Ojalá pudiera echármelo a la cara, le diría cuatro cosas bien dichas. Don Haruki me ha dejado con dos palmos de narices. La muerte del comendador libro 1 es, literalmente, el libro 1. No es la primera parte de una duología, ni hablar, es un primer tomo, como si se tratase de una enciclopedia. El señor Murakami parece haber partido por la mitad el manuscrito original (me resulta tan frío pensar en un archivo de ordenador) y haber enviado cada mitad por separado a la editorial. Mi cara de panolis al girar la última página se hizo mayor cuando me decidí a leer la contraportada: "En este primer volumen...". Ahí estaba, primer volumen. Eso me pasa por no leer las contras de los escritores en quien confío. Ahora me toca esperar a que llegue el segundo volumen, la otra mitad, para saber cómo nuestro protagonista va a afrontar la revolución que está experimentando su vida.
Hasta ahora, ha conseguido sobrellevar su divorcio y el cambio de dirección de su carrera, dedicada a hacer retratos de grandes empresarios del momento, de una forma nada convencional e insuflándoles una alma que le convierten en el mejor de su campo. Hasta ahora, está afrontando con bastante dignidad todos los giros rocambolescos de su vida: sus dos amantes, su aislamiento en la casa de un prestigioso pintor tradicional japonés, el descubrimiento de un inquietante cuadro en el desván de la casa, el encuentro con el señor Menshiki. Hasta ahora, se ha visto envuelto en unos acontecimientos de lo más extraños y sortea como puede las sorpresas con las que se encuentra a cada paso. Hasta ahora.
¿Y cómo va a seguir haciendo todo esto conforme se están desarrollando las cosas? Ah, pues eso es lo que don Haruki ha decidido dejar en la otra mitad, a la que tendré que esperar con calma y paciencia oriental. Aunque no sé si lo conseguiré, porque el autor me ha sorprendido tanto con esta novela que necesito saber ya cómo termina.
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Imagen tomada de la revista De Zeen |
La he encontrado muy distinta de lo que he leído hasta ahora de él, pero puede que no haya leído lo suficiente, la verdad. Pero no os alarméis, sigue manteniendo sus rasgos más característicos: esa mezcla entre tradición y globalización, esa disección del sexo como si fuese un cirujano, ese detenimiento en la descripción de los detalles, esa torpeza social que parecen tener sus protagonistas, esas sacudidas que arrea cuando empiezas a acomodarte en la lectura.
Sin embargo, le he notado especialmente distante con algunos momentos importantes de la vida del protagonista; frío en la narración de escenas que piden a gritos fuertes sentimientos: el arte, el amor, el sexo, la pasión. Hasta que aparece el cuadro, La muerte del comendador, y entonces destila sensaciones, se implica emocionalmente, y todo cambia: lo irreal coge protagonismo, el baile entre sueño y realidad se hace fuerte, los personajes se vuelven más enigmáticos. Y entonces es cuando me atrapa definitivamente. Me enamoro de sus descripciones: "sonrisa de media luna", "rasgos que intentan romper la armonía"; y me sorprende con sus personajes: la madurez de unos, la franqueza o la parsimonia de otros. Y esa música que lo inunda todo.
Y es que Murakami nunca me deja indiferente. Me engancho a esa cruda realidad que alterna de golpe con las cosas más extrañas, a esos personajes que, a veces, me dan ganas de zarandear para que espabilen, a su forma de contar, impactante pero sin tremendismos.
Así que, aquí estoy, esperándole, llenando el intermedio con otras lecturas y echando la vista atrás de vez en cuando para estar bien preparada cuando vuelva.