanillo de las auténticas tertulias intelectuales de otros tiempos.
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