lunes, 24 de diciembre de 2018

Llegó Navidad

De repente sonó el timbre de la puerta. El riiiinnngggg rompió completamente el silencio de la casa. Yo aparté el libro de Jeanette Winterson, Días de Navidad, y mi madre, a medio vestir, se asomó por la barandilla de las escaleras para gritarme que abriera la puerta. Pero no hacía falta, el ruido subía desde la calle, enloquecido, excitado y cargado de churros con chocolate. Habían llegado los pequeños de la casa.
   En un pispás preparamos la mesa para dejarles desayunando entre risas, manchas y algún que otro grito nervioso. Los mayores teníamos que mover muebles, bajar cajas de la buhardilla, preparar el serrín y otros "avíos" y decidir si este año perdíamos todos los nervios poniendo un río con agua de verdad o de papel de aluminio. Mirando hacía la mesa del desayuno llena de niños con chocolate, decidimos correr a por el royo de papel Albal. Y se dio el pistoletazo de salida.
   Los caballetes estaban en su sitio, el mantel de papel de plata listo, las cajas abiertas y las figuritas desenvueltas. Solo había que empezar. Y empezamos. Tijeras por aquí, celo por allí, en aquel rincón una piña, en este un tronco y unas ramas de pino. Y al volver la cabeza, vi al mayor de los "pequeños" mirando sin ver el belén que se empezaba a armar. Y sentí un pellizco en el estómago; estaba creciendo. A su lado, otro de los pequeños empezaba a despistarse y a buscar mi móvil por todas partes para jugar a escondidas. Otro pellizco. La más pequeña no hacía otra cosa que desenvolver figuritas de barro y amontonarlas en el sofá, mientras su hermana mayor protestaba porque no la dejábamos hacer nada. Otro pellizco más. 
   Fue entonces cuando los mayores supimos que había llegado la hora del relevo, que el nacimiento tenía que ser cosa suya, quedase como quedase, que a nosotros no nos quedaba más que orientar, ayudar y responder a las preguntas de ¿quién es quién? en el belén. Así que cedimos la batuta al mayor de los pequeños para que fuera él quien montara el portal, la parte más importante del nacimiento, y se encargará de las luces, porque requieren de cierta responsabilidad. La segunda en el mando se ocuparía de la fuente de agua con circuito cerrado y sin peligro de fuga. Y el tercero en discordia, del río de plata, sus puentes y sus lavanderas. La más pequeña se ocupó de agrupar a las ovejas para que durmieran un rato, porque tenían que descansar para acompañar toda la noche a los pastores que van a ver al niño Jesús ("es que es su cumpleaños, ¿sabes tía?"). 
   Y entonces todos los pellizcos desaparecieron. Y se oyeron los villancicos de fondo, y empezó la sesión de fotos de rigor, y la abuela juntó las manos para soltar su frase navideña preferida ("¡Pero qué preciosidad. Este es mejor que el del año pasado!"). Y así empezamos otro ciclo de rituales familiares, de esos que tranquilizan el alma porque nos frena un poco el ritmo loco. Y al marcharnos a comer, el silencio y la calma volvieron a ocupar su lugar en la casa. La castañera se quedó al lado del camello, el herrero sustituyó a Melchor en el portal y el niño que toca la zambomba cruzaba el río por uno de sus puentes. El pescador lanzaba su caña justo al lado de la mula, como si esperase pescar una de las ovejas que descansaban hasta acompañar a los pastores a adorar al Niño.





