domingo, 22 de febrero de 2015

La librería de los finales felices

Imaginaos a una chica sueca, con una vida tirando a triste y solitaria, que se acaba de quedar sin trabajo después de años de currar en la misma librería, y que tiene una madre que la sermonea como un zumbido constante en su oreja. ¿Qué haríais? Huir, ¿no? Al fin del mundo si es posible.
   Pues eso es lo que hace nuestra protagonista. Coge el petate y se larga lo más lejos que puede, concretamente a Iowa, en los EEUU, a visitar a una señora ya mayor con la que ha establecido una gran amistad a través de varias cartas que se han ido intercambiando sobre libros, escritores y, más tarde, sobre su propia vida.
   Amy, la señora de Iowa, invita a Sara, la chica sueca, a que aproveche su despido para pasar un largo verano en su casa, conocerse por fin personalmente y compartir "en vivo y en directo" lo que habían compartido por carta. Y ni corta ni perezosa, nuestra sueca se lanza a la aventura.
   Al llegar allí se encuentra con que "Amy ya no está entre nosotros", con un pueblo, Broken Wheel, que parece sacado de un libro sobre la América profunda, y con unos habitantes que son los típicos personajes de una película de sobremesa. Obligada por la mandamás de la localidad, encargada de hacer cumplir las últimas voluntades de la difunta, a vivir en la casa de esta, se encuentra rodeada de todos los libros de su amiga por correspondencia y de todos los vecinos que la quisieron y la respetaron hasta el punto de encargarse de esa guiri sueca tal y como lo hubiera hecho la propia Amy, les guste o no, ya que así había sido acordado en "junta municipal". 
   Así, Sara irá conociendo a "las fuerzas vivas" de Broken Wheel que no la recibirán por igual, claro está, ni verán con buenos ojos que se quede más tiempo de lo razonable. Pero Sara es una sueca muy firme en sus decisiones, que no está dispuesta a amedrentarse y que se pone como tarea que cada ciudadano encuentre el libro que le corresponde.
   Y así es como se desarrolla la historia, a través de las relaciones entre los personajes y de los sentimientos que se desatan por todos los acontecimientos que vienen a trastocar la rutina ya establecida en la vida de este pequeño pueblo. No es una historia muy original, ¡vaya!, una extraña que viene a alterar esa rutina y que saca a la luz lo bueno y lo malo de gente pintoresca y diferente. Una extraña que también ve como cambia su forma de ser y de ver la vida. Bastante manido, ¿no os parece? 
   Eso pensaba yo mientras iba avanzando en la lectura. Estaba llena de tópicos que había visto miles de veces en el cine y que había leído otras mil en los libros, y estaba llena de personajes a los que también había visto miles de veces en esas pelis y en esos libros. E, incluso, podía imaginar algunas de las cosas que iban a suceder. Y, sin embargo, no podía dejar de leer.

   Estoy segura de que era por la manera en que Katarina Bivald lo contaba, por su lenguaje sencillo y fácil y, sobre todo, natural y cercano. Por sus personajes bien construidos, a pesar de ser arquetipos. Por las constantes referencias a autores y novelas de todos los tiempos, aunque he echado en falta literatura española (estos suecos solo parecen conocer Ibiza). Y por las historias de algunos de sus protagonistas. El caso es que la he leído con gusto, disfrutándola, sin grandes pretensiones porque, desde el principio, supe lo que me podía encontrar, y reconociendo en el fondo de mi ser que, hace algunos años, yo también me hubiera ido al fin del mundo para ver si conseguía darle un vuelvo a mi vida. 
   A pesar de sorprenderme la maravillosa integración de una sueca que no había salido nunca del pequeño pueblo de Haninge, con unos auténticos americanos de Iowa, como si no hubiera cultura o frontera que los separase, confieso que lo he pasado bien con esta historia ligera, a veces sensiblona, pero siempre efectiva, llena de los resortes típicos para enganchar al lector que solo busca entretenimiento, pero tan bien manejados que ha conseguido que me metiera en la historia y que fuera una más en el pequeño y pintoresco pueblecito de Broken Wheel, Iowa. 

