jueves, 27 de junio de 2013

Y por fin ... El verano.

Parece ser que, en verano, todo es posible. Todas aquellas cosas que no hemos sido capaces de hacer a lo largo del año queremos resolverlas en verano. Ese mueble que restaurar, ese idioma que aprender, ese libro que leer. Pensamos que, en verano, el tiempo es un enorme chicle que se estirará hasta hacernos posible cualquier cosa.
   Personalmente no he sido capaz de llevar a cabo nada de esto en ningún verano de mi vida. Cuando era niña, porque la siesta ocupaba gran parte de la tarde, seguida de los juegos en la calle hasta la puesta de sol. De joven, porque el tiempo se me iba con los amigos en las piscinas y en las escapadas a la montaña los fines de semana. Ya de adulta, el tiempo no era tal: no crecía, sólo se escapaba. Y así han ido pasando los años sin que sea capaz de aprovechar realmente ese "tiempo infinito" que parece ser el verano.
   En estos días en que ya hace calor y la pereza y la "galbana" se nos echan encima sin que podamos hacer nada, me he dedicado a navegar por multitud de blogs que hablan de libros. La norma general es la recomendación de títulos para leer este verano, las reflexiones sobre el tipo de libros que hay que elegir en esta época y cómo viajar cargados de títulos. 
   Yo no me atrevo a hacer tal cosa. Cada vez que he intentado hacerme con una lista de posibles lecturas, todo se trastocaba y terminaba leyendo algo completamente distinto. ¿Por qué? Porque creo, sinceramente, que son los libros los que me eligen a mí. ¿Cómo? No lo sé, pero termino encontrándome con otros libros diferentes a lo que yo había decidido.
   Recuerdo un verano en que, por fin, había convencido a mi madre (mi proveedora oficial) de que me prestara el libro que ella estaba leyendo para mi viaje de vuelta a casa. Ella (bendita sea) leyó como una posesa para terminarlo a tiempo de mi salida y así lo tuve en mis manos en el mismo momento en que salía por la puerta para coger el autobús. Cuando hicimos la primera parada para descansar, repostar y "liberar" lastre, decidí echar un ojo a los libros que se vendían en la tienda del área de servicio. Y allí estaba, flamante, con su elegante portada, mirándome fijamente y gritándome: "cómprame, cómprame". Era La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.  Y de esa manera, "traicioné" el regalo de mi madre por el pálpito que me causó este libro. 
   Otras veces, renunciaba a mis títulos por regalos inesperados, por insistentes recomendaciones de amigos, por alguna presentación hecha en mi programa de radio favorito, con entrevista incluida del autor, etc., etc., etc.
Y así es como llegamos a la conclusión de esta gran decisión veraniega: no luchéis contra los elementos, dejaos llevar, poneos frente a los libros y dejad que alguno os elija. Me extrañaría mucho que os defraudaran. 
   Pero esto no quiere decir que no espere que me contéis qué libros preferís para el verano, y cuales son vuestras experiencias. Os espero.

lunes, 24 de junio de 2013

Estampas japonesas

Hay libros que son capaces de producir el efecto dominó. Actúan como una ficha cuando es golpeada y se lleva por delante todas las demás. Eso es lo que me ha pasado con el libro La devoción del sospechoso que, no hace mucho, comenté en este blog. Además de despertar mi interés por la literatura japonesa, despertó también mi interés por otros aspectos de Japón. Y todo empezó a ocurrir de forma encadenada.
   Al poco tiempo de terminar el libro, vi la noticia de la celebración del Año Dual España-JapónLa primera pieza acababa de golpear a la segunda. ¿Qué conmemoraba ese Año Dual? Pues nada más y nada menos que un acontecimiento ocurrido hace 400 años. Según parece el señor feudal Date Masumane decidió enviar una embajada a España que solicitara permiso para establecer relaciones comerciales con Nueva España (México) y "ni corto ni perezoso" organizó la "excursión" conocida como  Embajada Keicho a Europa (1613-1614), encabezada por el samurai Hasekura y por el cura franciscano Luis Sotelo, convirtiéndose en la primera delegación diplomática con carácter oficial. Con motivo de esta conmemoración, se exponían en el Prado, dos biombos japoneses, traídos desde el Museo Nacional de Tokyo, y que estarían acompañados por una exposición de estampas japonesas, propiedad del Prado. Evidentemente, tenía que ir a verlo. Y de esta forma, se había movido ya la tercera pieza.
   Me había llamado mucho la atención el hecho de que el Prado tuviera una colección propia de pintura japonesa, no me encajaba demasiado con el resto de pinturas que guardaba, así que no había mejor excusa para presentarme allí. Y no me ha defraudado en absoluto. 
   En medio de las salas dedicadas a Sorolla y a Rosales, surge un pequeño espacio completamente diferente a todo lo que le rodea, con obras de pequeño tamaño, no muy numerosas, que están ahí casi con timidez, pero llenas de fuerza. Es la expresión del arte popular del período Edo (siglos XVII al XIX)  conocido como Ukiyo-e, una mezcla muy curiosa entre un mundo etéreo e ilusorio, y la vida cotidiana de la población urbana. Así, se van mostrando elegantes retratos de damas japonesas junto a otros llenos de fuerza en los que aparecen retratados los más famosos actores del teatro kabuki. También se mezclan paisajes que nos muestran el festival de los cerezos en flor (Asukayama hanami) con escenas teatrales de lucha (Utawa Kunisada) y todo con la mayor armonía. Una armonía que tiene mucho que ver con las líneas definidas y elegantes de su dibujo y la elegancia de sus colores, simples pero vivos.

