jueves, 16 de julio de 2015

El veraneo




Al final todo llega, incluso a mí. He estado planeando durante días la manera de organizar mis circunstancias para descansar, seguir con el blog, leer, echar una mano, meditar, escribir, aprender... y, ¡claro!, no me da para tanto ni la mente, ni el cuerpo, ni el reloj.
   Cuando yo era pequeña, me iba de "veraneo" con mi familia, no de vacaciones. En aquellos momentos, esa palabra iba cargada de desconexión (no había móvil), de separaciones más o menos largas (no había wasap, como mucho una postal) y de cintas de casete apropiadas para el verano, que terminaban pegadas con esparadrapo de tanto como se escuchaban (tampoco existía Spotify). Y eso es lo que pretendo, "veranear".
   Después de mucho organizar, hacer múltiples listas y unos cuantos juegos malabares, he llegado a la conclusión de que, como la Armada Invencible, yo tampoco puedo luchar contra los elementos, y además me parece una tontería.
   Sé que os voy a echar mucho de menos, que se me irán los ojos tras vuestros blogs y comentarios en las redes. Sé también que me quemarán las reseñas en las yemas de los dedos, que tendré que llenar hojas y hojas de libretas (jijijijijiji) de notas para no olvidarme de nada. Pero todo sea por la causa, mi causa: ese descansito que me piden a gritos mi cabeza y mis piernas, y una playa que me está dejando sorda de tantos gritos.   
   Este "veraneo" mío no será tan largo, espero, y creo que podré volver a mi segunda realidad más pronto que tarde. Mientras tanto no seáis demasiado buenos, lo justo para no hacer daño a nadie, y leed mucho.
Nos leemos a la vuelta.

domingo, 12 de julio de 2015

Sorpresas te da la vida

No me fío demasiado de los famosos que escriben novelas, aunque sean periodistas con un trabajo detrás que les avala. No es justo, lo sé, pero mis experiencias me apoyaban. Hasta ahora. No me importa equivocarme cuando me encuentro con un buen libro. No me importa en absoluto si he disfrutado con el argumento, con su forma original de plantearlo, con las diferentes historias que encierra o con sus personajes, sobre todo si me los creo.
   Así ha sido como Carlos del Amor me ha sorprendido, para bien, con su novela El año sin verano. Alguna cosilla por ahí se le queda sin rematar, algún hilván me ha parecido un pelín fantasioso, pero, en general, me he paseado muy a gusto por ese edificio de siete pisos fisgando en la vida de sus inquilinos y, de paso, en la del propio autor. Gracias a su vena cotilla (¿o a su deformación profesional?) nos colamos en las casas de varios vecinos del edificio y recorremos sus vidas, entre las pistas dadas por lo que allí se encierra y la imaginación del autor que va rellenando los huecos que quedaban vacíos.
   El narrador se encuentra con la tentación de un manojo de llaves que abre todas las casas del edificio y un mes de agosto que le deja las casas vacías para que no pueda resistirse a esa vena voyeur que todos tenemos.
   Así va completando no solo los huecos de los vecinos "fisgados" sino también de sus "circunstancias", que diría Ortega, de todo lo que les rodea y todo lo que les ha llevado hasta donde están, de sus familias, de sus sueños, de su futuro. Cada personaje está envuelto en un historia propia que, en sí misma, podría ser otra novela. De ahí que sea imposible aburrirse con lo que se cuenta, aunque haya alguna bajada de ritmo, muy leve, en la narración, aunque más parece que el autor tenía sueño después de tanto deambular por las casas de otros, y hubiera dado una cabezada sobre el borrador de la novela.