P.D.: Al parecer, esto se llama género fell-good, una historia con "buen rollito", I suppose. ¡Ay Señor!

domingo, 15 de febrero de 2015

Y por fin... Murakami


Sí, por fin he leído a Murakami, después de bastantes intentos fallidos, de muchas ganas acumuladas. Por fin he experimentado en carne propia a Murakami, del que había leído y oído tantas cosas.
   ¿Cómo ha sido? Extraño, muy extraño. No consigo encontrar adjetivos precisos y claros para explicar lo que me ha parecido su libro. 
   Algunas de vosotras, como Nora de En el rincón de una cantina, me comentó que no era la mejor de sus novelas; otras como Meg, de Cazando estrechas, tenía curiosidad por conocer mi versión, después de haber discutido sobre este libro en su club de lectura. Pues bien, me da en la nariz que no os voy a aclarar nada, porque yo misma ando enredada.
   Empecé a leerlo con ganas, las hojas pasaban deprisa, la lectura era ligera y me sentía cómoda. Los personajes me parecían tan parecidos a los que me había encontrado en nuestras novelas, en nuestras películas. Los sentimientos de los protagonistas eran tan normales, tan cotidianos. Pensé: "la base humana es la misma estés donde estés, ahí no hay cultura que valga". Quizás esperaba actitudes y reflexiones más "del sol naciente", más diferentes, más nuevas. Pero no, eran las inquietudes y preocupaciones por las que podíamos haber pasado todos.
   En Al sur de la frontera, al oeste del sol, Hajime, el protagonista, hace un repaso de su vida, desde su infancia, llena de su amiga Shimamoto, su adolescencia y juventud, junto a Izumi, hasta su madurez, junto a su esposa Yukiko. Su club de jazz, su familia, sus recuerdos. Eso es lo que hace, contarnos su vida a través de las mujeres que la visitaron. 
   Pero lo que empezó siendo una historia común, como tantas que conocemos, fue cambiando, fue tomando cuerpo digamos... más japonés, o más Murakami quizás, no lo sé porque es mi primera visita a sus libros, pero era evidente que esa naturaleza humana, general a todas las culturas, empezaba a ponerse el traje propio de los comportamientos de la suya propia. 
   Algunas de sus reacciones empezaron a parecerme curiosas. Le notaba pasión en la descripción de un paisaje y la echaba en falta respecto a las mujeres de su vida. El tono de la historia empezó a parecerme plano, lineal, como si estuviera viendo un documental, como si el escritor nos contara su vida a través de un viaje en tren y se limitara a describir las imágenes vistas desde la ventanilla.
   
Me parecía tan extraño leer fragmentos llenos de fuertes y exaltados sentimientos y que me dejaran fría. No conseguía llegarme al corazón. Era evidente que me tenía enganchada, no podía dejar de leer, en ningún momento me plantee abandonar el libro, pero lo veía todo desde la distancia, sin emocionarme, como quien lee las noticias en el periódico. Me sorprendía que fuera capaz de describir un paseo por el bosque o un amanecer con tanta emoción, o que tuviera tanta delicadeza para describir un sentimiento a través de un perfume o de un paisaje y, sin embargo, hablara del sexo, en ocasiones supuestamente loco y febril, como si fuera un manual de anatomía, como un documental de la 2 sobre las técnicas de apareamiento del chimpancé de Tanzania. Me chocó la manera obsesiva en que seguía recordando a su amiga de la infancia, a la que no veía desde los 12 años, con quien comparaba a todas las mujeres que conocía, y no le notara pasión alguna por la mujer con quien compartía su vida y dos hijas.
   Sin poder ni querer desvelar el final, aunque no tenga ningún misterio (porque a mí me ha gustado ir descubriendo sus pasos en la vida poco a poco, a lo largo del libro), sí os diré que los planteamientos que hace sobre su vida y la forma tan radical en que se plantea cambiarla no me cuadraban con el tono lineal y plano que me habían transmitido todas sus reflexiones.
   Ya os digo, ha sido un primer encuentro extraño, este que he tenido con el señor Murakami, sin embargo, ha saltado cierta chispa en mí que me ha despertado las ganas de seguir con este encuentro. Quizás sea por la cantidad de reseñas que he leído sobre lo magnífico de su escritura, quizás sea por todos aquellos que me lo han recomendado asegurándome que me gustaría, quizás sea por "amor propio" al querer yo también disfrutar de todo aquello que otros disfrutan. Me da igual el motivo, el caso es que pienso seguir presentándole mis respetos a don Haruki. Buscaré otros títulos, seguiré la pista a sus libros más existosos y haré caso de vuestras recomendaciones. Así que, ya sabéis, recomendadme obras de Murakami para conocerle mejor y saborear eso que otros han saboreado. No pienso darme por vencida.