      Lo que me pareció más increíble de todo fue la técnica utilizada: un grabado hecho mediante tacos de madera, primero utilizando un solo taco estampado en tinta negra (sumizuri) hasta evolucionar a las impresas en color (benizuri) y al uso de varios tacos. ¿La madera puede ser tan suave?
   Para acabar la visita, como queriendo despedirse a lo grande, me encontré con un grabado lleno de color, un colorido tan fuerte que rompía con toda la delicadeza de colores del resto de la exposición (No he podido conseguir una imagen de este tablero. Así os dejo con la intriga para que os animeis a ver la exposición). Representaba el tablero de un juego de mesa, con multitud de figuras, vestidas con sus majestuosas ropas, y en diferentes posturas, como jugando ellas mismas el juego, y de un color rojo tan brillante que se quedó en mi retina hasta que salí del museo.
   Es curioso como una novela negra de intrigas, asesinatos y detectives se enlaza con cerezos en flor, teatro kabuki y estampas de enamorados. ¡Cómo es el azar!

viernes, 21 de junio de 2013

Mi momento musical italiano

En una vieja caja de madera que yo misma decoré hace cientos de años, conservo una vieja cinta de música italiana de mi primer viaje a Italia. De vez en cuando, la desempolvo y la escucho en mi más viejo todavía radiocassette, y puedo recordar, casi a la perfección, aquel maravilloso viaje en el que aprendí, sentí y experimenté tantas cosas.
   Esa vieja cinta guarda una canción muy especial, la canción que tocaba un viejo músico callejero en una pequeña plaza de la ciudad de Boloña, en la que se encontraba una de las iglesias románicas más hermosas que he visto nunca. La canción era del músico italiano Angelo BranduardiVanitá di vanitá, y la iglesia era la de Santo Stefano.
    Ni el señor era un virtuoso de la flauta, ni el instrumento estaba en las mejores condiciones, pero en aquel momento daba igual, la pasión con la que tocaba hizo que la música se pegara a mí de tal manera que no podía dejar de tararearla, casi  sin pensar, y así entramos las dos en la iglesia.
  
   El interior apenas estaba iluminado con unas cuantas velas y unos pocos candelabros. Sus gruesos muros producían ese frío especial  de las iglesias antiguas, en contraste con el inmenso sol y el calor de la calle. El olor de las velas, de la humedad, de los antiguos muros, todo unido a la música que seguía sonando allí dentro, creó una especie de conjuro. De repente, el agobio del calor había desaparecido. El olor a incienso era suave y el murmullo de los visitantes y turistas casi parecía una oración. Mientras recorría la nave central, impresionada por el ambiente, yo seguía tarareando la letra: "sei felice, sei, dei piacieri tuoi" (Sé feliz, sé, con tus placeres).
   ¿Cómo no iba a ser feliz? Mis pies necesitaban un descanso, y también mis posaderas, y allí había encontrado el refugio  que necesitaba: "vivete con gioia e semplicitá, state buoni se potete, tutto il resto è vanitá" (vivid con alegría y sencillez, sed buenos si podéis, todo el resto es vanidad), seguía diciéndome la cancioncilla. En aquel momento no había mayor goia para mí que sentarme sobre las miles de capas de barniz de uno de los antiguos bancos de madera, y tranquilamente, disfrutar de todas las maravillas que había allí guardadas mientras la música todavía me susurraba: " state buoni se potete" (allí dentro era imposible ser malo) "tutto il resto é vanitá" (allí dentro era imposible no ser humilde).
   Los gruesos muros de pequeños ladrillos, los blasones señoriales, las imagines y pinturas románicas que me rodeaban acompañaban a la perfección a ese anciano músico que me trasladó, con unos cuantos soplidos, a los tiempos de quienes llenaron la iglesia de fe, de trabajo y de arte.
   Felicidades a todos en el día de la música.


