domingo, 22 de marzo de 2015

Mis héroes del lenguaje

Nadie sabe quienes son, y no hace mucho que están por aquí, pero me han robado el corazón. Armados con un espray rojo, se dedican a corregir los textos de los grafiteros que "decoran" nuestras paredes con hermosas y aberrantes faltas de ortografía. Y por eso les quiero.
   ¿No me digáis que nunca os han entrado unas ganas horribles de sacar un boli rojo del bolso y corregir algunos carteles, anuncios o letreros de los que hay por la calle? ¿A que, en vuestra mente, enmendabais ese "se bende" del local de al lado, o aquel "los que hallan guardado cola" que os hizo rechinar los dientes? Por eso son mis héroes.
   Fue tan agradable encontrármelos por Internet. Una pequeña mención en Twitter me los presentó y una búsqueda en Google me los dio a conocer. Pero es tan poco lo que he encontrado sobre ellos: un artículo en BBC Mundo, alguna que otra imagen con sus geniales correcciones, y poco más. Sin duda, son modestos.
   
   Todo empezó en Quito: grafitis que llenaban los blancos muros de las calles amanecían corregidos convenientemente por estos "correctores anónimos" que demostraban lo bien que lucían si se escribían como se debe: ¡Qué bellas comas en rojo brillante!, ¡qué maravillosos acentos!, ¡qué estupendos tachones para borrar lo que no procede!, ¡qué envidia! De aquí, saltaron el charco y aparecieron en Madrid, corrigiendo al mismísimo ayuntamiento, porque no hay piedad contra la falta de ortografía. A ambos lados del Atlántico, Acción ortográfica Quito y Acción ortográfica Madrid, armados con el terrible espray rojo, reparten justicia y buena ortografía por las paredes de los dos continentes. 
   ¡Ay! Qué profundo agradecimiento siento a estos correctores-vengadores que se han atrevido a hacer lo que yo llevo años deseando y solo practico con mi mente. Esas pintadas que veía desde las ventanillas del tren o el autobús y que me hacían sangrar los ojos, esos versos subliminales y esas frases justicieras que encontraba en mis paseos, y de los que solo recordaba las faltas y no el sentido, habían encontrado por fin quien les hiciera justicia.
   
   Envueltos en un halo de misterio (me ha costado un mundo encontrar algo de información sobre ellos), ejercen su defensa del idioma siempre que pueden y nos animan a los demás a que les imitemos. Tanto en twiter (@AccionOQ Quito y @AccOrtografica Madrid) como en Facebook son los "héroes anónimos combatiendo el vandalismo ortográfico" y "dispuestos a ayudar con lo que sea: rotuladores, aerosoles, cinceles, y con bofetadas, si es preciso".
   No digáis que no es un sueño.




domingo, 15 de marzo de 2015

Anoche soñé ...