domingo, 8 de febrero de 2015

Esa "a" que evitar

Puede que nuestro idioma no sea el mejor del mundo (aunque yo creo que sí lo es). Puede que tenga ciertas lagunas para ciertos ámbitos profesionales (aunque yo creo que las podría resolver). Puede ser que lo de usar términos y expresiones extranjeras haya pasado toda la vida (aunque a mí me parece que no con este "fervor"). Sin embargo, que hayamos cambiado nuestra forma de hablar tan rápidamente como ahora, sinceramente, creo que es una epidemia actual.
   Hasta hace dos días, dos, todos llevábamos camisas de rayas, pantalones de cuadros o usábamos coches con tracción en las cuatro ruedas; teníamos asuntos que resolver y cantidades que pagar. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, en lo que dura un pestañeo, llevamos camisas a rayas, pantalones a cuadros, y usamos coches con tracción a las cuatro ruedas; hay varios asuntos a resolver o temas a tratar y cantidades a pagar. 
   Recuerdo todavía mis clases de corrección y redacción y los ejercicios que debíamos hacer y con los que debíamos aprender, y recuerdo claramente el pedazo "galicismo" que suponía esta "a" intrusa en nuestra gramática, un galicismo como la copa de un pino, ¡vaya! Pero son tantas las veces que lo escucho y que lo leo que he empezado a dudar de todos los escritos y fuentes que habíamos usado como referencia en aquellas clases.
  ¿Qué podía hacer? ¿Consultarlo en la RAE? Últimamente no es que tengamos muy buenas relaciones; siempre tengo la sensación de que, con tal de no enfadar a nadie, la RAE admite cualquier cosas que se lleve utilizando como mínimo un par de añitos; con decir que "recomienda" la forma usual de nuestro idioma en lugar de la nueva establecida, lo arregla todo y se queda tan agustito. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Y me encontré con esto:
3. sustantivo + a + infinitivo: temas a tratar, problemas a resolver, etc. Estas estructuras sintácticas son calcos del francés y su empleo en español comenzó a propagarse en el segundo tercio del siglo xix. En el ámbito de la economía están ya consolidadas expresiones como cantidad a ingresar, cantidad a deducir, (...). En español solo son aceptables en algunos casos, por lo que se recomienda tener en cuenta las siguientes orientaciones generales:
a) Si la preposición a admite su sustitución por las preposiciones por o para, o el relativo que, sin que sea necesario cambiar la estructura de la construcción y sin que cambie el significado, debe desecharse la construcción galicada: Tenemos dos asuntos a tratar (mejor Tenemos dos asuntos que tratar); No hay más asuntos a discutir (mejor No hay más asuntos que/por/para discutir). 
   Es evidente que yo estaba equivocada y esta "galicada" tiene ya cierta edad, y además está consolidada en ciertos ámbitos, y es aceptable en algunos usos. Pero no en estos que os pongo aquí, no en esas "pautas a seguir" que oímos y leemos casi a diario en la prensa, no en esos "pantalones a rayas" de las pasarelas de moda y no en esas "barcas a motor" que cruzan nuestros mares.
   Con estas entradas del blog no quiero dar lecciones a nadie desde un podio, como si estuviera libre de pecado, porque... ¡Madre mía, cómo peco yo! Y por eso necesito una guía y necesito seguir aprendiendo, pero de la mano de la lógica, no de las tendencias que duran dos telediarios. 
   Os pido perdón por este desahogo y por daros la vara con mis "desvelos". Os agradecería cualquier consejo que me dierais o aclaración que me hicieseis; lo recibiré como agua de mayo. Aquí os espero.