martes, 18 de junio de 2013

La biblioteca sin libros


Según un artículo publicado por la BBC en su página web, es posible crear una biblioteca que no tenga libros. Se llama BiblioTech y se inaugurará este verano en Texas, Estados Unidos, más concretamente en San Antonio, para dar servicio a los barrios más poblados del extrarradio de la ciudad. Dispondrá de 100 libros electrónicos que también se podrán consultar desde casa y "docenas de pantallas donde el público podrá buscar, estudiar y aprender habilidades digitales".
    Las ventajas de este sistema para gente que no tiene fácil acceso a una biblioteca pública tradicional son enormes. La ayuda que puede prestar a estos usuarios, la comodidad y facilidad de acceso a la información son indudables. Pero, y es que siempre hay un "pero", ¿quiere esto decir que se acabaron las bibliotecas al uso? ¿Seremos tan "tecnológicos" que ya ni nos molestaremos en ir a una biblioteca, recorrer sus estanterías, consultar sus ficheros? ¿Llegará un momento en que desaparecerá el edificio físico para dejar paso a una dirección de Internet a la que conectarse? Solo de pensarlo me dan escalofríos. Es evidente que eso sería comodíiiiiiiisimo, no lo pongo en duda. Difundiría la información como el rayo, no lo niego. El acceso a la información sería verdaderamente universal. Pero, ¿podéis imaginar algo más frío y más solitario? Me resulta muy difícil imaginarlo.

   Cuando entro en una biblioteca, el primer impacto me lo producen las hileras de estanterías llenas de libros de todos los colores, tamaños y formas. Es lo que más me gusta: verme rodeada de ejemplares de todo tipo. Me gusta recorrer sus pasillos y pasar el dedo por el lomo de algunos de ellos, poder cogerlo, ojearlo, tocarlo. A veces, encontrar el rastro de alguien que lo consultó antes que yo. Seguro que no es la primera vez que os habéis encontrado, entre las hojas de un libro, alguna nota escrita a boli por el anterior lector sobre algo que le interesó de ese libro. Eso jamás pasará en Internet.
   Podéis llamarme romántica, antigua, pasada de moda, lo que os de la gana, seguro que tenéis razón, pero sigo pensando que una no tiene por qué sustituir a la otra. Estoy de acuerdo en que el valor de esa "biblioteca SIN libros" es enorme pero sin dejar de ocuparnos de la "biblioteca CON libros". No caigamos en el error de destruir una para engrandecer la otra. Son perfectamente compatibles .