domingo, 2 de diciembre de 2018

Una escapadita muy literaria

Si hay algo que me guste tanto como los libros, eso son los viajes. Viajar me abre la mente y me llena el alma. Vivo de otra manera, a otro ritmo y en otros lugares. Cambio mi espacio y me cambio yo. En esto, viajar es como leer. Por eso, cuando puedo combinar las dos cosas, la alegría no me cabe en el cuerpo.
   Cuando me enteré de que existía un hotel que encerraba miles de libros repartidos por todas partes, mi cabecita empezó a maquinar la forma de plantarme allí. Poder dormir rodeada de libros, desayunar o pasear entre ellos me producía un cosquilleo especial, me parecía un sueño. ¿Quién llevaba unas cuantas semanitas de órdago? Moi ¿Quién se sentía perdida, cansada y descolocada? Moi. Ergo... ¿Quién se merecía una escapadita de este tipo? Moi, moi y nadie más que moi.
   Dicho y hecho, le pedí a San Google que me guiará en la preparación del viaje y, como siempre, me ofreció en bandeja las miles de posibilidades que tenía para hacerlo realidad. Solo me quedaba embaucar a una de mis amigas, que tampoco hace ascos a estas cosas, y cerrar fechas.
   Así fue como una tarde un poco pasada por agua, después de un avión, un taxi y un autobús, me encontraba delante de la puerta del hotel The Literary Man, en Óbidos, un pueblo mágico abrazado por un antiquísima muralla que, primero, lo defendió de los invasores extranjeros, y ahora trata de protegerlo de las hordas de turistas que lo invadimos durante el día.
   Aunque lo de pasar un noche entre sus libros se escapaba a mis posibilidades, allí estábamos mi amiga y yo delante de la puerta del hotel, dispuestas a tomarnos, al menos, una café, para entrar en calor y para poder poner los pies en él; menos da una piedra.
   La amabilidad y el ambiente acogedor nos recibieron desde el momento en que nos acercamos a la recepción. La persona que nos atendió demostró una paciencia infinita con aquellas dos locas que deambulaban por los pasillos, mirando a todas partes con una risita floja en la cara. Ella nos acompañó amablemente al café, tomó nota de lo que queríamos y nos dejó disfrutar de una tranquilidad y de una paz que ya no recordaba. Pocas veces un café me supo tan bueno. Después, con la misma paciencia y amabilidad, permitió a esas dos emocionadas turistas, recorrer sus pasillos, visitar el comedor principal, entrar en una de las habitaciones y hacerse fotos entre sus libros. La palabra "encantadora" se queda corta.
   Pero Óbidos me reservaba más sorpresas. No se conformaba con ofrecer el alojamiento perfecto a los locos por los libros, también guardaba un lugar "sagrado" donde poder cogerlos, ojearlos, olerlos y comprarlos. La antigua iglesia de Sao Tiago, había cedido su espacio a los libros, para que siguiéramos alimentando el espíritu los que entrábamos allí. En esta ahora librería, el silencio y el respeto seguían siendo los mismos, solo había cambiado el objeto de adoración.
   Allí dentro, recorrí con la yema de los dedos todo lo que pude. Volví y revolví los pequeños montones de obras de todo tipo que llenaban las estanterías, desde la puerta hasta el altar; me atreví a elegir un libro en portugués viendo que, con menos vergüenza que maña; iba traduciendo y entresacando la historia de aquellos antiguos navegantes portugueses que recorrieron el mundo; y me senté, agradecida, a digerir y a disfrutar en calma el momento.
   Como no hay dos sin tres, a los pocos días de andorrear muralla arriba y calles abajo, la magia de Óbidos había enlazado una frutería ecológica con una librería encantada, a la que se podía pasar tan solo atravesando una tenue línea en el suelo, y que guardaba en sus paredes libros de muchos idiomas diferentes; en sus espacios, sillas acogedoras donde saborear un poco de lo que se podía conseguir; y en su personal, como era habitual, amabilidad y una sonrisa.
   Como en un cuento de hadas, al salir por la puerta de la librería, nos dimos de bruces con un bar en el que una estupenda plataforma de madera nos pedía a gritos que nos tomásemos una rica cerveza en su terraza. ¿Pero si está empezando a marcharse el sol? Le dijimos. Sin embargo, nunca he sido yo persona de luchar inútilmente, y menos cuando la derrota estaba tan buena. Así que nos rendimos enseguida y disfrutamos de dejar a nuestra espalda un novelesco hotel y dos librerías encantadas. 

domingo, 25 de noviembre de 2018

Y en el entretanto...

Como todo el mundo sabe, el tiempo vuela y, creo que en mi caso, a la velocidad de la luz. Así que mientras consigo atrapar el suficiente para reorganizar mis lecturas y mis entradas, os hablaré de las visitas que he recibido y, así, "en el entretanto", intento que no os olvidéis de mí.
   
La primera de estas visitas fue la de Leo Mazzola para informarme de la publicación de su última novela Sueños de luna. Leo ya me había visitado en otras ocasiones, y como entonces, le aseguré que os hablaría de su novela y también le rogué paciencia dados mis enredos diarios y mis "corre-que-te-corres" habituales, lo que me concedió amablemente, como siempre.
   Sueños de luna se presentaba como un "trepidante y apasionado thriller romántico". Y esta era su sinopsis:
¿Alguna vez has soñado con una persona desconocida? ¿Has sentido la imperiosa necesidad de buscarla?
Sergio, un hombre que ha sufrido un trágico suceso familiar, y Alba, una mujer cautiva de un doloroso desengaño sentimental, se conocen surgiendo entre ellos una fuerte atracción. Pero él aún no es libre; Luna, una mujer desconocida que aparece con insistencia en los sueños de Sergio y la actitud de él de encontrarla a toda costa, impiden que Alba pueda entregarle todo su amor.
Será en Egipto, a orillas del Nilo, donde Alba y Sergio descubrirán quién es y qué se esconde tras la enigmática mujer del sueño, una revelación sorprendente que jamás habrían podido imaginar.
Bueno... El Nilo, Egipto y un gran misterio. ¿Qué más se puede pedir?
Aquí tenéis todos los datos:
   Amazón: (en ebook y en papel): https://amzn.to/2wNvrET.
   leo_mazzola@outlook.es
   www.leomazzola.com
   www.facebook.com/leo.mazzola.96
   @LeoMazzolaE