domingo, 1 de febrero de 2015

Totum revolutum

Eran las dos de un viernes por la tarde. Acababa de apagar el ordenador y, por primera vez desde hace... ¡Ni recuerdo!, tenía media tarde para mí sola, cinco horas como cinco soles que podía gastar en el dolce far niente. Me sentía como la ratita presumida con su mágica moneda.
   Lo primero era comer algo. Salí del trabajo, cogí el metro y me fui hasta un punto medianamente civilizado de la ciudad desde donde pudiera caminar tranquilamente hasta llegar al centro; después Dios diría. 
   Así me planté en la plaza de Colón y, sentadita en un banco al sol, me comí mi chuchurrido sandwich, que me supo a gloria, mientras se sentaban a mi alrededor varios guiris a quienes se les despertó también el gusanillo del hambre. Después, seguí caminando y, al pasar por la Biblioteca Nacional, miré hacía las escaleras, como siempre hago, para saludar a don Isidoro, don Alfonso, don Antonio, etc. Y allí estaba: Retratos y literatura. Los retratos de los premios Cervantes de la BN, junto con algunas cartas y escritos manuscritos. Allí estaba mi primer destino. 
   Entrar en la Nacional es siempre un lujo: huele muy bien, hace calorcito y las exposiciones suelen ser gratuitas. Dentro, el silencio lo invadía todo, y solo otro despistado y yo paseábamos sigilosos delante de los retratos, o nos encorvávamos para leer el texto explicativo sobre el pintor que retrataba, o casi pegábamos la nariz al cristal de la vitrina, para poder leer una carta manuscrita de don Fulanito a doña Menganita. 
   Algunos eran estupendos: una fiel mirada del escritor a través del cuadro; otros, sin embargo, eran un puro misterio: no había forma de adivinar quien era el retratado. Había un poco de todo, como en botica. Pero me sirvió para repasar la lista de los premiados, para conocer a sus "retratadores" y para poder ver cómo era la letra de algunos de ellos. Y llegó el momento de cambiar de tercio, de seguir "gastando" esa media tarde libre.
   Salí de la Biblioteca dispuesta a seguir caminando, que no es algo que pueda hacer todos los días (mis largos trayectos en metro no me dejan). Bien abrigada y muy dispuesta enfilé hacia Gran Vía: los "cervantes" me habían despertado ganas de libros, y me fui al Fnac.
   Allí no olía tan bien como en la Nacional, ni había nada gratuito, ni sentía el peso de cientos de años de letras sobre mí, pero ¡Qué maravilla!, todo un mundo del libro de bolsillo se abría ante mí: algo en francés para practicar el idioma, una escritora recién descubierta de la que volvía a tener muchas ganas, un escritor pendiente desde no se sabe cuándo. Daba igual, se trataba de pasear entre libros, tocarlos, olerlos, ojearlos, hojearlos a ratos, en fin de disfrutar de ellos. Pero se acercaba el fin y se iban agotando mis horas de libertad. Cogí el tren, esta vez, camino a casa.
   Al llegar, me quedaban aún unos minutos que poder gastar y miré mi correo: el escritor y músico peruano Miki Bane me había escrito para ofrecerme la posibilidad de leer su novela. El tiempo se agotaba a la velocidad del rayo y yo sabía que no podía compremeterme a ninguna lectura inmediata, así que le prometí lo único que podía prometerle, presentaros su libro e incluirlo en mi sección Lo que me llega. ¿Su argumento? Aquí lo tenéis:

"Los vampiros existen y puedo asegurar con completa certeza que mi afirmación es un hecho. ¿Cómo puedo comprobar lo que manifiesto? Muy sencillo: yo soy un vampiro". 
   Y, al parecer, este vampiro está bastante harto de la imagen que se proyecta de ellos en la literatura o en el cine. Ya es hora de acabar con tantos mitos, mitos que lleva soportando desde su nacimiento a mediados del siglo XVIII, en el Virreinato del Perú, y siente que ya es hora de contar toda la verdad.
La novela está disponible en formato digital e impreso en Amazon: http://mybook.to/Blaine. Y si queréis saber más sobre su autor podéis dirigiros a  http://author.to/MickyBane.

   Y con la última campanada del reloj del ayuntamiento, se terminó mi media tarde de libertad y me metí de nuevo en la lista de tareas pendientes, boli en mano, tachando una a una las que iba superando. La última, escribir esta entrada que os presento hoy. Feliz domingo.
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