domingo, 27 de agosto de 2017

Más allá del invierno

Hasta esta noche, en que nos ha visitado la tormenta, cualquier cosa que me sonara a frío me atraía. Me imaginé paisajes helados, chimeneas ardiendo para calentar unos pies gélidos, pisadas en la nieve... Pero, claro, no me paré a pensar que se trataba de Allende y que nada es lo que parece. Hay nieve, es cierto, de hecho una tormenta descomunal, que es la que desata la historia y pone a los personajes "a trabajar" en latrama. Pero no hay nada de frío, nada.
   Lo que encontramos son experiencias desgarradoras, luchas personales, fuerzas interiores y pasión, y sentimientos fortísimos, y situaciones límite... En fin, lo que suelo encontrarme en sus novelas. Lo de menos es el argumento, sino los latigazos emocionales de sus protagonistas, sus sentimientos y su lucha por sobrevivir.
   La excusa que utiliza esta vez es una tormenta que deja prácticamente incomunicados a los habitantes de Brooklyn y que pone a Lucía, Richard y Evelyn en una situación muy, pero que muy difícil. Esta situación les empuja a una aventura bastante peligrosa que, sin embargo, les servirá para curar heridas y para recuperar parcelas de su vida que habían perdido.
   Y no digo más de esto por que espachurraría por completo la novela y las sorpresas que debe ir descubriendo el lector. Así que os hablaré de Allende y de lo que me gusta de su forma de contar.
   En primer lugar, esa habilidad suya para meterme de cabeza en la historia. Casi desde el principio me siento parte del grupo protagonista, como si fueran a pedirme consejo de un momento a otro. Son personajes tan reales que tengo la sensación de conocerlos desde hace tiempo. Son fuertes, valientes y tienen que afrontar unas pruebas que hace que les admire continuamente.

   En segundo lugar, me chifla su capacidad para crear el entorno donde se mueven los personajes, siempre marcándoles el paso, determinando sus comportamientos, y que le sirve para hacer un análisis, muchas veces también una crítica, de los pecados y defectos de nuestro mundo. En él deben sobrevivir los protagonistas, mostrando sus sentimientos, sus miedos, sus fortalezas. Son tan "viscerales" siempre.
   En tercer lugar, me encanta la facilidad con la que mezcla los fenómenos mágicos, espirituales, de tradiciones ancestrales, con la más pura y cruda realidad, como para darnos un respiro o una tabla de salvación. Al menos, así lo utilizan en este caso dos de los protagonistas.
   Y como siempre hay que incluir algún pequeño "pero" para darle vidilla al asunto y poder crear un poco de discusión, he encontrado algo hacia el final (¡ay! Señor, los finales...), de aplicación de justicia propia que no me convence. Apañados estaríamos si cada uno decidiéramos qué justicia merece cada cual. Pero, oye, al fin y al cabo, es su novela, y la administra como le parece.
   
¿Y de su forma de escribir? Cálida, cercana, fácil, equilibrando perfectamente un lenguaje coloquial con la elegancia y la riqueza. Una forma de escribir clara, muy visual y yo diría... "desde las entrañas", que transmite como nadie los sentimientos y las sensaciones con las que se mueven los personajes, todos, hasta el que pasaba por allí; ese secundario cuya misión es ayudar a que tenga lugar la trama también tiene su propia historia detrás, también voy a aprender algo con él, también tiene sus propias dimensiones.
   En definitiva, por si no os habíais dado cuenta, he disfrutado de lo lindo con este libro. Y es que me gusta Isabel Allende, que le voy a hacer, con sus luces y sombras, sus tics y sus recursos, me gusta mucho. Porque siempre consigue envolverme e incluirme en su aventura.
"Se había aventurado con Richard más allá del terreno conocido y seguro, obligados ambos por la desventurada Kathryn Brown, y al hacerlo iban revelando quienes eran".