sábado, 15 de junio de 2013

Un crimen a la japonesa

Confieso que no soy muy amiga de la novela negra y me daba un poco de reparo leer ésta que, además, era de un autor japonés. Pero, había que soltarse la melena y "de perdidos al río": me lancé a leer La devoción del sospechoso, del autor japonés, Keigo Higashino, un escritor muy famoso y reconocido en su país, con varios premios literarios a sus espaldas.
   Y yo, sin tener ni idea de quién era este señor, algo normal dada mi incultura en todo lo relacionado con Japón, salvo el sushi y el sashimi (porque no eres nadie si no has comido alguna vez comida japonesa), así que era el momento perfecto de solucionarlo y de romper también mis prejuicios sobre la novela negra. Ha sido genial. Me he divertido y he aprendido. ¿Qué más se puede pedir?
   Al empezar la lectura me pareció bastante usual: los típicos guiños al cine negro norteamericano, con el comisario maleducado y gruñón que tiene acomplejados a sus hombres; el ambiente de la comisaría, oscuro, gris; y el asesinato que desencadena toda la trama: una mujer que se ve obligada a matar a su ex marido cuando éste intenta agredir a su hija adolescente. Su vecino, un misterioso y callado profesor de matemáticas, las ayuda a encubrir el crimen. Hasta aquí, todo bastante usual, ¿verdad? 
   "La globalización".-- Pensé. Pero según avanzaba el libro, los toques particulares del escritor, el mundo que él conoce, las referencias a su cultura y a su país empiezan a mostrarse suavemente, despacito, sin avasallar,  hasta que el ambiente en el que se mueven los personajes es tan natural que parece que estás en Japón viendo como transcurre todo. La mezcla de lo occidental y lo japonés es tremenda. Por ejemplo, dos de los protagonistas pueden estar cenando en un típico restaurante italiano, pero no olvidan en ningún momento las normas más elementales del protocolo social japonés: la cortesía, la amabilidad constante, etc. O podemos estar en la comisaría más "hollywoodiense" del mundo, pero los detectives interrogan a los sospechosos siendo totalmente corteses, educados y respetuosos. Nada que ver con la agresividad que vemos en las pelis de Hollywood y sus "gemelas" españolas. En esta novela, los inspectores japoneses piden perdón constantemente ante la posibilidad de haber molestado al interrogado. ¿No es increible?
foto de ru.123rf.com
   Además del argumento, interesante y muy entretenido, los personajes están muy bien perfilados, no son para nada arquetipos, sino que se desarrollan poco a poco según van ocurriendo las cosas. Es fácil seguir las deducciones tanto de la policía como del profesor Yukawa (un genío de la Física) quien les ayuda en la investigación. Las pistas, las deducciones de los protagonistas, la lógica matemática aplicada al crimen, no resultan liosas, ni difíciles de seguir, al contrario, tienen las incógnitas justas para mantener tu atención hasta el final. Te enganchas de tal forma a la trama que los rodeos constantes del profesor Yukawa sobre sus hipótesis y averiguaciones nos desesperan tanto como al propio inspector de policía.
   Y lo mejor de todo es ese final. ¡Qué final! Increíble, inesperado e inimaginable. Toda un sorpresa. Lo cual se agradece bastante, la verdad. Sólo un genio termina por descubrir a otro genio. Y para no desvelar nada más que lo estrictamente necesario, os diré que no sabría deciros si es una novela negra solamente, o también una historia de amor.
Cuando la leáis, por favor, decídme qué os ha pareciedo. Os espero.

jueves, 13 de junio de 2013

¿Para que sirven los libros?

¿Para qué sirven los libros? Qué pregunta más original, ¿verdad? Pues es porque me ha dado por filosofar esta vez. Es evidente que difunden la información, entretienen, dan cultura y hasta "calzan muebles". Pero una de las cosas más importantes que ofrecen los libros es la compañía; se pueden convertir en auténticos amigos y colegas. Quizás yo sea muy romántica en esto de la literatura, pero me siento tan metida en ellos que me creo parte de la historia. Llego a acostumbrarme tanto a los personajes que casi los siento miembros de mi familia y puedo, incluso, llegar a discutir con ellos como "se porten mal". Sí, lo sé, esto resulta un poco "rarito", vale, lo asumo. Pero no os podéis imaginar la gran compañía que suponen cuando me siento sola o, simplemente, estoy de bajón o atravesando una situación difícil.

   Dicen que viajar abre la mente, quita "el pelo de la dehesa" y hace que dejemos de mirarnos el ombligo y que comprobemos que no solo nuestro sistema de vida es el "fetén". Pues yo creo que ocurre lo mismo con los libros, los buenos libros ¡Claro! Con ellos puedes conocer el modo de vida de gente que vive a miles de kilómetros de ti, cómo son los problemas de una familia que vive en una cultura que no tiene ninguna relación con la tuya, qué sienten las personas que se enfrentan a problemas en los que tú nunca hubieras pensado. Y del mismo modo, te enseña cómo actúa gente igual a ti, posiblemente con la misma rutina que tú y que vive metida en el mismo tipo de mundo que tú. Y sorprendentemente, es en ese momento cuando te das cuenta de lo que te pareces a alguien de otra época, otro país u otra cultura, y lo poco que tienes en común con el vecino de al lado, tu compañero de universidad o un miembro de tu propia familia.
   Eso es lo más maravilloso de los libros, cuánto puedes llegar a sorprenderte y la de cosas que puedes descubrir. Para mí, su mayor valor es todo lo que pueden ofrecerme cuando me siento sola o no estoy en mi mejor momento,  es todo ese mundo que me hace evadirme, soñar, viajar o disfrutar lo suficiente como para seguir adelante un poco más o, al menos, hasta el próximo libro. ¿Alguno de vosotros os habéis sentido así alguna vez?