"... que volvía a Manderley". Yo también he vuelto a Manderley, como lo hiciera Joan Fontayne de la mano de Hitchcock, pero yo con la cabeza llena de impactantes imágenes en blanco en negro y de frases para la historia; mi preferida:
"Prométeme que nunca llevarás seda ni perlas. Ni tendrás 36 años".-- Maxim a su joven esposa.
   Esta vez le ha tocado el turno a una pequeña novelita maltrecha, que ha debido de pasar por cientos de manos antes que por las mías, llena de subrayados y anotaciones en boli y de "simpáticos" bigotes pintarrajeados en las caras de las ilustraciones.
   Esta "desfachatez" de librito llegó a mis manos por casualidad y por 1€, para contribuir a una buena obra y para mejorar mi inglés; una de esas lecturas guiadas que te facilitan el vocabulario justo en aquellas palabras que ya conoces, y que te añaden extraños ejercicios en sus páginas finales para comprobar que eres una chica lista y has entendido todo lo que allí se cuenta.
   Mi inglés sigue sin mejorar, tal y como lo lleva haciendo durante décadas, pero mi espíritu ha salido encantado de ver impresas aquellas escenas en su lengua original, aunque estuvieran "cocinadas" para mí. 
   Esta lectura me ha acompañado en tren al trabajo, en las esperas antes de clase, en alguna noche de insomnio. Y, como la historia estaba más que sabida, he ido aprendiendo expresiones, vocabulario, algo de gramática, en fin, secándole partido a la historia.
   Desde el principio supe que sería un libro de "tránsito"; después de la Némirovsky me era imposible empezar cualquier otro libro sesudo. Necesitaba desintoxicarme y Daphne Du Maurier me ofrecía una historia elegante, nada simple aunque lo parezca, llena de miserias humanas y de alguna que otra bondad.
   Como no esperaba gran literatura, por haber pasado por el tamiz de la "adaptación para torpes" en inglés, no sufrí con los cortes y recortes en la historia, con la ausencia de descripciones, con la falta de reflexiones y pensamientos de los personajes. Era, simple y llanamente, un ejercicio de clase.
Pero sí eché en falta un poquito más de entusiasmo por parte de los responsables de estos libros "didácticos"; no se trata solo de "masticarnos" las palabras para que las asimilemos, sino de transmitirnos un poco del alma de la obra, porque siempre se aprende más cuando se transmite entusiasmo, y no cuando se "fusila" un relato. 
   Es cierto que no debe de ser fácil manejar el lenguaje de forma que se transforme en un puré fácil de tragar y, a la vez, conserve todos los matices de las texturas y formas del plato original, pero creo sinceramente que se puede hacer mejor, y se pueden conservar ciertos rasgos del alma del original. No todo es transmitir el vocabulario de un idioma, sino también su esencia, su forma de expresar y de contar.
   Ante la evidencia de que no iba a enseñaros nada nuevo sobre esta novela, ni tampoco sobre la película (a las que ya comparé en una vieja entrada), me he permitido desahogarme un poco sobre este tipo de lecturas guiadas, a las que agradezco enormemente su labor, que conste, pero en las que me gustaría encontrar un poquito más de eso que llamamos literatura.

domingo, 8 de marzo de 2015

Y volví a emocionarme con Némirovsky

Hay sensaciones que permanecen en mí de forma mucho más fuerte que algunos recuerdos. De algunos libros, tengo más marcadas las sensaciones que me produjeron que lo me contaron. Y creo, no, sé, que eso será lo que me suceda con El vino de la soledad.
   Mucho más que el argumento, he cruzado esta historia leyendo sentimientos: angustia, pasión, soledad, venganza. He encontrado pocos escritores tan virtuosos para transmitir emociones como Némirovsky.
   A través del interior de Elena, una niña rusa de ocho años, conocemos el entorno de una sociedad decadente, incapaz de hacer frente tanto a los caprichos del destino, como a los golpes de fortuna, y mucho menos, a viejos prejuicios de clase. La seguimos hasta sus diecinueve años y, en ese tiempo, Elena nos transmite su desprecio hacia una madre egoísta y superficial que nunca la ha querido, su cariño por la institutriz francesa que le mostró los únicos sentimientos nobles que conoció, su angustia ante un padre al que adora y que apenas le presta atención, por su adicción al juego y su obsesión por su mujer, el odio y el desprecio por el amante de su madre, al que luego utilizará para vengarse de ella.
   Sentimos su miedo, su dolor, su soledad, su desilusión y, en ocasiones, sus momentos de alegría (contenida, bastante contenida). Su desorientación ante el comportamiento de los adultos, su tesón para no dejarse vencer, su firmeza para destruir a su madre, su obligación de crecer antes de tiempo.   
   Dicho así, parece muy duro, pero no es una novela dura. La habilidad de esta esta escritora para presentarte los hechos sin estridencias, casi con tranquilidad, con un lenguaje increíblemente sencillo y elegante, me parece casi mágica. No hay palabras grandilocuentes, ni escenas sobrecogedoras; no hay alharacas ni fanfarrias; hay vida, momentos reales, testimonios. Ha sido tal su facilidad para hacerme correr por las hojas que tengo la sensación de haber participado en una exhibición de patinaje artístico, en donde me deslizaba por la historia como si nada, leyendo mientras volaba, sin esfuerzo, hasta el final, cuando, de repente, me di cuenta de que casi me faltaba el aliento.
   Dicen que hay mucha autobiografía en este libro. Quizás por eso es tan auténtico; quizás por eso, los sentimientos son los verdaderos personajes de la trama. Solo puedo deciros que, a pesar de haberme encontrado con Irène Némirovsky solo en dos libros, estoy decidida a no separarme nunca más de ella y a seguir volando.

