martes, 22 de septiembre de 2015

Donde brotan las violetas

Los libros llegan a nosotros de muchas formas y una de ellas es el préstamo que nos hacen los amigos. En este caso, además de prestarme el libro, estos amigos me han hecho conocer a una nueva escritora.
   Carmen Manzaneque decidió un día escribir un libro sobre un montón de historias que ella conocía desde hacía tiempo, historias de unos días de odios, venganzas, dolor y miedo, daba igual el bando donde te hubiera tocado estar, los de siempre sufrían igual.
   Sí, lo sé, me diréis que cómo he caído yo en una novela sobre la guerra civil con la de pegas que salen siempre de mi boca. Es verdad, posiblemente si hubiera leído la sinopsis en una librería no la hubiera elegido, pero venía acompañada de buenas recomendaciones y de la propia historia de esta novela: Carmen se decidía por primera vez a escribir un libro y, además, a presentarlo al Premio Planeta en un órdago enorme. Y como la valentía suele tener siempre premio, su novela fue seleccionada entre las diez primeras. 
   Mi curiosidad ya se había puesto en marcha y conocer a los mensajeros hizo el resto: Donde brotan las violetas estaba en mi tejado. Ahora solo tenía que empezar a leer.
   Confieso que, al principio, me pareció tímida, había rasgos ya vistos y acontecimientos ya escuchados muchas veces. Había también varios hilos temporales que se cruzaban, una historia presente que servía de excusa para presentarnos historias pasadas; en ocasiones, algunas de ellas casi se me habían olvidado cuando la autora las retomaba varios capítulos después.
   Sin embargo, poco a poco, aquello empezó a coger ritmo. Las mujeres protagonistas de cualquiera de las épocas empezaban a tomar cuerpo, a hacerse de carne y hueso, algunas incluso a tomar las riendas de la historia. Aquello empezaba a gustarme cada vez más. Era como si Carmen hubiera perdido los miedos del principio, las dudas, la prudencia y hubiera cogido carrerilla y, arremangándose, se hubiera lanzado a por todas. Sus mujeres eran cada capítulo más interesantes, sus historias personales y las que les eran cercanas cada vez más jugosas y misteriosas y tristes y esperanzadoras. Daba igual cuándo o dónde transcurrieran, las miserias y las grandezas humanas aparecían lo mismo.
   Cuando un autor consigue que te metas en la historia, que quieras seguir leyendo para saber qué pasa es porque sabe contar. Carmen tiene un lenguaje sencillo, cercano y agradable que ha hecho que la lectura me resultara muy cómoda, que lo leyera con facilidad, unas veces sugiriendo lo que pasaba, otras presentándolo tan cual era; en cualquier caso, sin palabras rebuscadas ni excesivas metáforas, pero sí con hermosas descripciones y con las comparaciones justas.
   Las historias vividas por las diferentes mujeres de la novela saltan de una época a otra, de una generación a otra, anterior o posterior, sin un orden concreto, quizás algo caótico para mi gusto, pero posiblemente buscando la manera de mantenernos siempre atentos. Los hombres que las acompañan, sin ser los protagonistas, son muchas veces los responsables de las acciones de ellas y determinantes en su comportamiento.
   Elena, nuestra protagonista, será quien nos ayude a conocer a todas estas mujeres. Unas veces lo hará mediante los viajes al pueblo de sus padres, en donde siguen flotando las historias vividas por sus habitantes durante la guerra y la postguerra; otras veces, gracias a lo que cuentan y también esconden las mujeres de la residencia en la que trabaja; y, por último, mediante la historia que ella misma vive.
   A veces, con la sensación de que la autora no les daba un respiro a sus protagonistas, a veces, sintiendo que había demasiado dolor y angustia, a veces, encontrándome con alguna concesión y algún momento de paz, la lectura se iba pasando rápidamente, casi sin darme cuenta; en algunos momentos, con un pelín de vergüenza cuando me hacía soltar una lágrima (yo soy un poco "floja", lo reconozco) y en otros, haciéndome sonreír en medio de un vagón de tren atestado de gente a primeras horas de la mañana. 
   Sí, había dicho que del agua de la guerra civil no iba a beber, pero aquí estaba este libro de Carmen para hacerme ver que "todos los refranes trabajan". Y me alegro.

Gracias a Carmen por permitirme leer su libro y a Roberto y Geni por ser los mensajeros.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Fotografiando con Mercedes

