jueves, 27 de junio de 2013

Y por fin ... El verano.

Parece ser que, en verano, todo es posible. Todas aquellas cosas que no hemos sido capaces de hacer a lo largo del año queremos resolverlas en verano. Ese mueble que restaurar, ese idioma que aprender, ese libro que leer. Pensamos que, en verano, el tiempo es un enorme chicle que se estirará hasta hacernos posible cualquier cosa.
   Personalmente no he sido capaz de llevar a cabo nada de esto en ningún verano de mi vida. Cuando era niña, porque la siesta ocupaba gran parte de la tarde, seguida de los juegos en la calle hasta la puesta de sol. De joven, porque el tiempo se me iba con los amigos en las piscinas y en las escapadas a la montaña los fines de semana. Ya de adulta, el tiempo no era tal: no crecía, sólo se escapaba. Y así han ido pasando los años sin que sea capaz de aprovechar realmente ese "tiempo infinito" que parece ser el verano.
   En estos días en que ya hace calor y la pereza y la "galbana" se nos echan encima sin que podamos hacer nada, me he dedicado a navegar por multitud de blogs que hablan de libros. La norma general es la recomendación de títulos para leer este verano, las reflexiones sobre el tipo de libros que hay que elegir en esta época y cómo viajar cargados de títulos. 
   Yo no me atrevo a hacer tal cosa. Cada vez que he intentado hacerme con una lista de posibles lecturas, todo se trastocaba y terminaba leyendo algo completamente distinto. ¿Por qué? Porque creo, sinceramente, que son los libros los que me eligen a mí. ¿Cómo? No lo sé, pero termino encontrándome con otros libros diferentes a lo que yo había decidido.
   Recuerdo un verano en que, por fin, había convencido a mi madre (mi proveedora oficial) de que me prestara el libro que ella estaba leyendo para mi viaje de vuelta a casa. Ella (bendita sea) leyó como una posesa para terminarlo a tiempo de mi salida y así lo tuve en mis manos en el mismo momento en que salía por la puerta para coger el autobús. Cuando hicimos la primera parada para descansar, repostar y "liberar" lastre, decidí echar un ojo a los libros que se vendían en la tienda del área de servicio. Y allí estaba, flamante, con su elegante portada, mirándome fijamente y gritándome: "cómprame, cómprame". Era La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.  Y de esa manera, "traicioné" el regalo de mi madre por el pálpito que me causó este libro. 
   Otras veces, renunciaba a mis títulos por regalos inesperados, por insistentes recomendaciones de amigos, por alguna presentación hecha en mi programa de radio favorito, con entrevista incluida del autor, etc., etc., etc.
Y así es como llegamos a la conclusión de esta gran decisión veraniega: no luchéis contra los elementos, dejaos llevar, poneos frente a los libros y dejad que alguno os elija. Me extrañaría mucho que os defraudaran. 
   Pero esto no quiere decir que no espere que me contéis qué libros preferís para el verano, y cuales son vuestras experiencias. Os espero.

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