Allí solo arderían las palmas de las manos de tanto aplaudir; el único posible odio iría dirigido al reloj, que muestra el final; lo único que se arrojaría serían vítores y bravos. Todos compartiríamos el mismo idioma, aunque hablásemos lenguas distintas; todos sentiríamos entusiasmo, aunque cada uno experimentara emociones diferentes. Allí no importaría de dónde vinieses, de dónde fueses o qué llevases contigo. Porque esa es la magia y el poder de la música.
La entrada del Auditorio nos recibía con un aforo completo, lleno de gente que huía del diluvio que acababa de caerles encima. El cielo tenía la intención de crear el ambiente propicio para el Requiem de Mozart que iba a interpretar la Orquesta Metropolitana de Madrid junto al Coro Talía. Refugiados y "muy juntitos" bajo sus soportales, todos intentábamos "adecentarnos" un poco para acceder como corresponde a un lugar tan especial.
La emoción estaba servida. Y ni los "pelos chuchurridos" por la lluvia ni los zapatos "chancleando" en el vestíbulo impedían las sonrisas de oreja a oreja, intercambiadas entre los que subíamos las escaleras. Los comentarios sobre los "chuzos de punta" caídos minutos antes se sucedían de carreras al baño, de despedidas de amigos con entradas separadas hasta verse después en el intermedio y de ese ruido que se va atenuando poco a poco con las "llamadas al orden" de la megafonía y de los acomodadores, a punto de cerrar las puertas de la Sala Sinfónica.
No conocía la primera obra que se interpretaba, ni a su autor (¡cuánto me queda todavía por aprender!). Mientras estudiaba el programa de mano y me ponía al día sobre Max Bruch y su Concierto para violín nº 1 en sol menor, Op. 26, algunos aplausos empezaron a abrirse paso tímidamente al ver salir a los primeros músicos. A veces se paraban, a veces se despertaban otra vez, hasta que por fin, todos sonaron al mismo tiempo para recibir a la directora, Silvia Sanz, y a una niña que, con su traje de Alicia en el País de las Maravillas, resultó ser la violín solista, Mª del Mar Jurado. Con sus 16 años, me dejó sin habla al verla manejar de esa forma el violín, con esa facilidad que parecen tener los "grandes". ¡Qué forma de aplaudir! ¡Qué manera de emocionar! ¡Cuánta esperanza sentí!
Tras ese intermedio en el que todos, incomprensiblemente, volvemos de nuevo a correr hacia el baño, o aprovechamos para saludar orgullosos desde nuestros asientos a ese hermano que recoge sus partituras y se marcha ya con su viola, dispuesto a darlo todo en la segunda parte, o nos acercamos a la cafetería a por alguna bebida (para salir corriendo otra vez hacia el baño antes de volver a la sala), le llega el turno a don Wolfan. Nadie como Mozart para expresar el miedo, la desorientación, el arrepentimiento o el consuelo mientras mece o exalta a toda la sala con su música. Nadie como él para ponerme los pelos de punta y zarandearme el espíritu en el Confutatis o la Lacrimosa, que tomaban más vida si cabe con las voces del Coro Talía y los cuatro solistas que los interpretaban.
Con la adrenalina a tope, llegó la despedida. Poco a poco, la sala iba quedándose vacía; los músicos se despedían, unos de otros, con abrazos; el público comentaba contento lo que allí acababa de vivir. Y todos creábamos un ambiente especial que ni el mal tiempo ni la falta de taxis podían arruinar. Porque, insisto, este es el poder de la música, que enardece y alborota el espíritu sin llevarlo a la violencia, y que desarrolla esa parte de las personas que nos hace mejores.
Ojalá todo el mundo le cediera el mando a la música y se dejara guiar por ella.
Allegro energico. Concierto para violín nº 1 en sol menor, Op. 26
Lacrimosa. Requiem en Re m, KV 626.
Fotos de los compositores tomadas de internet.
Qué emocionante. Es que la música tiene esa capacidad de conectar y transmitir sin ningún requisito. Es un lenguaje universal y cuando se hace bien, mágico.
ResponderEliminarAbrazos
Cada vez que se disfruta de un concierto brotan emociones nuevas. Yo aún no me he acostumbrado, y no quiero hacerlo. Es de esas cosas maravillosas de las que se compone la vida.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Me alegro de que disfrutaras tan intensamente. Un abrazo
ResponderEliminarQue hermosa entrada es todo un regalo, gracias por compartirlo, saludosbuhos!!
ResponderEliminarNo hay nada mejor que pasar una buena tarde escuchando música y si es en directo mejor. Me alegra que lo pasaras bien.
ResponderEliminarBueno pues terminé con Patricia. Me hice su amiga enseguida y me ha hecho sonreir mucho. La que lía por no querer seguir las costumbres de la época. Lo he recomendado y estan encantasdas.
Buen fin de semana.
Un abrazo.
Hola me alegro que disfrutaras tanto de esa velada, es cierto que la música es capaz de transportarnos chao
ResponderEliminarUy, Marisa, el Réquiem de Mozart, nada menos. Por tu entusiasmo en la crónica que nos ofreces se nota que has disfrutado mucho el espectáculo. Una pena que el tiempo no acompañara para que el personal asistiera a él sin el incordio de la lluvia. Pero todo sea por disfrutar de la música de Mozart. Abrazos.
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