Poco después, otro amable y comprensible escritor llamó también a mi puerta con su última novela bajo el brazo. También él me había hecho el honor de visitarme otras veces y, como otras veces, demostró una paciencia infinita con mis "retrasos" blogueros. 
   Juan Pedro Delgado Espada tiene ya en las librerías su última novela para lectores de 12 y 13 años (y algunos un poco más creciditos que las disfrutamos igual). Mosquetero del Rey nos cuenta la historia del conde de Dubois en la Francia de Luis XIV:
“Y ahora narraré mis vivencias fascinantes en un tiempo en el que protegí a un rey, formé un cuerpo de mosqueteros valientes, me batí en duelos, luché con gran riesgo de mi vida, hice varios amigos y algunos enemigos poderosos, sufrí en el corazón y en el alma, me compadecí, amé, quise volverme loco y en el momento menos esperado tomé la decisión más dolorosa de mi vida.”
¡A quién le entusiasme una buena historia de espadachines, que levante la mano! No hace mucho, informaba en Facebook de que su novela ya se podía conseguir en varias librerías de Sevilla. Además, me consta que también se encuentra en Amazon. Así que, a por ella.

Y en el "entretanto", buenas lecturas a todos.

domingo, 21 de octubre de 2018

Y nos habla El Libro

¿Qué pasaría si fuese el libro el que nos contase su punto de vista, lo que  ha experimentado, lo que ha sentido? ¡Qué extraño! ¿Verdad?
   Por eso me atrajo tanto esta novela, por eso y porque me la prestó una sabia amiga mía, que absorbe con pasión los libros y con la misma pasión los adora o los rechaza. Si ella me lo recomendaba, no había más que hablar.
   Testamento de un libro, del escritor marroquí Abdellah Baïda, es una novela donde el propio libro se confiesa; el Libro, con mayúsculas. Él mismo nos cuenta su historia a través de los siglos, sus años de gloria absoluta, sus momentos de horror y sufrimiento, sus confesiones más íntimas, su amor con aquellos autores que lo hicieron grande. ¿No me digáis que no es un argumento original?
   Conocí a Abdellah Bäida en una charla que ofreció en la Escuela Oficial de Idiomas donde yo estudiaba francés, hace ya algunos años. Eran mis primeros pasos en este idioma y mi oído siempre duro no estaba todavía muy ducho. Sin embargo, la pasión del autor al hablar de sus novelas, la seducción que desprendía, su musicalidad y su forma de hablar calmada y elegante hacían que me fuera sencillo comprenderlo, que pudiera seguir fácilmente su mensaje, con lagunas evidentemente, pero que no molestaban demasiado.
   Y así ha sido también el paseo por esta novela suya, como fue aquella charla de hace años. Su forma de escribir ha sido como su forma de contar: elegante, fluida, culta y al mismo tiempo cercana, con traspiés por mi parte, pero que me permitían seguir avanzando sin caerme. Mi problema era que quería aprender todo de su lenguaje, su gramática, sus giros, y anotaba y consultaba continuamente el diccionario. Aunque, a veces, me era imposible dejar la narración y tenía que saltar el obstáculo; ya volvería a él más tarde.
   Testamento de un libro comienza con una frase casi dramática: Soy un libro. Estoy amenazado, es urgente que lo registre todo antes de mi extinción. Porque nuestro amigo está seguro de que va a desaparecer, que ya no quedan muchos de su "especie", que la memoria es frágil y que las nuevas formas de conservarla se abren paso casi a empujones. De esta forma, el autor hace un recorrido por sus obras de cabecera, por momentos cruciales en la literatura; aunque, a mi modo de ver, se deja algunos autores indispensables en el tintero, pero eso es algo totalmente personal. Lo que sí nos muestra son sus propias referencias culturales, que por diferentes en muchos casos, me han enseñado mundos nuevos y muy interesantes.
   