   Simón y Ana son quienes más le atraen, le impactan. Quizás por lo que parece una historia de amor de esas eternas, o  por que él fue periodista, o por ser la primera intimidad invadida. Por eso, quizás, se convierte en ese hilván que sujeta a las demás: a un cartero que se siente justiciero en causas ajenas, a una portera que hace honor a su profesión, a una madre con el coraje de siete, a un matrimonio donde la mujer podría llamarse perfectamente Olvido o al relaciones públicas nocturno, tercero en discordia. Y entre medias, cruzándose como por descuido, un inspector de policía y un barrendero, tan bien perfilados que, aunque secundarios, tienen su propio peso.
   Son historias de amor, todas y cada una de ellas. Son diferentes historias de amor, con sus propios matices, algunas demoledoras, con traiciones, con investigaciones policiales, con recuerdos familiares, con muestras a lo largo de los años, con resignación y sacrificios, pero de amor al fin y al cabo. Y las soportamos todas porque no hay ñoñería, porque el lenguaje es sencillo, cercano, periodístico a veces, pero sincero; porque los que huyen del "te amo, te quiero" no se sienten atacados por subidas de azúcar, sino por profundos sentimientos, tan humanos y reales, que seguro que reconocen más de uno como propio.
   Sí, me había equivocado. Pero me gusta equivocarme si, cuando  me equivoco, disfruto y encuentro una nueva posibilidad de que pueda volver a disfrutar más adelante.

domingo, 5 de julio de 2015

La librería... o el coraje de Florence Green

Se puede luchar contra un enemigo, incluso contra dos; se puede luchar contra una institución, incluso contra varias; se puede luchar contra abogados y leyes...; pero, ¿cómo se lucha contra la hipocresía, contra la soberbia, contra la manipulación y la confabulación? Además de contra la mala suerte.
   Eso es a lo que debe enfrentarse Florence Green cuando decide comprar una propiedad ruinosa donde vivir y, para colmo, donde abrir una librería. ¿Qué le pasaba en la cabeza a la señora Green para hacer algo así? Se preguntaban sus vecinos. ¿Era realmente necesario meterse en líos de préstamos, de obras de reconstrucción? ¿A su edad, era lógico enfrentarse con las fuerzas vivas de Hardborough, y encima por unos libros? Pobre Florence. Pero ahí estaba ella, dispuesta a luchar por la decisión que había tomado, y luchó, vaya que si luchó, hasta con un poltergeit, un espíritu particular que habitaba en Old House antes que ella y al que habían revolucionado con tanta obra y tanto cambio.
   Siempre me han gustado las heroínas, pero no esas monísimas que saben en todo momento qué hacer y no conocen el miedo. No, me gustan aquellas cargadas de problemas cotidianos (los más agotadores), las que tienen miles de dudas y las afrontan todas con coraje, las que están asustadas por lo que se les viene encima y lo superan, las que son tan valientes como para tomar una decisión y seguirla hasta el final. Por eso, me pegué a Florence Green en la primera página y ya no la abandoné hasta la última, en donde, por cierto, me quedé con la boca abierta y los ojos a cuadros. Pero ese es otro cantar que tendréis que descubrir vosotros; yo no espachurro finales (spoiler para los más modernos).
   Florence había decidido abrir una librería contra el viento y la marea de un pueblecito pesquero apartado del resto del mundo en todos los sentidos. Empezó enfrentándose a la humedad de un cobertizo medio derruido y al banco que se negaba a concederle un préstamo, luego lo hizo a las miradas suspicaces de sus vecinos y, finalmente, a la señora Gramart, la "mandamás" del lugar, a la que se le antojó hacer un centro cultural justo donde Florence tenía su librería y su casa. Pero Florence echó mano de su decisión y fuerza de voluntad, y de su ayudante Christine, y abrió su librería, y vio como se llenaba de vecinos curiosos por ver y leer, y comprobó como disfrutaba colocando los pedidos que llegaban, y se sorprendió al ver como su ayudante de diez años tenía la fuerza de los veinte para poner en su sitio a clientes impertinentes.

