Quién no ha soñado alguna vez con que se producía una gran confluencia de los astros y nos dábamos de bruces con el amor de nuestra vida, con el que además teníamos que pasar varios días, muy románticos, a ser posible. Yo sí.
Bien, pues Mónica Gutiérrez me ha leído el pensamiento y lo ha plasmado en El noviembre de Kate. Ha cogido dos personajes, con carencias afectivas, necesitados de abrazos y protección, vulnerables a su manera, y los ha unido: Kate, una mujer introvertida y solitaria, y Don, un hombre torturado y obstinado con hacer justicia. Eso sí, ha necesitado un complot de corrupción empresarial, un programa nocturno de radio, un bar escondido en el último rincón de un hotel y una tormenta de nieve de las que hacen época. Pero todo se lo merece esta historia.
El argumento, a mi modo de ver, es lo de menos, aunque me tuvo con la nariz pegada a la tablet todo el tiempo. Los importantes son ellos, sus protagonistas; cada uno llena, exactamente, los huecos del otro. Kate se siente atormentada por un jefe brutal que parece no parar nunca de explotarla, olvidada por una familia que habla con ella por skype una vez a la semana sin apenas escucharla y refugiada en su amigo camarero, el único que la escucha y le da caña a la vez para que cambie su vida. Don está obsesionado por vengar la muerte de su mejor amigo (causada por los tejemanejes corruptos de una gran empresa), junto a otros dos colegas tan colgados como él (y expertos también en el mundo informático, no digo más), con un hermano que parece sacado de las "guaridas" de Wall Street y un padre canguro de dos gemelos al estilo Zipi y Zape. A primera vista, un par de "ejemplares" complicadillos de tratar. Pero no todo es lo que parece en esta historia.
Empecemos por lo que les rodea: una contagiosa atmósfera de bienestar, continuas pinceladas de ironía y de sentido del humor, los personajes a quienes te dan ganas de abrazar y comerte a besos, los rincones escondidos y pequeños con un aire casi mágico y esos capítulos intercalados que parecen ir a su aire dentro de la novela, Fragmento de las memorias de William Dorner, el incomprendido meteorólogo, la única persona que predijo la gran tormenta que cambiaría las vidas de todos ellos, y a quien nadie hizo caso.
Como toda buena historia que se precie debe contar con pequeñas dosis de misterio, soltadas con cuentagotas, y con zancadillas e impedimentos que lo líen todo para resolverse al final de una forma rápida y sencilla; ¡qué más da!; estamos tan centrados en lo que sienten y piensan unos personajes que hemos hecho nuestros que todo lo demás son pequeños aderezos, siempre bienvenidos.
Confieso, sin embargo, que algunas escenas me recordaban demasiado a la típica comedia romántica del cine, pero están envueltas con un encanto tan hábil que solo parecen posibles dentro de esta novela, en ningún otro sitio, y terminé por zambullirme en ese ambiente tan especial donde "(...) olía a jabón de lavanda y a librería encantada". ¿Se puede pedir más?