Me había cruzado demasiadas veces con Mercedes Pinto Maldonado como para pasar de largo por este libro. Había leído muchas reseñas sobre sus novelas, algunas de ellas de las que te pellizcan la curiosidad y corres a anotar el título en esa interminable lista de libros para leer. Sin embargo, solo habían sido eso, cruces y anotaciones.
   De repente, un día que deambulaba por una librería virtual vi como El fotógrafo de paisajes se me pegaba al dedo y no había forma de pasar a la siguiente pantalla. Como últimamente he visto cómo el Destino se encarga de organizarme la vida, decidí que era una de sus señales. Y como no estaba muy animada a luchar contra él, lo elegí. No es que el Destino haya estado especialmente inspirado en esta ocasión, pero sí tengo que reconocer que me ha traído una historia distinta y con un planteamiento muy original que me ha tenido, al menos, muy entretenida. 
   La historia empezó atrapándome con ganas. La forma de escribir de Mercedes me gustaba, era directa pero no vulgar, era natural sin dejar de ser literaria, y había dado a cada personaje la manera de expresarse que mejor le cuadraba. Describía muy bien los ambientes y los paisajes, casi con respeto, mientras que usaba una "dureza" poco común para los personajes. Estaba disfrutando con el misterio que envolvía al protagonista y ese don especial que le separaba del resto, le volvía enigmático y muy atractivo, y me hacían sonreír las maneras de su amigo, tan opuesto a él y tan "mundano". La cosa mejoraba por momentos, sobre todo cuando deciden investigar sobre la desaparición de una joven sordomuda y ciega y de su hijo. Aquello pintaba tan bien. Una historia de intriga, unas reflexiones muy sesudas sobre la posibilidad de tener un don increíble, unos personajes interesantes y... entonces... cuando estaba frotándome las manos sobre todo lo que me iba a ofrecer esa novela, empezó la pendiente hacia abajo.
Foto tomada de Dreamstime.com
   Comencé a encontrarme con ciertos hechos rocambolescos que más parecían de un culebrón de las tres de la tarde que de una novela seria, o con otros totalmente previsibles. Algunas cosas me chirriaban, no tenían demasiada lógica, eran forzadas y hasta la autora trataba de explicarlas por boca de los personajes, como si después de escritas, hubiera comprendido el error y quisiera enmendarlo.
   Empecé a sentir que la forma de pensar de la escritora se le escapaba en las reflexiones del protagonista y sobrepasaba la novela. Veía demasiado determinismo justificando los comportamientos de los personajes. Sin embargo, seguí, hasta el final.
   Y seguí porque Mercedes conseguía mantener la intriga y el interés; seguí porque me gustaba su lenguaje y cómo lo adaptaba a los diferentes personajes; seguí porque el protagonista cada vez era más complejo y, a veces, me daba miedo; y seguí porque la historia tenía un "nosequé" de adictivo que me hacía imposible quedarme sin saber el final.
   Así que, a pesar de esa bajada que desinflaba un poco mis expectativas, comprendí que había encontrado características suficientes como para repetir con esta autora, y supe que buscaría otro título suyo sin que pasara demasiado tiempo.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Libros abandonados

Hasta hace unos años, yo era incapaz de abandonar un libro. Le daba vueltas y vueltas, lo aparcaba durante días, lo cogía de nuevo, lo volvía a soltar, pero, al final, lo terminaba. Después, protestaba, mascullaba maldiciones por la basura que acababa de leer, me relajaba y a otra cosa, mariposa.
   Hasta que un amigo me dijo: -"Me queda mucho por leer como para perder el tiempo con un libro que no me gusta"- Efectivamente. Había tanto por leer. Sin embargo, seguía siendo incapaz de dejar a medias una lectura, como si buscara su redención al llegar al final, como si esperara que guardase su grandeza en el último capítulo. 
   Cuando me cansé de esperar milagros, cuando me di cuenta de que esas maravillas que habían convencido a algunos a publicar ese libro no se mostraban ante mí, cuando me harté de tragar mediocridades que me dejaban más fría que el mármol o con un cabreo monumental, empecé a abandonar libros, a cerrarlos a la mitad de la lectura e, incluso (ya en el colmo de la rebeldía), en el primer capítulo. Adiós a los cargos de conciencia, a la desazón de estar perdiéndome lo mejor.
   Desde que me decidí a escribir este blog, cada vez me resultaba más fácil el abandono y me sentía más libre. Siempre había otro título para sustituir al anterior, siempre miles de recomendaciones de otros blogs que descubrir y, siempre, un buen sabor de boca que me dejaba la conciencia tranquila. El problema solo se me presentaba al terminar una gran historia y verme obligada a elegir bien para que me durara esa sensación. Quizás me hacían falta dos o tres días de búsqueda hasta dar con un digno sustituto, pero nada más.

   Y de repente, cuando creía que lo tenía todo controlado, me doy de bruces con un libro que me descoloca completamente. Su lectura me revuelve por dentro, la historia es sórdida y angustiosa, me golpea; el lenguaje crudo, áspero y desolado me resulta desagradable en muchos casos; los personajes no pueden ser más deprimentes, más miserables, más desvalidos. Entonces, ¿qué hago yo aún con él entre las manos? Había vuelto esa antigua sensación de "búsqueda del tesoro", de falsa esperanza de encontrar El Dorado en la última página. Y seguía pegada a una historia que no me hacía disfrutar.
   En los últimos meses me había encontrado con varios libros que pasaban bajo mis ojos sin pena ni gloria. Aunque a alguno de ellos le había concedido el beneficio de la duda en tres ocasiones, había terminado por darles carpetazo a todos con una entereza que me llenaba de "orgullo y satisfacción". Y entonces llegó este último y me devolvió a la cruda realidad de mi naturaleza indecisa y "cotilla", porque, quizás fuera solo eso, pura intriga por saber el final de la historia, porque tanta desolación, maldad y crueldad tendrían que tener una razón de ser. O era, sencillamente, la maestría del escritor al escribir, que era capaz de enredarme con su lenguaje y su forma de contar.
   Hoy he apagado definitivamente la tableta (para más inri era un libro electrónico), ni siquiera la he recargado para que no hubiera recaídas. Me he lanzado a por el siguiente, y este en papel, casi con desesperación, como si fuese un calmante. Y, aunque no prometo que no haya un nuevo intento (para ciertas cosas soy muy cabezota), aquí va esta entrada, en su honor, casi como un conjuro: por un libro que me tiene con el corazón encogido si lo leo y con el alma en vilo si lo abandono. Y por tantos libros abandonados que se quedaron por el camino.
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