lunes, 10 de junio de 2013

Las tildes y más

Desde que la RAE estableció como nueva norma que no era necesario tildar los pronombres demostrativos (este, ese, aquel, etc.) y el adverbio solo, yo me he esforzado en llevarla a cabo con todas mis energías. Para estas cosas suelo ser muy respetuosa. Creo que si la RAE es el organismo que "Limpia, fija y da esplendor" por algo será; no tengo por costumbre echar abajo a la autoridad competente porque sí, al menos espero que hagan una cagada. Pero en este caso, me resulta casi imposible. Nunca le he visto sentido a la nueva norma. Si los "sesudos" señores de la RAE verdaderamente piensan que es inútil esa tilde, porque no aporta nada a una mejor comprensión del texto, ¿por qué "puñetas" lo dejan a decisión del escritor? Es igual de correcto acentuar estos vocablos como no hacerlo. ¿Qué sentido tiene eso? 
  • "La palabra solo, tanto cuando es adverbio y equivale a solamente (Solo llevaba un par de monedas en el bolsillo) como cuando es adjetivo (No me gusta estar solo), así como los demostrativos este, ese y aquel, con sus femeninos y plurales, funcionen como pronombres (Este es tonto; Quiero aquella) o como determinantes (aquellos tipos, la chica esa), no deben llevar tilde según las reglas generales de acentuación, bien por tratarse de palabras llanas terminadas en vocal o en -s, bien, en el caso de aquel, por ser aguda y acabar en consonante distinta de n o s."
    Imagui.com
  • "Sin embargo, ese empleo tradicional de la tilde en el adverbio solo y los pronombres demostrativos no cumple el requisito fundamental que justifica el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas, ya que tanto solo como los demostrativos son siempre palabras tónicas en cualquiera de sus funciones. Por eso, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de ambigüedad. La recomendación general es, pues, no tildar nunca estas palabras."
    ¿Mande?
   Con mis más de cuarenta tacos a la espalda y sin haber sufrido la LOGSE, mi ortografía siempre ha sido bastante buena y a penas he cometido faltas de ortografía. ¿Cómo pretenden que ahora no acentúe estas palabras? De repente, navegando por Internet me he encontrado con un artículo que explicaba a la perfección lo que yo pensaba sobre el tema:  "Clases de ortografía" del blog Letras y Escenas. Y entonces, me he sentido libre, he dejado de luchar contra mis impulsos y he decidido empezar a tildar otra vez:
- "Éste es el que me gusta" y "Sólo se vive una vez".
   ¡Ay! que descanso. Ahora dejaré de contenerme cada vez que me vea delante de uno de estos vocablos y podré seguir poniendo esa tilde que se me ha estado escapando continuamente en los últimos años.


martes, 4 de junio de 2013

El compositor de tormentas

Mira que me está costando comentar esta novela. Y es porque no me ha emocionado. Me ha entretenido, a veces. Me ha enganchado, a veces. Pero no me ha convencido. Y para mí, es muy difícil hablar sobre algo que me ha dejado "tal cual". Para ser justa, he conseguido acabarla sin que se convirtiera en una obligación. Ha conseguido que quisiera conocer el desenlace, pero no creo que vuelva a leerla.
   Cuando la encontré en casa de mis padres (de donde suelo "coger prestados" los libros que leo) me atrajo tanto la foto de portada como la reseña de su contraportada: un joven músico que debe transcribir la "melodía del alma" y que, para ello, tiene que viajar a Madagascar, y todo envuelto en el mundo de la música.
   Aunque hay asesinatos, intrigas, amor, aventura, piratas, está todo un poco "traído por los pelos". Para justificar las aventuras en las que se ve metido el protagonista, el autor tiene que forzar las situaciones, que se complican hasta parecer imposible que se solucionen. Y de repente, todo se arregla de la forma más sorprendente y menos creíble. Por ejemplo, una condena en la cárcel de las Tullerías se soluciona con la promesa al rey Sol de una melodía que le convertirá en el dueño del mundo, o una sordera producida por una explosión se cura de repente con el canto de una sacerdotisa, o el ataque de un barco pirata se arregla con una conversación entre dos antiguos camaradas de la armada francesa.
   Tengo que decir que esto no deja de ser una opinión personal mía, y que yo estoy algo predispuesta a rechazar las novelas con argumento "espiritual" o "sobrenatural". Es lo mismo que me pasó con El código Da Vinci, que tanto ha gustado a todo el mundo y que a mí me pareció tan poco creíble y tan forzada. Por eso, os pongo sobre aviso de mis gustos para que nadie se llame a engaño.
   En esta novela, no he podido evitar la sensación de que el autor se veía desbordado por las situaciones límites en las que se ve envuelto el protagonista y no sabía muy bien cómo resolverlas. Por ejemplo, echa mano de la alquimia para crear una atmósfera de misterio y, para darle cierto aire de credibilidad, introduce en la escena a Newton que parece más un científico loco, del tipo del doctor Bacterio, de Mortadelo y Filemón, que como el estudioso humanista que fue en realidad. 
   Sin embargo, el principio de la novela me gustó mucho. Me pareció una buena forma de enganchar al lector: un prestigiosísimo director de orquesta que reúne, en el Palacio Garnier de París, a lo más granado de la élite política y cultural internacional y que, hundido por la muerte de su esposa, es incapaz de salir al escenario y tocar su última creación musical. Por distintas circunstancias, encuentra en las buhardillas del palacio, unos manuscritos antiguos, escritos por el rey Luis XV de Francia donde habla de un joven músico y de su lucha por encontrar "la melodía del alma", dando lugar así al inicio de la novela. Es una pena que todo se vaya estropeando con el paso de las páginas.
   En fin, espero no tener que hacer este tipo de comentarios muy a menudo. Os aseguro que me resulta muy difícil. Si os decidís a leer esta novela o si ya la habéis leído, contadme lo que os ha parecido, ¿de acuerdo? Os espero.

