Es muy curiosa la forma en que la mente asocia las cosas. Puede ser a través de un anuncio publicitario, de una determinada canción en la radio o de una palabra que alguien pronuncia al azar, y sin saber porqué, la mente hilvana imágenes que nos van llevando de unas a otras hasta llegar a una idea que parece haber surgido de repente de la nada. Así fue como surgió esta entrada.
Primero, me encontré a un chico que iba en el metro escuchando música mientras leía, y tan parecido a Becquer, que era incapaz de dejar de mirarle. De repente, mi cabeza pasó a preguntarse cómo podría concentrarse en la lectura y seguir la música al mismo tiempo, lo que me llevó a una conversación que tuve hace tiempo con un amigo, quien me porfiaba que era imposible hacer las dos cosas a la vez, mientras yo, testaruda, le insistía en que esa incapacidad de combinar acciones era un problema masculino.
¡Qué equivocada estaba! Tiempo después tuve que tragarme mis palabras cuando, yo misma, comprobé en carne propia que no todas las músicas me dejaban concentrarme, porque me arrastraban a tararear o me emocionaban de tal forma que solo podía escucharlas.
¡Por cierto!- me dije- ¡Qué chulas aquellas entradas de Mis momentos musicales, en mis comienzos blogueros, relacionando un sentimiento con una canción. Quizás lo retome.-Y esta palabra, "retomar", me llevó al último enlace, al último recuerdo que empujaría la ficha final del dominó. Otro chispazo que me llevó a recordar una de las entradas de Carmen Forján leída en Facebook sobre su idea de "retomar" una antigua sección: Libros y... A partir de aquí, todo se deslizó rápidamente.
Y aquí estoy, escribiendo la entrada de hoy sobre los libros y la música, sobre las parejas posibles entre la lectura y el sonido. Y como siempre que se me agolpan los ejemplos en la cabeza, necesito unos minutos para elegir, para seleccionar la mejor opción... Y elijo el que tengo ahora entre manos, ¿para qué darle más vueltas? Más adelante buscaré antiguos matrimonios.
Mi pareja de hoy es un libro de Muriel Barbery que la prof de francés nos recomendó como primera lectura de este año. La vie des elfes llevaba ya en el nombre los primeros acordes de una canción de Enya que yo he adorado desde siempre, Only time, y en sus primeras páginas, la descripción de una pequeña que adoraba perderse entre las ramas de los árboles y a la que siempre acompañaba un halo mágico y resplandeciente, lo que no me dejaba pensar en otra melodía que no fuera esta.
Me queda mucho por leer aún, pero dudo que pueda encontrar un matrimonio mejor.
Gracias al desconocido doble de Becquer y a Carmen por empujarme a divagar de esta manera.