domingo, 28 de junio de 2015

Un flechazo que acabó en un gran descubrimiento

La situación empezaba a ser angustiosa. El calor apretaba, la multitud también; todo eran codazos, pisotones, "quítate tú que me pongo yo", y un mal humor que empezaba a subirme desde el estómago hasta la garganta. En ese mismo instante, un haz de luz iluminó un pequeño hueco que se abría ante mí, con sombra incluida, y un acceso a los libros que se mostraban al público. Me lancé de cabeza como un sediento a un oasis y me hice fuerte en aquel diminuto bastión en el que solo podía estar de perfil, pero en el que tenía la posibilidad de mirar los libros en primera fila, sin muchos problemas, salvo si quería echar un vistazo a los que estaban a mi derecha; para eso tenía que torcer un poco el cuello, pero merecía la pena.
   Mientras disfrutaba de mi posición de privilegio, escuché la conversación entre unas clientas y el librero acerca de una tal Penélope Fitzgerald, -otra que no conoces, Marisa, ya te vale- pensé, y agudicé el oído. Era tanta la presión del entorno que, después de conseguir hacerme fuerte en esa caseta, era incapaz de decidirme por uno de los libros que veía ni tampoco ojearlos tranquilamente para saborear el momento de la reflexión, que es uno de los mejores. Así que, mientras fingía un análisis sesudo de la situación, pegaba la oreja a la conversación de mi izquierda. 
   Seguían hablando con entusiasmo de esta escritora británica, de sus maravillosas novelas en las que recreaba a la perfección los ambientes y personajes y de lo difícil que era decidirse por alguna de ellas. En ese momento llegó el primer empujón; una nueva ola de invasores querían mi puesto y era evidente que, o me decidía pronto, o en las siguientes oleadas me echaban de allí sin conseguir el botín. Era la guerra. Tenía que actuar con rapidez. Segundo empujón. ¿Por qué no les recomienda ya ese "bendito" título para lanzarme sobre él y escapar de allí sin lesiones? Barajaban varias posibilidades: Innocence, La flor azul, bla, bla, bla.

   Llegó un siguiente y definitivo empujón que desplazó la fila varios metros hacía la esquina de la izquierda, incluidas las clientas indecisas y el librero, que las perseguía con la mirada, y mis ojos frenaron en un pequeño libro, con La librería escrito en la portada. La imagen de un encantador cottege en una limpia portada de Impedimenta me impactó de lleno en el corazón. Lo cogí, leí la sinopsis de la contra sobre una mujer que lucha a brazo partido por abrir una librería en un pequeño pueblo y el flechazo fue inmediato. Mis dedos ya no podían soltarlo. Era mío. Ningún otro empujón me haría cambiar de opinión. Estaba decidida a interrumpir esa eterna charla que giraba incansable sobre las maravillas de aquella Fitzgerald que también a mí acababa de cautivarme. Agité el libro en las narices del librero y delante de las de las clientas y conseguí que me lo cobrara.
   Por fin, había conseguido mi botín, había ganado la batalla. Ya no había empujones, pisotones ni meneos que valieran. La librería, de Penélope Fitzgerald estaba conmigo en una bonita bolsa de papel, llena de la preciosa publicidad de la editorial y balanceándose adelante y atrás mostrando la alegría de su dueña. Ya en el tren, de vuelta a casa, en un momento mágico de tranquilidad y baibenes, saqué el libro muy despacio de la bolsa, lo puse en mi rodillas y empecé a hojear sus páginas una a una, con calma, paladeando lo que me esperaba al llegar. ¿Cómo terminó todo aquello? En un auténtico descubrimiento. Pero ese descubrimiento tendrá que esperar a la próxima reseña porque necesito más tiempo para explicar, lo mejor posible, lo que me supuso ese encuentro. Gracias por vuestra paciencia.

domingo, 21 de junio de 2015

El chocolate lo puede todo

El chocolate lo puede todo, y en este caso, una chocolatera de porcelana. Blanca, elegante y sencilla, nos lleva de la mano a través de las vidas de los que fueron sus dueños, desde que se hizo añicos una mala noche hasta el día en que la crearon en una ilustre fábrica de porcelana de Versalles, como un pequeño cangrejo, marcha atrás en el tiempo.
   Care Santos no está dispuesta a que nos alejemos de Barcelona. Puede que viajemos por distintos siglos, que cambiemos de protagonistas, de ambientes, pero no de ciudad. Esta chocolatera tan especial, que ha perdido su molinillo y está descascarillada en el pico, nos va a mostrar la vida de los protagonistas al mismo tiempo que la de su ciudad.
   Con su forma habitual de escribir, elegante y natural, directa, clara, pero nunca vulgar, la autora nos presenta las diferentes historias que transcurren en esta novela jugando con los narradores. Tan pronto el narrador nos habla a nosotros de los personajes, como decide contarle a la propia protagonista lo que está pasando, como si quisiera ayudarla a entender mejor su propia vida. Tan pronto se trata de una narración al uso, como se sirve de unas cartas para que conozcamos la historia. Una historia  que se organiza en grandes bloques de sabores (caco, azúcar y canela; pimienta, clavo y achicoria...), y, dentro de ellos, a veces, en maravillosas óperas (Il trovatore, Rigoleto, La Traviata...).
   Porque todos los sentidos están metidos dentro de esta novela, incluso el tacto lo ponemos nosotros al pasar los dedos por las hojas. Por eso, ¡ay! del que lo lea en digital. Porque todo en este libro esta pensado para sentir: hay pasiones, hay música, hay aromas y, por supuesto, hay sabor, mucho sabor, porque el chocolate lo envuelve todo.