Nuestro protagonista especial nos habla de los grandes momentos vividos con Averroes, Honoré de Balzac, Stephan Zwieg o Gabriel García Márquez, entre otros muchos. De los maravillosos lugares en los que habitó durante siglos, como la Biblioteca de Alejandría o Bayt Al-Hikman, la Casa de la Sabiduría. O de los avances que lo engrandecieron, como la invención del papel en China o la imprenta. Pero también nos narra los horrores vividos y las prohibiciones y destrucciones de muchos de sus congéneres: la persecución de Almanzor, la quema de libros de la Santa Inquisición o del III Reich. Gracias a él he conocido a algunos de sus "amantes", como él los llama, de los que, por desgracia, nunca había oído hablar, como Jahiz, un sabio nacido en Bassora en el año 776; o Pico della Mirandola, humanista y pintor, contemporáneo de Botticelli. 

   En el momento de hacer este testamento, nuestro amigo El Libro está encerrado en la biblioteca de Al Quaraouiyine, en Fès, en un abandono total, invadido por la convicción  de su extinción y esperando que este testamento suyo sirva como testimonio de su existencia.
   Mostrándonos tanto sus alegrías como sus miserias, el libro humanizado por Abdellah Baïda nos lleva por un recorrido muy personal del autor, un recorrido muy interesante y absolutamente apasionante. Yo os aconsejaría que no os lo perdieseis. 

domingo, 23 de septiembre de 2018

Mientras tú no estabas

Este ha sido uno de esos libros que me dan buen pálpito cuando me los cruzo; luego puede pasar cualquier cosa, pero el flechazo inicial es seguro. Tenía que elegir deprisa porque se me acababa el tiempo, y la historia de Conchita Montenegro me pareció de lo más atrayente: una española convertida en una gran estrella del Hollywood de los años 30 y, ahora, completamente olvidada. Era un caramelo en toda regla y no me lo pensé dos veces.
   "La Greta Garbo española". Así la llamaron y así se la conoció durante mucho tiempo, hasta que decidió desaparecer, dejar que la olvidaran. Al parecer fue por amor, pero eso es algo que hay que descubrir leyendo la novela. Entre otras muchas cosas. Porque la novela cuenta los más recónditos secretos de esta mujer decidida, disciplinada, luchadora y fuerte que, desde muy jovencita, sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Supo aprovechar las oportunidades que se le presentaban con decisión y sabiendo los riesgos que corría. Y le salió bien.
   La periodista Carmen Ro demuestra su admiración por esta actriz, sin duda. Mezclando datos históricos con imaginación literaria ha reconstruido, a veces, lo que fue y, otras, lo que posiblemente pudo ser la vida de la Montenegro. Lo que vivió, consiguió y perdió la estrella y lo que imagina que pudo haber vivido, conseguido y perdido la mujer.
"Van mechadas las páginas de episodios reales de la protagonista, pero es a menudo el espíritu de la fabulación quien resuelve o no resuelve a su antojo esos momentos".
 
 La autora construye, así, una historia contada a través de la propia Conchita, de los recuerdos de Pelayo, posiblemente uno de los hombres que más la amaron, y de la curiosidad de Inma, la joven periodista que se cruza con él en el momento preciso: una ingeniosa idea para entrelazar dos hilos temporales, entre los que se cuela la vida personal de esta última. 
   Y entonces... ¿Por qué no he conseguido entrar en la novela? ¿Porqué no he conectado con los protagonistas? ¿A dónde se fue ese flechazo? ¿Qué me ha faltado? Como digo muchas veces, mi percepción de las cosas es solo mía y puede  que alguno de vosotros, si la ha leído, eche por tierra mis argumentos, lo que por otra parte estaría genial, ya que la discusión es lo que más nos enseña. Así que, ¡ánimo!
   La cuestión es que todo me ha resultado lejano: el lenguaje utilizado, la descripción de los sucesos, de los pensamientos y sentimientos de los personajes, hasta la estructura de la novela en capítulos cortos, casi como artículos periodísticos. Y puede que sea esto lo que más haya influido en que no le cogiera del todo el tranquillo. 
   El lenguaje me ha resultado un poco artificial, poco creíble en ciertos personajes y, a veces, muy efectista, muy "periodístico", como si buscara el impacto más que el realismo, sobre todo en la descripción de sentimientos, y en ocasiones un pelín pomposo. Los capítulos se me hacían cortos, rápidos, como si quisiera contar muchas cosas y sintiera que le faltaba tiempo. Y, mientras, yo buscaba más narración, esa que me trajera mayor profundidad sobre los sentimientos de los personajes, esa que pausara la marcha acelerada de hechos y acontecimientos. Por suerte, la historia intercalada de Inma y su relación con Pelayo, y la manera en que llega a conocer la vida de Cochita Montenegro, me dio un poco de esa pausa que buscaba.
 
