Después del "todo vale" veraniego, septiembre parece poner cada cosa en su sitio. La ilusión de improvisación, de rutina rota, de normas olvidadas, de dietas sanas y de lecturas "ligeras" empieza a desvanecerse y comenzamos con los planes para un nuevo curso, llenos de "altos y bellos" propósitos que seguramente, al menos yo, abandonaremos al girar la esquina.
En esta vuelta que tan elegantemente llamamos rentrèe, para que en francés nos resulte más llevadera, yo he preparado mi propia lista de "elevados objetivos" que poner en marcha lo antes posible. El primero es conseguir volver al blog; el segundo, recuperar antiguos autores que se quedaron olvidados en mi memoria personal. Así que, plumero en mano, me puse a desempolvar esa memoria literaria que suele perdérseme tan a menudo, y busqué mi próxima lectura.
Conocí a Camen Laforet hace tanto tiempo que casi tuve que presentarme de nuevo, como si fuera la primera vez. Desde Nada, no había vuelto a tener contacto con ella, hasta que llegó a mis ojos una antigua noticia del centenario de su nacimiento. Una cosa llevó a la otra y decidí volver a conocerla, pero en otra obra, sin recuerdos ni ideas preconcebidas. Me di de bruces con La isla y los demonios y no me lo pensé dos veces. Me la llevé a casa y le hinqué la vista nada más entrar por la puerta.
Una adolescente de la isla de Gran Canaria, Marta Camino, esperaba en el muelle del puerto de Las Palmas la llegada de unos parientes de la península que pondrían su vida patas arriba. Era noviembre de 1938. A partir de aquí, con un ritmo tranquilo que parecía seguir los latidos de la propia isla, se fue desarrollando la historia, sin prisas, presentando a los distintos personajes, sus vidas, sus pensamientos, sus miserias. Poco a poco, ese ritmo fue cogiendo impulso, tal y como lo hacían las vidas de los protagonistas, y todo empezó a tomar fuerza.
Comenzaron a asomar los auténticos sentimientos de los protagonistas, las encorsetadas normas sociales en las que vivían, las rancias costumbres y las falsas apariencias de una sociedad en decadencia a punto de salir de una guerra civil. En ese ritmo lento tan real, algo hace tambalear todos esos principios y, de forma inconsciente y casi inocente, se empiezan a descubrir las miserias que hay debajo de ese falso barniz brillante, y los miedos y angustias de los personajes, mientras un paisaje de leyenda lo envuelve todo formando parte de la historia como un personaje más. Es como si los sentimientos y reacciones de todos ellos se explicaran en parte por la gravilla de la lava, el caluroso viento de levante o las montañas donde habita el dios Alcorah.
Estos fuertes sentimientos son la auténtica sustancia de la historia; esas fuertes pasiones son las que dan origen a todo lo que sucede. Todo presentado sin alarmismo, sin dramas exagerados ni ruidosos. Ni siquiera en la desbordada Pino resultan estruendosas sus exageradas histerias. Es como si todo siguiera el compás marcado por el ritmo de la isla.
Cuántas veces he buscado fuera, en literaturas lejanas, la grandeza que ya tenía en casa y que desconocía. Esta historia me ha vuelto a descubrir a una gran escritora que había olvidado injustamente. Gracias a ella, he reencontrado esa forma de contar que tanto me gusta, porque parece sencilla, cotidiana y cercana, pero que está llena de riqueza, de imágenes poéticas, de sinceridad y de belleza.
Cruzo los dedos para que el resto de propósitos de esta vuelta al cole empiecen con tan buen pie como estos dos que he conseguido cumplir.