   Pero hay cosas contra las que no se puede luchar. Es muy difícil vencer unas normas sociales rancias, uno prejuicios obsoletos, unas fuerzas vivas marimandonas y anquilosadas en el pasado que, además, suelen tener muy buenos contactos con el poder, y mucha suerte, las muy puñeteras. Y sobre todo, es difícil vencer a la traición. Y a pesar de todo, Florence lo intenta, con todas sus fuerzas y con una flema británica increíble y un sentido del humor también muy British. Con ellos, sortea la retahíla de estupideces que los abogados le escriben en sus cartas para "solicitarle" amablemente que se largue de una vez de Old House, y soporta las "pullitas" de la "todopoderosa" señora Gramart.
   No, no me había equivocado con este libro, con aquella elección rápida y bajo presión. No me había equivocado con Penelope Fitzgerald, con su magistral forma de retratarnos las costumbres y el ambiente opresivo que podía existir en un pequeño pueblo; con sus estupendos personajes, perfectamente armados, muy complejos e incluso extravagantes; con un lenguaje muy rico pero limpio, sin florituras aunque con muchos recursos para fotografiar perfectamente ambientes, sentimientos y formas de ser; y con un sentido del humor modesto e inteligente que sobrevuela toda la novela, que nos arranca más de una sonrisa, en ocasiones, y en otras lo notamos escondido en las reacciones de los personajes o en las situaciones más "pintorescas". No, no me había equivocado en absoluto.
Tendré que volver a por más, Penelope.

jueves, 2 de julio de 2015

Prensentando a amigos

Hay cosas a las que ya me he acostumbrado en este tiempo dedicado al blog: a pasear por los blogs amigos (aunque no tanto como quisiera), a sonrojarme cuando son amables conmigo en los comentarios o a desesperarme si se me algún seguidor o si nadie pasea por mis entradas (aunque siempre hay amigos fieles que no me fallan nunca).
   Otra de las cosas a las que me he acostumbrado es a recibir ciertas visitas en mi correo. Son los autores que amablemente me presentan sus obras, sus creaciones. Algunos son ya viejos amigos, porque nunca me olvidan cuando dan a luz a uno de sus hijos. 
   Y como tales amigos os los presento:
Enrique Gallud Poncela se ha empeñado en hacerme reír, y no seré yo quien se lo impida. Con este fin me ha enviado su último libro cómico El discurso insorpotable y otros cuentos, que ha publicado en Sial/Pigmalión. 
   Sinceramente, no creo que haga honor a su hombre porque, en ese primer vistazo que siempre trato de dar, me he encontrado con todo tipo de asuntos, desde los que se refieren a extraterrestres hasta aquellos que nos hablan de turistas. Incluso me da permiso para saltarme el prólogo, que era algo que yo solía hacer con muy mala conciencia. Luego lo he entendí todo cuando llegué a la contraportada:
"El presente volumen incluye una treintena de cuentos humorísticos, de tono paródico y satírico, en un estilo fresco y chispeante, con historias originales y sorprendentes, siempre dentro de los límites del más estricto buen gusto pero sin renunciar en absoluto a la visión crítica y desmitificadora que tanta falta hace en nuestro tiempo".
Pat Casalà se lanza a la aventura de la novela policíaca con Los Mundos de Esme, y, además, lo hace presentándose al concurso de Amazon para autores indie de este año. ¡Qué! Decidida y valiente, ¿verdad? 
   Así presenta la novela en su sinopsis:
"La vida de Purificación Castro se derrumbó hace dos años, cuando su marido murió inesperadamente. Ahora intenta rehacer su vida y dejar atrás la dirección de la empresa que creó junto a su difunto marido y su amigo Henry. Un sábado por la mañana Henry la llama desde la oficina para que vaya en su auxilio, su vida depende de ello. A partir de ese instante su vida da un giro que la llevará a escapar de la inspectora de policía Raquel Estrada, del hombre que la persigue y de sus propios fantasmas para descubrir qué se esconde tras su pasado".
   Como no tengo la menor intención de que nadie se quede con las ganas de saber lo que le ocurre a Purificación, aquí os dejo las direcciones que Pat me ha proporcionado para la ocasión:


   No podréis decir que no os propongo lecturas para este verano que nos está cociendo, vuelta y vuelta. Besos.
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