 Y luego esta Hollywood, ese oscuro y misterioso mundo que se esconde tras las cámaras, lleno de las historias truculentas que algunos entendidos nos descubren cuando nos hablan de las luces y las miserias de esta industria. Me habría gustado que hubiese rascado un poco más en ese campo. Las vivencias de Conchita, una mujer que fue amiga de Jean Harlow y Spencer Tracy, que fue perseguida por Clark Gable y Charles Chaplin, no precisamente para "repasar el guión", que tuvo un romance con Buster Keaton y que calló rendida en los brazos de Leslie Howard dan para más intensidad sobre "la meca del cine". 
   Pero no quiero terminar así, con la impresión de una lectura perdida. En absoluto. Porque este libro me ha permitido descubrir una historia muy interesante, conocer a una mujer pionera, luchadora e inteligente y encontrarme con la forma de escribir de esta periodista, a la que solo conocía de alguna que otra tertulia de la televisión. Además, me ha dado otra "perspectiva" del actor Leslie Howard, al que siempre había visto un poco "blandito", sobre todo después de devorar una y otra vez Lo que el viento se llevó y ver cómo dejaba escapar a Escarlata O'Hara. Por eso, aquí me quedo esperando otras opiniones que me descubran lo que yo no he sabido descubrir.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Misterios literarios

En un pequeño pueblo de la Bretaña francesa, un bibliotecario peculiar y solitario decide acoger todos los libros rechazados por los editores, con una condición: debe ser el propio autor quien lo deposite en la biblioteca. Esto despierta toda una ola de popularidad que, sin embargo, termina por desaparecer. Hasta que un buen día, una editora bastante avispada descubre uno de esos libros rechazados, escrito por un tal Henri Pick, y convence a su jefe para publicarlo. El éxito es rotundo, brutal, y según va transcurriendo la novela, más y más misterioso, hasta el punto de que llegaremos a dudar de si el éxito de dicho libro se debe realmente a su genialidad o a toda la "parafernalia" publicitaria que lo acompaña.
   La originalidad de esta novela de David Foenkinos, El misterio Henry Pick, está tanto en lo que cuenta como en la manera en que lo cuenta. El autor, para mostrarnos los "intríngulis" de la historia, llena la novela de múltiples personajes, cada uno relacionado de una forma u otra con el libro del momento, y los utiliza para qué pensemos en cuánto hay de ruido y cuánto de nueces en el mundo editorial. La maraña de circunstancias que tienen lugar debido a todo lo que rodea a la publicación de este libro "rechazado" es tal que cambia la vida de muchos de los protaganistas e, incluso, altera la personalidad de otros. Unas veces, porque son personas decididas, con coraje y empuje para cambiar su destino; otras, por lo contrario, porque se dejan arrastrar por los acontecimientos.
   Sea como sea, El misterio Henry Pick tiene un montón de lecturas diferentes, un montón de puntos de vista distintos, un montón de formas dispares de afrontar las sorpresas que nos trae la vida. El autor, mediante la descripción de sus personajes, el rol que cada uno de ellos asume, las reacciones que cada uno tiene, modela un retrato de nuestra sociedad actual que da que pensar: ¿hasta qué punto nos gusta la popularidad, o el dinero, o el éxito?, ¿qué estaríamos dispuestos a hacer si se nos presenta la oportunidad de conseguirlos?, ¿somos tan fáciles de manipular por la publicidad y los medios como parece o de verdad hay cierto criterio en nosotros?
   
Como veis, la novela tiene miga. Y también toques de humor, y de ironía, y de ternura. El autor me ha convencido con su lenguaje claro y colorido, con sus metáforas eficaces y con sus notas a pie de página puestas por él mismo para aclarar sentimientos o pensamientos de los protagonistas, incluso suyos propios, arrancándome alguna que otra sonrisa.
   El misterio de Henry Pick es más que el descubrimiento de quién es el autor del "revolucionario" libro; es el descubrimiento de cómo somos realmente cuando algo rompe nuestra rutina, nuestra "zona de confort", que tanto se dice ahora, y que no siempre es de tanto confort como pensamos. El misterio de Henry Pick es también una forma entretenida de hacernos reflexionar sobre la sociedad en que vivimos: llena de apariencias, de "culturetas" de nuevo cuño, de snobismo, de "gurús" que se sienten en posesión de la verdad. Pero también de personas coherentes y honestas, de luchadores natos, de valientes, de pacientes.
¡Qué bien sienta cuando un libro te provoca todas estas cosas! ¿Verdad?