domingo, 20 de agosto de 2017

Las lecturas de mi verano

En verano, mi tiempo se sale de madre. La rutina se interrumpe continuamente por periodos  de veraneo llenos de comidas fuera de hora, aperitivos a cualquier hora, desayunos descomunales que duran horas, cenas a malas horas... todo descontrolado y salpicado a lo largo del día según surga. Este desorden, sin embargo, me permite picotear de muchas cosas diferentes y saborearlas sin prisa, paladeando, desde un paseo por la playa con el sol recién salido, o una exposición sin cabezas incómodas y miopes, hasta lecturas calmadas manchadas de arena, de horchata o de una Mahou bien fresquita.
Esas lecturas no han sido muchas si las comparamos, pero sí han sido siempre estupendas compañeras. La que llegó primero fue La casa de Vapor, de un Julio Verne decidido a pronosticar las vacaciones futuras de los aventureros que se llevan la casa a cuestas. Como su tamaño era considerable, me vi obligada a sustituirlo por Penelope Fitzgerald y su El inicio de la primavera, que se acomodaba mejor en la mochila de viaje y me traía los fríos de Rusia a principios del siglo XX. Estos dos amigos se alternaron unos días mientras los iba acabando, poco a poco, entre la cama y el tren que me devolvían a la rutina, aunque fuera solo por un tiempo.
Durante esta etapa de recuperación de la normalidad, eché mano de Care Santos para adaptarme de nuevo, ya que había estado "poniéndome ojitos" desde que Círculo la trajo a casa. Con Media vida, me colé en una reunión de antiguas compañeras de colegio y me enteré de todas sus desventuras. El sabor de boca fue extraño, fresco de paso pero con aristas y retrogusto amargo. 
Esto hizo que, con la vuelta al maravilloso desorden del segundo veraneo, me tirara de cabeza a por una lectura que yo imaginaba relajadísima, es decir, entretenimiento sin pretensiones. Busqué en la bolsa de las últimas adquisiciones, que aún colgaba del respaldo de la silla, y me decidí por La tumba perdida, de Nacho Ares quien, de la mano de Howard Carter, abrió para mí la tumba de Tutankamón y me permitió acompañarle en todos los tejemanejes y misterios que persiguieron a su descubridor y a su equipo. Empecemos el recorrido.
La casa de vapor. Un grupo de amigos atraviesan la India en el primer prototipo de caravana que Julio Verne imaginó muchos años antes de que los alemanes lanzaran la primera de su especie. Buscaban diferentes objetivos, hoy, políticamente nada correctos: uno, la caza del tigre número cincuenta, otro, la venganza por la muerte de su esposa a manos de los rebeldes sublevados contra el imperio de "su graciosa majestad", el resto, ayudar en lo que puedieran. Además del descubrimiento de zonas y costumbres del país, he descubierto cómo cambian los puntos de vista y los valores morales de una época. 
La amistad y el honor podían justificar actitudes que hoy no compartiríamos, aunque justifiquemos otras igual de inmorales. Además de comprobar los conocimientos científicos del señor Verne, he disfrutado de la aventura y de la fantasía que emocionaba a los lectores del siglo XIX.
El inicio de la primavera. Penelope Fitzgerald no me ha defraudado, como me esperaba. Caí rendida a sus pies en La librería, aunque me marché bastante cabreada con el final, igual que aquí. En un ambiente totalmente distinto a ese pueblecito de Hardborough, aunque igual de opresor, Frank Reid debe afrontar el abandono de su mujer y los conflictos sociales de principios del siglo XX en medio de los fríos rusos, mientras la primavera va llegando a Moscú, despacito. ¿Lo más increíble para mí? La capacidad de la escritora para comportarse como un auténtico autor ruso en esa capacidad de dejarme boquiabierta por el comportamiento de los personajes: extraño, incomprensible e ilógico, al menos para mí, evidentemente. 
La he visto combinar magistralmente su maravillosa capacidad de describir los paisajes al más puro estilo victoriano con esos personajes de la literatura rusa tan emocionales y extremados, que pasan del llanto a la euforia en lo que dura un abrazo; todo esto dicho desde mi exclusivo y personal punto de vista, y según mi experiencia personal of course.
Media vida. Cuatro antiguas compañeras de colegio deciden reunirse después de treinta años. Algunas han tenido relación, otras no, pero ninguna ha conseguido olvidar lo que vivieron en ese internado de monjas de los años cincuenta. Con esto os lo digo todo. 
A pesar de cuánto me gusta cómo escribe esta escritora, de su capacidad para volcar los sentimientos más extremos de sus personajes sin resultar amarillista, de la facilidad con la que consigue que conecte con sus protagonistas, en esta ocasión, me ha hecho sentirme ante un ajuste de cuentas, un resarcimiento personal o algo así, donde hay malos malísimos y buenos buenísimos, sin grises. 
Esto no quiere decir que no haya disfrutado de la novela, pero no tanto como esperaba cuando la veía tan colocadita en la estantería, teniendo en cuenta lo vivido con otras de sus obras.
La tumba perdida. Howard Carter acaba de descubrir la tumba del farón-niño, pero no solo eso; hay algo más que hace que intenten matar a sus amigos y echarle a él del país. Nacho Ares, conocido por su colaboración en Cuarto milenio, no me ofrecía muchas garantías (es que los famosos de la tele me dan cierto yuyu) y, por suerte, sin ningún fundamento. Además de encajar perfectamente los datos históricos y los posibles hechos reales con la ficción literaria, ha humanizado la figura de este egiptólogo imaginando sus miedos y dudas, los rasgos de su carácter, su relación con su mundo, etc. Y ha hecho lo mismo con Tutankamón viajando a su reinado. Me ha traído y llevado de 1922 d.C. a 1327 a.C. sin que me despeinase, disfrutando tanto de un momento como de otro y alternándolos con mucho equilibrio. Y lo mejor: ha sido capaz de "imaginar" lo que pasó en ambos periodos sin darle patadas al rigor histórico y respetando lo "posible" y lo "probable", algo que no pasa muy a menudo en la novela histórica.
Ahora me las veo con Isabel Allende que, como de costumbre, me tiene "embrujada", curiosamente, igual que hace un año por estas fechas con El amante japonés. Pero esa es otra historia, que contaré más adelante.

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