domingo, 2 de junio de 2013

¿Vamos al cine?

Es la pregunta que me hago, una y otra vez, siempre que hay un estreno de una adaptación literaria. ¡Y es que me da un miedo! Reconozco que soy muy pejiguera para estas cosas, muy quisquillosa. No me gustan las adaptaciones "creativas" o "transgresoras" en las que "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia". Me huelen a "listillo" que quiere enmendarle la plana al maestro. Si no te gusta cómo el autor escribió esa obra, escribe tú la tuya propia, pero no corrijas "sus errores". Para bien o para mal, es suya y la hizo como él quiso hacerla, con unas determinadas características y en un determinado momento y ambiente. Será por algo, ¿no?  
   Hace unos días, mi cuñada me sugirió la posibilidad de crear una nueva sección en mi blog: Cine y literatura. En principio me pareció una buena idea, pero con el paso del tiempo, me di cuenta de que se convertiría en una "rabieta" detrás de otra, porque no soporto la manipulación de ciertas obras, sobre todo si son grandes obras.
   Es verdad que en esto soy poco razonable, es algo visceral. Sobre todo si adoro la obra en cuestión. La última adaptación que he visto de una gran novela fue Jane Eyre, de Charlotte Brontë. Es una de las obras que más quiero por ser la primera novela seria que leí de niña, así que me he visto casi todas las pelis que se han hecho, unas mejor y otras peor, pero con bastante fidelidad (es comprensible modificar algunas cosas, ya que no todo puede ser plasmado en una película, eso lo entiendo). Hasta que un buen día, consigo hacerme con la última versión del director Cary Fukunaga, rodada en Gran Bretaña, y que tenía una pinta buenísima por los actores (Mia Wasikowska y Michael Fassbender), los exteriores, la ambientación, etc. Pues nada, allí me coloco yo cómodamente en mi sillón (hasta me hice palomitas en el microondas) dispuesta a disfrutar de la peli. Nada más lejos de la realidad. Salvo la ambientación, que es perfecta, y el trabajo de Judy Dench, que es magistral, todo lo demás se aleja muchísimo de la novela. Se cambian partes de la historia (nada que ver con suprumir partes del libro, lo cual sería normal en una adaptación cinematográfica), se cambia la personalidad de los protagonistas (no ves la pasión que hay entre ellos, no notas la afinidad y el lazo que les une), en fin, un desastre. ¡Qué desilusión! Otra más.
   Así que, ahora que podemos ver en los cines la nueva adaptación de El gran Gastby, me estoy pensando muy mucho ir a verla. Me encanta como trabaja Di Caprio y me gusta la fotografía y la ambientación que se ve en el tráiler de la película y, por eso mismo, me aterra llevarme otra desilusión. ¿Qué me decís? ¿Me lío la manta a la cabeza y me lanzo? ¿Me espero a que otros la vean y me informen? ¿Qué haríais en mi lugar?

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