domingo, 12 de agosto de 2018

Veraneando con Mónica

Siempre que leo un libro de Mónica Gutiérrez se me calma el alma. No sé exactamente si ese es el sentido de la literatura feelgood, supongo que sí. Para mí es lo que yo llamo "de buen rollo", de ese que cierras el libro con un gran suspiro de gusto.
Este Todos los veranos del mundo no ha sido una excepción. Mónica tiene una habilidad especial para crear ambientes en los que siempre querrías estar, y no solo los crea, sino que además te coge de la mano y te mete en ellos. Y lo hace manejando muy bien el lenguaje, con bonitas metáforas pero alejado del almíbar, que es algo que agradezco sinceramente.
Seguramente la mayoría de vosotros conoce ya el argumento de la novela, así que no me detengo en eso, pero sí me gustaría hacerlo en los guiños propios de sus libros, como los nombres que da a los lugares especiales, por ejemplo. Ahí está La biblioteca voladora. ¿Imagináis uno mejor? Quién iba a negarse a entrar en un sitio así:
"La tienda de Strenge me llena de paz; como un refugio de madera y libros, un oasis protector tan alejado de la ciudad que ya apenas recuerdo su ruido infernal".
Otros de sus "amuletos" son el té, los personajes entrañables (que suelen ser viejecitos despistados al más puro estilo Einstein), las chimeneas o sus referencias musicales, cinematográficas o literarias, que siempre me sacan una media sonrisilla; coincido tanto con la mayoría de ellas.
Me ha gustado veranear con Mónica porque no me ha llevado solo a un simple pueblo sencillo y tranquilo, me ha llevado al Paraíso, a un auténtico Brigadoon. Los sitios que describe son mágicos, algunos personajes son de cuento (pero si el librero hasta parece un duendecillo). Desempolva vivencias de otras épocas, recuerdos que algunos tenemos todavía con nosotros a pesar de los años, donde los veranos eran eternos y los niños jugábamos siempre en la calle, yendo primero de casa en casa para buscarnos unos a otros, escapándonos en cuanto nuestras madres levantaban el toque de queda de la siesta, aunque el sol derritiese aún el asfalto, y volviendo a casa justo en el momento en que empezaban a cantar los grillos o cuando nos llamaban para cenar.
Mónica ama el lugar que describe, es evidente, y eso es lo que ha dada color a toda la historia. Hay personajes y situaciones tan bucólicos que si los encontrase fuera de este libro, seguramente me resultarían irreales: ¿pasar todo el día a cargo de un rebaño de ovejas y, sin embargo, ser un pastor de los más interesante? Ni hablar.
Sin embargo, para ser honesta, sobre todo con la autora, y por el gran respeto que siento por ella, en algunos momentos me parecía que bajaba la guardia y se dejaba llevar en algunas escenas por situaciones algo sentimentales y muchas veces vistas. Pero no me importó, porque ya estaba rendida a su historia y solo quería acompañar a los protagonistas, ¿quién no se dejaría arrastrar por este lugar, por estos personajes, por esta historia?; es muy difícil nadar contra la marea.
El resto... El resto es puro placer. Te atrapa, hace que quieras más, te sujeta fuerte para que ni siquiera desees levantar la vista y ver dónde estás, aunque ese sitio te guste, porque siempre te gustará más al que ella te lleva. Y es que me parece verla en ese lugar, en su propia infancia, en sus propios veranos. Y me arranca una sonrisa con sus toques de humor, y me obliga a buscar los libros que menciona y disfruto con esos pequeños placeres que a veces olvido:
"... el mejor trago de una cerveza bien fría en verano es justo ese, el primero, sin  vaso".
Imposible terminar de mejor forma.