domingo, 1 de marzo de 2015

Christian Jacq y Nefer el Silencioso

Una extraña sensación se me quedaba dentro cada vez que terminaba un capítulo de este libro. En principio, el argumento era muy interesante: la vida y los secretos del Lugar de Verdad, la pequeña ciudad en la que vivían los artesanos y trabajadores que llevaron a cabo las tumbas del Valle de los Reyes; pero ni sentía interés, ni encontraba misterio, ni había verdad en lo que leía. 
   Por esa antigua maldición que me persigue desde que comencé a leer de niña, tengo la imperiosa necesidad de terminar los libros que empiezo, aunque no me convenzan (salvo algunas infumables excepciones), así que, día tras día, seguía leyendo esta novela, capítulo a capítulo.
   El lenguaje me resultaba irreal, con expresiones y frases que, a veces, parecían sacados de los propios textos de las tumbas, lo mismo que los nombres de los personajes: Nefer el Silencioso, Paneb el Ardiente, Neb el Cumplido o Pai el Pedazo de Pan, mientras que la joven esposa del primero se llamaba Clara, como mi vecina del quinto. Aquello no me parecía que estuviera bien armado. Los malos eran muy malos y los buenos eran muy buenos, como en los cuentos de mi infancia, y todos, malos y buenos, me resultaban arquetipos, poco reales, personajes apenas perfilados, sin tercera dimensión, más una excusa para la historia que una parte importante de la misma.
   A veces, aparecían pequeños trazos de lo que pretendía ser fantasía, magia religiosa, misterio, pero que no alcanzaba nada de eso; como si el autor tuviera miedo de lanzarse de cabeza y prefiera meter solo los pies. ¡No, hombre, no! Si hablas de "la llamada recibida", de los "haces resplandecientes" de una luz misteriosa que surge de la estancia más profunda o del "ba" del faraón imbuyendo de vida las obras de los artesanos, hazlo con todas las consecuencias, no lo menciones de pasada como si fuera un dato más de la descripción de la historia.
   En estas, conocí a Paneb el Ardiente y Nefer el Silencioso, dos jóvenes amigos que desean entrar en El Lugar de Verdad, esa misteriosa aldea protegida por el faraón, que contiene todos los secretos que dan vida eterna a la última morada de los señores de Egipto, y en donde nadie puede entrar sin haber pasado antes por una serie de pruebas que demostrarán si son o no dignos de ella. Dos jóvenes que, evidentemente, son personalidades opuestas, pero igual de honestos, dignos y justos los dos. Y juntos se van a enfrentar a todos los obstáculos que los malos van a poner en su camino, hasta conseguir su objetivo, claro está.
   Entonces, ¿por qué seguía con el libro entre mis manos? No os vais a creer mi ingenuidad: esperaba un golpe de gracia, un cambio de tercio, ese momento en que se desvelara el "gran secreto" que diera sentido a todo lo que allí estaba escrito. A veces pasa. Pero también debo ser sincera: confiaba en el autor que, otras veces, me había entretenido tanto. La gran documentación que se percibía, la descripción de un lugar que existió realmente, todo lo que contaba de antiguos ritos y costumbres egipcias, todo lo que estaba envuelto en el "olorcillo" a historia me mantuvo al pie del cañón, esperando ese milagro que aparecería al final del libro. Eso que pasa, a veces, pero que aquí... no pasó.
   Llegó el final y allí no había más que un corte brusco de la historia, que continuaba en el siguiente título de la trilogía La Piedra de Luz. Así de simple. ¿No sabía de antemano que aquello pertenecía a un conjunto mayor? ¿No había visto un 1 como un sol plantado al lado del título que encabezaba el libro? Sí y sí, pero otra vez mi ingenuidad me había hecho pensar en una de esas novelas que pueden ser independientes del resto del grupo, una de esas que sirven más para despertarte el gusanillo de leer el conjunto completo, una de esas obras que, siendo el origen, pueden ser también el final. A veces pasa. 
Sin embargo, en esta ocasión, no pasó.
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