   Y, ¿qué pasa con quién no adora el chocolate? No importa, cuando llegue al final del libro y al principio de la historia, al origen de esta chocolatera tan especial, no resistirá la tentación de coger un trocito, una onza pequeña, y meterla en la boca. Puede que después siga convencido de que no le gusta el chocolate, pero habrá tenido un momento de duda. Los protagonistas, como yo misma, no se plantean la vida sin chocolate, su ciudad sin chocolateros, sus reuniones sin una taza humeante.
   Porque el chocolate lo envuelve todo y junto a él esa mágica chocolatera de porcelana. En el presente, sirve para unir y enfrentar a la vez a Sara con los dos hombres de su vida mientras conocen los secretos del chocolate. Un par de siglos antes, se acompaña de la música y las veladas en el Liceo, para que Aurora nos cuente su paso de doncella a señora, y la de buena parte de la burguesía barcelonesa del momento. Yendo aún más atrás, conocemos el origen de su cicatriz, esa desportilladura del pico, mientras paseamos por una ciudad consumida por el cólera.

   Y todavía más lejos en el tiempo, la inteligente y luchadora Mariana debe enfrentarse a todos para proteger su negocio de fabricación de chocolate y evitar que le roben la increíble máquina que había creado su marido. Madame Adélaïde protagoniza el inicio de las andanzas de nuestra ilustre porcelana y nos lleva, finalmente, al principio de todo. Ese principio es el que deberíais averiguar vosotros solitos, porque, realmente, merece la pena.

domingo, 7 de junio de 2015

¿En España no se lee?

Es posible, pero nos comportamos como si lo hiciésemos, y mucho. Este jueves pasado me fui de libros a la feria del Retiro. Iba dispuesta a todo: comprar, hacer fotos, mirar, cotillear, ver en carne y hueso a los autores, volver a comprar, conseguir alguna firmita, comprar otra vez. Bien, ese era el plan. Otra cosa era lo que el destino había decidido por mí.
   Después de coger fuerzas con un café con leche y una tostada con aceite, comencé a subir la cuesta de Moyanos, tranquilita, por la sombra, echando un ojo a las casetas habituales, pero sin pararme en ninguna; estaba reservando mis fuerzas para la feria. El olor a tilos, el aire todavía agradable y mis ganas, me tenían de muy buen humor. Enfilé la calle del parque que me llevaba derechita a las casetas y marché al ritmo de las otras personas que parecían haber pensado lo mismo que yo. Aunque esperaba de corazón que toda aquella gente tuviera otros planes.

   Empezaba a apretar "el Lorenzo", pero todavía se le podía echar un pulso, así que empecé la visita precisamente por el lateral en el que empezaba a dar de plano, muy orgullosa yo de dejar la sombra para más tarde, cuando ya el sol cayera con todo su peso y empezara a picar sobre la piel. Primera caseta, segunda, tercera... iba sumando casetas a la vez que gente; cada vez era más difícil caminar, y no os digo nada mirar. Algún hueco por aquí, alguna foto por allá y, de repente, al salirme de la fila para fotografiar un claro en medio del barullo, había perdido mi puesto y ya no había forma de volver. Intenté una y otra vez asomar el "morro" por entre la gente para echar un vistazo a lo que me interesaba, los libros, los autores; nada, imposible, había perdido mi lugar en la marcha y no se me permitiría recuperarlo.   
   
   La masa crecía: familias de padres con sus hijos buscando libros que les gustaran y educaran, grupos de señoras que buscaban autores famosos de los que conseguir firma y de los que hablar durante el aperitivo, parejas que se soltaban de la mano solo para enseñarle al otro el libro que acababan de descubrir, grupos de amigos que no se decidían por cual caseta empezar la marcha. Personas y más personas que se agolpaban entre mis proposiciones y los libros como si no hubiera un mañana, todos locos por conseguir, mira y tocar.
   ¿En España no se lee? No lo dudo, pero se mira y se pasea como si lo hiciéramos. Al medio día, la gente fluía arriba y abajo por la feria, casi siempre en sentido contrario al mío y desbaratando mi plan perfectamente ideado durante aquel café del desayuno con su tostada. Era inútil luchar contra los elementos; lo único que conseguía ver era un muro de "cogotes" de todo tipo, más infranqueables que la muralla de Ávila.
   
   Sí, era inútil luchar, así que me dejé llevar por la masa y decidí aprovechar los pocos huecos que algún despistado dejara libre. Y fue tanta mi suerte que, en las dos únicas conquistas que logré, conseguí hacerme fuerte el tiempo suficiente para lograr mis dos únicas adquisiciones. Impedimenta me dio la primera satisfacción durante los segundos en los que planté los dos pies firmemente al suelo. El segundo regalo vino de la mano de Victoria Álvarez, cuando me firmó el libro que yo acababa de comprar y que sujetaba hasta con las uñas para no perderlo en la marea. Había logrado dos incursiones nada más, pero de ellas me había traído un estupendo botín. No todo había fallado. La próxima vez idearía una estrategia mejor para conseguir mis objetivos. De momento, me había ganado una condecoración "rubia" y muy fría que combinaba de perlas con ese botín.
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