miércoles, 1 de agosto de 2018

Así empieza todo


   Abro la cubierta y empiezo a leer. Primero son solo datos: el título, el nombre del autor, a veces una dedicatoria, casi siempre una frase emblemática de un escritor o de una obra. Después empieza el viaje. 
   Las primeras líneas me abren la puerta. Si al asomarme, me gusta lo que veo y consigo traspasar el umbral, casi siempre me quedo. Si después de un rato sigo allí, es difícil que consiga dar un paseo por sus escenarios. Como mucho, me quedaré sentada en el porche a ver pasar la historia, pero sin participar.
   Sin embargo, cuando puedo entrar, cuando planto los pies en esa nueva tierra y siento su aire y su lluvia y su frío y su calor, me quedo para siempre. Me voy del brazo de sus personajes a conocer las calles de una ciudad o de varias ciudades, a recorrer carreteras, a subir y bajar montañas, a viajar en barco, lo que sea; ya es imposible que vuelva hasta que no llegue el final.
   Los personajes y yo nos hacemos amigos, a veces, hasta participo de sus conversaciones. Puede que hasta me enfade con sus reacciones o que suelte un profundo suspiro cuando por fin les veo felices. He llegado incluso a enamorarme de alguno de ellos, imaginando ser yo quien le coge de la mano, quien le mira a los ojos, quien le besa profundamente.
   Me gusta sentirme otra persona, reaccionar como nunca lo haría a este lado del libro, experimentar sensaciones que aún no conozco y puede que nunca conozca. Me gusta conocer realidades imposibles, vivir en lugares extravagantes, viajar en el tiempo.
   Si consigo todo esto, no habrá nada más difícil que la despedida. El momento de volver se hace duro. Siempre doy la vuelta a esa página en blanco que sigue a la última línea, como si esperase encontrar todavía un poco más, como si pudiera mantener lo vivido mientras siga sintiendo el papel, tocándolo con los dedos, oliéndolo. Un olor que ha ido cambiando a lo largo del camino y que nada tiene que ver con ese olor de libro nuevo recién abierto.
   Todo esto es lo que puede darte un buen libro. Y que nadie me diga que también pasa con el cine o con los videojuegos, porque ninguno de ellos me da la posibilidad de crear una imagen única: la mía. Los personajes tendrán la misma cara para todos; los paisajes, los mismos colores; las ciudades, la misma luz. 
   Así que, cuando llega el momento de abrir de nuevo esa puerta, de preparar un nuevo viaje, me pongo tan nerviosa como un niño desenvolviendo un regalo. Y empiezo a revisar los libros que tengo delante todavía sin leer, y los miro como la ratita presumida miraba su moneda en el cuento de Perrault, y empieza así el primero de los rituales que se desencadenan siempre que leo un libro.
   Con vuestro permiso, voy a dar el primer paso en este ritual; está llegando el momento de decir adiós a quienes están ahora conmigo y quiero dejarlo todo listo para que la transición sea lo más corta posible. Siempre se corren riesgos, por supuesto, pero afortunadamente hay miles de historias que los curan. Allá voy.

domingo, 15 de julio de 2018

Una agradable sorpresa

Me encanta no dejar de sorprenderme nunca, sobre todo cuando no espero encontrar algo sorprendente. Y es que las sorpresas están agazapadas donde menos te lo esperas, dispuestas a dar el salto. Eso es lo que ha ocurrido con el último libro que me ha prestado una gran amiga que me conoce y que me intuye, y que por eso se atreve (algo que a mí siempre me cuesta). Llegó un día con la sorpresa agazapada bajo el brazo en un libro de Antonio Muñoz Molina, un libro de relatos.
Relatos, nada menos, con lo nerviosa que pongo yo con este género. Pero como estoy tratando de superar mi reparos, y yo también la conozco y la intuyo, a veces, y siempre me fío, me lancé de lleno a por ellos. Y fue entonces cuando apareció la sorpresa.

Sefarad ha resultado ser un homenaje a los éxodos, las huidas, el peregrinar forzado por el mundo y también por la vida. Unas veces a través de recuerdos ajenos y otras de los propios, el autor nos lleva de viaje por diferentes relatos sobre las diferentes vidas de los personajes (reales o no), en diferentes épocas y situaciones, pero con la experiencia común de la huida, del miedo al repudio, al ataque de los otros que, en masa, se empeñan en identificar lo ajeno a ellos con el enemigo. Con la excusa de los viajes, ensarta historias oídas y otras vividas, experiencias ajenas y propias, con un lenguaje elegante, cambiando la narración si hace falta, dirigiéndola unas veces hacia alguien que no conocemos pero al que habla de "tú"; otras trayéndola en primera persona; otras, como el narrador omnisciente que es. A veces, lo hace incluso en un mismo párrafo, sin que nos chirríe, sin sobresaltos, con la maestría capaz de hacernos sentir en la charla amigable de la mesa de un café.
El primero relato, "Copenhague", recoge una de las frases que más me ha gustado del libro:
"No creo que sea verdad eso que dicen, que al viajar uno puede convertirse en otro; lo que sucede es que uno se aligera de sí mismo, de sus obligaciones y de su pasado, igual que reduce todo lo que posee a las pocas cosas necesarias para su equipaje".
Con un lenguaje que parece acomodarse al del viaje en tren, pausado, de ritmo constante, hay momentos para los detalles y otros para la historia que nos está contando, como si levantásemos la cabeza del libro para mirar por la ventanilla de vez en cuando o recorrer con la vista el resto del vagón.
En "Quien espera" te golpea con la injusticia del fanatismo y la estupidez humana, y lo que es peor, te demuestra lo poco que hemos cambiado, aunque se camufle de supuestos derechos antiguos o de cierta superioridad. Entre mis notas veo: "debería ser lectura obligada en los institutos". Porque es bueno reflexionar sobre la habilidad del ser humano para mirar hacia otro lado, para repetir los mismos errores, para olvidar, cuando le interesa, con enorme facilidad.
En "Tan callando" te oprime el corazón la crueldad y el terror que supone una guerra y en "Valdemún" te arranca las lágrimas sin que puedas remediarlo, estés donde estés, es igual, no podrás evitarlo; con delicadeza, con elegancia, sin ñoñerías ni trucos fáciles sino mediante los recuerdos, la nostalgia, las pérdidas.
En "Münzenberg" sentí un escalofrío con el siguiente texto:
"Bien sabía él (...) cómo se organiza una campaña espontánea de indignación internacional, lo maleable que puede volverse la realidad si se utilizaban con inteligencia las técnicas publicitarias (...), la repetición machacona y masiva de algo".
En "Olympia" se experimenta la asfixia de la monotonía, las ganas de escapar, la cobardía de la comodidad y las obligaciones. La combinación de angustia, agobio, nerviosismo y libertad en un simple viaje de trabajo,o "el valor de los cobardes, la resistencia de los débiles, la osadía de los pusilánimes" cuando de repente rompen sus limitaciones.

Y estos son solo algunos ejemplos de esas sorpresas que encerraba este libro, escritas con una elegancia infinita que no tiene prisa en contarnos atropelladamente las cosas, describiendo no solo escenas, sino también sentimientos, y mostrando un bagaje literario que solo con las menciones que hace nuestro escritor podría llenar una biblioteca.
Nunca se sabe dónde puede saltar la sorpresa, pero si por casualidad intuis esta, no la dejéis escapar.
"Eres lo que otros, ahora mismo, en alguna parte, cuentan de ti, y lo que alguien que no te ha conocido cuenta que le han contado, y lo que alguien que te odia imagina que eres".

domingo, 1 de julio de 2018

En buena compañía

Casi todo el mundo está ya preparando sus vacaciones. Hay un revuelo general de maletas, toallas, mapas y planes, y los más madrugadores ya han protagonizado la primera operación salida. Mientras yo misma estaba buscando información para mi escapadita veraniega, me saltó un correo: "Asunto: TODOS LOS VERANOS DEL MUNDO, de Mónica Gutiérrez". 
Los astros se habían alineado para echarme una manita con la lectura veraniega. Y es que llevaba varias días dándole vueltas a qué libro se vendría conmigo en mi escapada. Abrí el correo inmediatamente con la misma emoción de cuando desenvuelves un paquete que llevas mucho tiempo esperando.

Roca Editorial me hacía llegar el dosier de prensa de la última novela de nuestra querida Mónica. Solo con leer de qué trataba, ya estaba echándolo de menos:

"Helena, decidida a casarse en Serralles, el pueblo de todos sus veranos de infancia, regresa a la casa de sus padres para preparar la boda y reencontrarse con sus hermanos y sobrinos. Un lugar sin sorpresas, hasta que Helena tropieza con Marc, un buen amigo al que había perdido de vista durante muchos años, y la vida en el pueblo deja de ser tranquila.
Quizás sea el momento de refugiarse en la nueva librería con un té y galletas, o acostumbrarse a los excéntricos alumnos de su madre y a las terribles ausencias. Quizá sea tiempo de respuestas, de cambios y vendimia. Tiempo de dejar atrás todo lastre y aprender al fin a salir volando".

¡Qué ganas me entraron de empezarlo!

El pistoletazo de salida es el día 5 de julio, y la editorial me ofrecía la posibilidad de contactar con ellos para que me lo hicieran llegar lo antes posible. Sin embargo, no sabría explicaros porqué, la idea de acercarme a La casa del libro o al Fnac y buscarlo por las estanterías, como quien va a la búsqueda del tesoro, siguiendo con el dedo los lineales de libros, desde el techo hasta el suelo y después al contrario, me pareció todo un lujo. 
Pero si alguno de vosotros prefiere la opción de Roca Editorial, no se hable más. Aquí os dejo el enlace necesario. Un beso y a disfrutar del verano con Helena.

Todos los veranos del mundo. Mónica Gutiérrez


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